Chicos perversos
Hace ya más de 50 años, Alfred Hitchcock imaginó, en La soga, tal vez la más experimental de sus películas, una intriga en la que dos brillantes y amorales estudiantes planeaban un asesinato perfecto para sorprender, y alarmar, claro está, a uno de sus profesores.
Mucho ha llovido desde entonces, pero el arranque de Asesinato 1,2,3... es virtualmente idéntico: dos chicos de buena familia, tan siniestros como los que imaginó Hitchcock, asesinan a una víctima cualquiera, sólo para demostrar que verdaderamente se puede obtener el crimen que deja a sus autores en la absoluta impunidad; para dejar constancia, en suma, de su superior inteligencia.
El profesor aquí no es tal, sino una más bien áspera, atormentada, sexualmente disponible detective (Sandra Bullock); o sea, una heroína, sí, pero como quieren los cánones modernos: un ser quebrado por dentro por causas que la ficción irá, en un proceso paralelo al de la propia investigación que es su motor, desvelando poco a poco. Tiene pues el filme de Schroeder las maneras de la clásica intriga investigadora, aderezada con alguna nota psicológica, tan del gusto del director de Mujer blanca, soltera, busca. Y la unión de ambas tramas termina por dar al filme un espesor y un aderezo nada despreciables.
ASESINATO 1, 2, 3...
Director: Barbet Schroeder. Intérpretes: Sandra Bullock, Ryan Gosling, Michael Pitt, Ben Chaplin, Agnes Bruckner, Chris Penn. Género: criminal, EE UU., 2002 Duración: 105 minutos.
No se pretende decir que Asesinato 1,2,3... sea una película redonda, ni mucho menos: le sobra un tanto la psicología de manual que la orienta -obra del guionista Tony Gayton- y no termina de explotar satisfactoriamente los complejos lazos que atan a los dos macabros autores en la fechoría, a quienes los jóvenes Gosling y Pitt otorgan un malévolo, magnético interés. Pero sabe fijar el interés, no tanto en el cómo terminará la dilucidación del crimen, algo que se sabe muy pronto, cuanto en el conflicto psicológico entre la pareja asesina, la investigadora, su ayudante y un quinto personaje, una adolescente, sujeto de interés para los chicos.
Como en todas las películas de ese extraño cosmopolita que es el irano-franco-americano Barbet Schroeder, no hay aquí moralina, y sí un pulso narrativo sostenido, un elegante uso del encuadre -con una espléndida fotografía, por cierto, del veterano operador italiano Luciano Tovoli-, hasta algunos detalles irónicos, como la resolución del asesinato, que no desagradarán a los amantes de un género tan maltratado últimamente como el thriller.
Babelia
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