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Verbo sur | NOTICIAS
Columna
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Dejarse morir

LOS ADIOSES es una novela que presupone en ciertos hombres la necesidad feroz, tal vez sólo natural inclinación, de ir creando un lúcido, imaginativo y muy personal sistema de relaciones y nexos, supuestos y razonamientos, posibles causas y consecuencias de los hechos observados o simplemente intuidos, en torno a incidencias cuyas características más evidentes son la trivialidad y la rutina humanas.

Desde el principio de Los adioses, el personaje que como testigo cuenta la historia del ex campeón de baloncesto llegado al pueblo para dejarse morir abatido por la humillación, además presiente y añade a los rasgos evidentes de éste, ciertas dimensiones que dejan entrever un mundo singular y extraño, sórdido a ratos, a menudo hermético y, en las cosas que realmente importan, ajeno a la tenaz observación minuciosa y al chismorreo de los otros. Oscilando entre el más evidente de los acechos dirigidos a la vida del forastero -cuyo cuerpo largo, delgado y torpe alberga y muestra ya, multiplicadas, las semillas de la muerte-, la capacidad aguda de atar cabos sueltos completando los datos que se desconocen o que suscitan razonables dudas, y las versiones de la realidad que aportan otros testigos procediendo a su vez por un sistema de deducciones, chismes y relleno de los hechos, el narrador nos va entregando una historia trágica. Pero lo hace desde ángulos muy alejados de lo que podría ser una suerte de psicologismo analítico o compasión sentimental.

Si bien la vida en el pueblo de este personaje innominado es relativamente breve -no pasa de seis o siete meses-, sentimos avanzar su enfermedad, morbosamente, no porque él lo esté manifestando con sus actos, sino más bien porque el narrador lo ha estigmatizado desde el momento en que lo vio entrar a su almacén. Además de anticipar, examinándole gestos y palabras, la voluntad de no curarse que esconde el hombre, a cada rato nos hace pensar que hay algo en su naturaleza íntima que, pese a los altibajos de un estado de ánimo ocasionalmente reanimado por las visitas respectivas de dos mujeres, lo hace incapaz de eludir la prematura desgracia de su destino. Se trata, en el fondo, de una dignidad en derrumbe, por más que las relaciones del enfermo con sus dos mujeres parezca inyectarle por momentos nueva vida y esperanza. 'No es que crea imposible curarse', señala el narrador, 'sino que no cree en el valor, en la trascendencia de curarse'.

La reconstrucción de la vida del forastero, realizada después de su muerte, se lleva a cabo gracias a la voluntad tenaz, a veces obsesiva, del narrador; una voluntad que, mezclando desdén con simpatía, se mantiene siempre fría, neutral casi siempre frente a los pocos hechos conocidos o deducibles. Se parte siempre de la observación atenta a la que tres testigos principales someten al enfermo desde su llegada al pueblo. Ellos son: el almacenista que retrospectivamente arma la historia, el enfermo que vende y aplica inyecciones y Reina, la mucama del hotel.

Es importante apuntar, no obstante, que esta voluntad inquisidora del almacenista está profundamente comprometida con la vehemente urgencia que éste tiene de ser, no sólo fiel testigo de todo lo relacionado con el enfermo, sino además una especie de filtro que modifica y cataliza los acontecimientos a través de la libre interpretación que hace de ellos para presentárnoslos como si sus muy personales versiones de los hechos fueran los hechos mismos. De tal suerte que, aunque literariamente hablando la vida del forastero se nos entrega escueta en su realidad pero enriquecida dentro de un contexto de relaciones más amplias intuidas por el narrador, no por ello sabemos lo que en realidad sucede ni tampoco vemos las cosas como carentes de misterio.

Junto con La vida breve y El astillero, sus dos novelas emblemáticas, acaso las más leídas y sin duda las que más ha consagrado la crítica, Los adioses constituye la trilogía narrativa que dio mayor relevancia literaria a Juan Carlos Onetti. Cuando en 1970 Aguilar Editor publicó en México sus Obras completas, se cerraba para este escritor uruguayo un ciclo de reconocimiento fundamentalmente latinoamericano y empezaba lo que habría de ser para él un sólido prestigio internacional cuya punta de lanza fue su permanencia en España y el interés que por su obra toda demostraron tanto ciertas editoriales españolas como el público lector de ese país.

Enrique Jaramillo Levi (Colón, Panamá, 1944) es autor de los libros de relatos Duplicaciones (Casiopea) y Luminoso tiempo gris (Páginas de Espuma).

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