Corporación
Los tiempos que corren no son sencillos. Si alguna vez he imaginado el célebre cementerio marino de Paul Valery siempre lo he visto desde la perspectiva del antiguo cementerio de Xàbia. Dispuesto a volar en disposición abancalada, con sus cruces de hierro forjado proyectadas por encima de la torre fortificada de la Iglesia de San Bartolomé y, sobre todo, dominando el mar desde las alturas. Ahora van a desmontar el antiguo camposanto y probablemente acabarán construyendo algún bloque de apartamentos en su privilegiado emplazamiento. Antes de que la barbarie se ensañe con él, yo propondría, si aún llegamos a tiempo, que se declare territorio de paz protegido de las insensateces y las insensibilidades.
La rimbombante corporación no es otra cosa que el proyecto de fusión entre Bancaixa y la CAM
Nos guste o no reconocerlo estamos en tiempos de crisis, la que nos estalló en las manos el 11 de septiembre de 2001. Para celebrar este primer aniversario en la Comunidad Valenciana se ha puesto en marcha la rimbombante corporación financiera e industrial, que no es otra que el proyecto de fusión entre Bancaixa y la CAM, para constituir un gran ente económico, que resuelva los problemas de dimensión a medio y largo plazo de las grandes cajas de ahorro de la Comunidad Valenciana. Se trata de una operación de inspiración política que planea sobre el horizonte de 2003, cuando se han de celebrar elecciones autonómicas. Esta es la frontera que imaginariamente se ha trazado para que determinados grandes temas estén, al menos, enfocados para que el ciudadano tenga la sensación de que efectivamente se gobierna.
La integración de las grandes cajas de ahorro valencianas tiene una larga historia y obedece a la imperiosa necesidad, que algunos hemos reiterado, de que la autonomía política sin capacidad de autosuficiencia financiera no es más que una ilusión. La operación que ahora se pone en marcha ha tenido dos antecedentes claros. Uno fue la Corporación Financiera del País Valenciano (1978) que concibió Emilio Attard desde el Banco de la Exportación y que debía integrar, con mayor ambición, bancos y cajas. Esta iniciativa fue secundada por dos personas clave en la entonces Caja de Ahorros de Valencia, Manuel Broseta y Marcelino Alamar, y políticamente torpedeada desde Madrid por Fernando Abril Martorell, según todos los indicios.
El segundo intento, quizás más realista, fue el protagonizado por José María Simó Nogués, primero con la constitución de Bancaixa (1994) y, más tarde, mediante la vinculación al grupo de bancos como el de Valencia, el de Murcia y la frustrada operación para comprar el Banco de Alicante que no fue posible porque alguien se columpió. En la propia selección de la marca Bancaixa ya se advertía la intención de que aquel proyecto que intentaba despegar no pretendía quedarse tan sólo en una enorme y deforme caja de ahorros. En todo este proceso la gran disidente y por tanto ausente, ha sido la Caja de Ahorros del Mediterráneo (CAM), antigua Caja de Ahorros de Alicante y Murcia.
Esta corporación con intención integradora inicia sus pasos en un contexto económico poco favorable. Bien es cierto que los grandes proyectos han de seguir sus pasos, pero respetando, a ser posible, los antiguos cementerios que además de ser bonitos albergan el espíritu de quienes nos precedieron.
Los tiempos que corren no son sencillos. Si alguna vez he imaginado el célebre cementerio marino de Paul Valery siempre lo he visto desde la perspectiva del antiguo cementerio de Xàbia. Dispuesto a volar en disposición abancalada, con sus cruces de hierro forjado proyectadas por encima de la torre fortificada de la Iglesia de San Bartolomé y, sobre todo, dominando el mar desde las alturas. Ahora van a desmontar el antiguo camposanto y probablemente acabarán construyendo algún bloque de apartamentos en su privilegiado emplazamiento. Antes de que la barbarie se ensañe con él, yo propondría, si aún llegamos a tiempo, que se declare territorio de paz protegido de las insensateces y las insensibilidades.
Nos guste o no reconocerlo estamos en tiempos de crisis, la que nos estalló en las manos el 11 de septiembre de 2001. Para celebrar este primer aniversario en la Comunidad Valenciana se ha puesto en marcha la rimbombante corporación financiera e industrial, que no es otra que el proyecto de fusión entre Bancaixa y la CAM, para constituir un gran ente económico, que resuelva los problemas de dimensión a medio y largo plazo de las grandes cajas de ahorro de la Comunidad Valenciana. Se trata de una operación de inspiración política que planea sobre el horizonte de 2003, cuando se han de celebrar elecciones autonómicas. Esta es la frontera que imaginariamente se ha trazado para que determinados grandes temas estén, al menos, enfocados para que el ciudadano tenga la sensación de que efectivamente se gobierna.
La integración de las grandes cajas de ahorro valencianas tiene una larga historia y obedece a la imperiosa necesidad, que algunos hemos reiterado, de que la autonomía política sin capacidad de autosuficiencia financiera no es más que una ilusión. La operación que ahora se pone en marcha ha tenido dos antecedentes claros. Uno fue la Corporación Financiera del País Valenciano (1978) que concibió Emilio Attard desde el Banco de la Exportación y que debía integrar, con mayor ambición, bancos y cajas. Esta iniciativa fue secundada por dos personas clave en la entonces Caja de Ahorros de Valencia, Manuel Broseta y Marcelino Alamar, y políticamente torpedeada desde Madrid por Fernando Abril Martorell, según todos los indicios.
El segundo intento, quizás más realista, fue el protagonizado por José María Simó Nogués, primero con la constitución de Bancaixa (1994) y, más tarde, mediante la vinculación al grupo de bancos como el de Valencia, el de Murcia y la frustrada operación para comprar el Banco de Alicante que no fue posible porque alguien se columpió. En la propia selección de la marca Bancaixa ya se advertía la intención de que aquel proyecto que intentaba despegar no pretendía quedarse tan sólo en una enorme y deforme caja de ahorros. En todo este proceso la gran disidente y por tanto ausente, ha sido la Caja de Ahorros del Mediterráneo (CAM), antigua Caja de Ahorros de Alicante y Murcia.
Esta corporación con intención integradora inicia sus pasos en un contexto económico poco favorable. Bien es cierto que los grandes proyectos han de seguir sus pasos, pero respetando, a ser posible, los antiguos cementerios que además de ser bonitos albergan el espíritu de quienes nos precedieron.
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