Elogio de la ceguera
El hadiz no pertenece al profeta, sino que fue transmitido por el viejo profesor: 'No hay peor ciego que el que no quiere ver'. La sentencia es de actualidad pensando tanto en la celebración de aniversario del 11-S como para otras cuestiones como el problema vasco. En lo primero, porque alguien que ignorase lo ocurrido y leyera o viera la mayor parte de lo escrito o exhibido en torno a la tragedia, pensaría que los atentados de Manhattan y de Washington fueron el fruto de una acción enloquecida, de 'terroristas suicidas' sin padre ni madre, como les presentó Pedro Erquicia en TVE anteayer, cuando no un castigo de la providencia por los innegables pecados de George Bush. Un extraterrestre mental para el caso, por otra parte notable filósofo, André Glucksmann, vio en los atentados nada menos que la expresión de un nihilismo en la línea de Netchaiev y Dostoievski, en tanto que para aclarar definitivamente las cosas un reputado islamista más que islamólogo recordó a los espectadores de Documanía, sobre la base de que hay que leer como él prensa árabe para hablar de tales asuntos, que gracias a ese saber especial podía conocerse algo tan importante como que Osama Bin Laden significa traducido 'León Blández'. Ambas interpretaciones lo aclaran todo, pensarán los respectivos genios.
El resultado es que con excepciones como el artículo de ayer de Shlomo Ben Ami o las aclaraciones de expertos tipo Gilles Kepel, tendríamos ante nosotros un extraño panorama en el cual llegaríamos a haber participado de la última lágrima del primo de una de las víctimas en Wisconsin sin la menor mención de quién y por qué cometió el crimen. Y eso que Bin Laden hizo en el vídeo de Al Yazira todo lo posible para que sus víctimas potenciales de Occidente entendieran a la perfección las raíces coránicas de su interpretación integrista y el sentido universalista de su mortífera, pero nada nihilista, estrategia. De nada valió y tuvimos algo parecido a una ilustración de la Segunda Guerra Mundial sin Hitler ni nazis o a una Revolución de Octubre sin Lenin ni los bolcheviques. El hecho de que España haya sido un espacio privilegiado para la preparación por Al Qaeda de los atentados ni siquiera movió a una preocupación por los fundamentos de tan dudoso honor. Siempre en aras de la ceguera voluntaria, Aznar prefiere seguir por encima de todo a su amado líder Bush, sin preocuparle la implicación de España en un disparate de alcance mundial, en lugar de preocuparse por el alcance y la localización de las redes de enseñanza y sociabilidad integristas en nuestro país. Y es que, conviene no olvidarlo, Bush ha conseguido a lo largo de este año dar en buena parte la razón a Bin Laden, buscando desesperadamente con sus palos de ciego, y nunca más adecuada la expresión, esa movilización antioccidental del mundo árabe que el terrorista saudí fue incapaz de conseguir.
Son cosas propias de los 'patriotismos de comunidad', punto en que coinciden el integrismo islámico y el esencialismo americano que Bush ha llevado a niveles muy preocupantes de irracionalidad. 'Mi país (es decir, mi comunidad) por encima de todo', dijo a comienzos del siglo XIX cierto Stephen Decatur. El complejo de constituir una comunidad superior a todo otro colectivo humano justifica la violencia, la violación de los derechos humanos y establece un vínculo de solidaridad perverso entre los miembros de aquélla por encima de la barbarie y el crimen. 'No denunciarás el delito de otro musulmán', reza el hadiz. 'El crimen de un soldado norteamericano en misión internacional ha de quedar impune', confirma Bush. Y no hablemos del alcance de ese principio en Ariel Sharon.
Hay otras cegueras, y también cercanas a nosotros y de graves consecuencias. El caso más evidente es el del comportamiento del Gobierno vasco frente a las pruebas que integran Batasuna en ETA y justifican la ilegalización de la primera. Una vez más entra en juego el patriotismo de comunidad: por encima de los crímenes, está la pertenencia a la umma del patriotismo vasco sabiniano. Hagamos, pues, todo lo posible para invalidar los efectos de la ilegalización del terror. Frente al otro, los españolistas, intensifiquemos entre tanto la agresión verbal, empezando por la satanización de Garzón y siguiendo con la elaboración de listas de enemigos de Euskadi en Deia. Otros se encargarán de completar el trabajo iniciado desde esa patriótica ceguera.
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