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INVITACIÓN A LA LECTURA

Toda la belleza literaria del universo

EL PAÍS publicará desde el próximo domingo 'Clásicos del siglo XX', 40 títulos indispensables

'En realidad, las lecturas de juventud pueden ser poco provechosas por impaciencia, distracción, inexperiencia en cuanto a las instrucciones de uso, inexperiencia de la vida. Pueden ser (tal vez al mismo tiempo) formativas en el sentido de que dan una forma a la experiencia futura, proporcionando modelos, contenidos, términos de comparación, esquemas de clasificación, escalas de valores, paradigmas de belleza: cosas todas ellas que siguen actuando, aunque del libro leído en la juventud poco o nada se recuerde.

Al releerlo en la edad madura, sucede que vuelven a encontrarse esas constantes que ahora forman parte de nuestros mecanismos internos y cuyo origen habíamos olvidado. Hay en la obra una fuerza especial que consigue hacerse olvidar como tal, pero que deja su simiente. [...] Por eso en la vida adulta debería haber un tiempo dedicado a repetir las lecturas más importantes de la juventud. Si los libros siguen siendo los mismos (aunque también ellos cambian a la luz de una perspectiva histórica que se ha transformado), sin duda nosotros hemos cambiado y el encuentro es un acontecimiento totalmente nuevo'.

La colección se inicia con los versos de Neruda, uno de los mayores poetas del siglo
Son 40 invitaciones a descubrir o redescubrir la emoción y la belleza literaria
Se ha procurado cuidar al máximo un componente esencial: las traducciones

La amplia cita de Italo Calvino, extractada del prólogo de su libro Por qué leer los clásicos, expresa con lúcida sencillez algunas de las ventajas que conlleva el leer o releer a los clásicos. Pues bien, a partir del próximo domingo, 15 de septiembre, y hasta el domingo 15 de diciembre, EL PAÍS ofrecerá a sus lectores la colección Clásicos del siglo XX, una selección de 40 títulos de otros tantos autores que, sin lugar a dudas, comparten la cualificación de clásicos por más que todos ellos hayan alcanzado tan privilegiado lugar desde sus respectivos e intransferibles talentos, culturas y estilos personales. Naturalmente, la nómina de quienes desde la inteligencia y la sensibilidad han creado obras decisivas en la literatura universal del pasado siglo no se limita a los 40 autores seleccionados.

Hay, afortunadamente para todos, muchos más y, también afortunadamente, habrá muchos más en el futuro. Como los hubo en los siglos precedentes. La enorme ventaja de la invención de la imprenta es que, desde entonces, el ser humano puede recuperar, o descubrir, y conservar ese fantástico legado de obras maestras.

El primer título de la colección Clásicos del siglo XX, dos consagrados poemarios del chileno Pablo Neruda, Veinte poemas de amor y una canción desesperada y Los versos del capitán, es, de una parte, el reconocimiento debido a uno de los más grandes poetas en lengua castellana que conmocionó, y aún conmociona, las formas establecidas de entender y cantar el amor, y, de otra, un tributo agradecido a los lectores de EL PAÍS, pues se ofrece gratuitamente.

Tras la poesía de Neruda llegarán al lector títulos de autores que han resultado esenciales en la historia de la literatura de su siglo y que, al mismo tiempo que su capacidad para crear y transmitir belleza, demuestran las muy diversas maneras de lograrlo, desde la poesía a la narración o al ensayo.

Nombres como los de James Joyce, Virginia Woolf, Thomas Mann, Marguerite Duras, Nabokov, Joseph Conrad, William Faulkner, Sigmund Freud, Kafka, Henry Miller, Albert Camus, Italo Calvino, John Steinbeck, Max Frisch, Jean-Paul Sartre, Heinrich Böll, Marcel Proust, Herman Hesse o Bulgakov son otras tantas invitaciones a descubrir, o redescubrir, la emoción y belleza que pueden encerrar la descripción de un paisaje, la vida cotidiana de un pequeño pueblo rural, la complejidad de un simple paseo urbano, la grandeza épica de la supervivencia, la deslumbrante intensidad del amor carnal, las sutiles contradicciones de lo establecido, la perfección de una intriga, la justa denuncia de lo injusto o la desoladora constancia de lo absurdo.

Pero si no se puede evitar el que toda selección, cualquiera que sea, resulte siempre injusta por lo que supone, al menos en apariencia, silenciar lo no elegido, o la posible arbitrariedad que conlleva el aplicar baremos pretendidamente objetivos a esa maravillosa heterogeneidad que es la historia literaria mundial, un gozoso cúmulo de subjetividades, la colección que propone EL PAÍS trata, en la medida de sus posibilidades, de transgredir conscientemente algunas de las barreras que el paso del tiempo, las modas o un injustificado y mal entendido academicismo han ido imponiendo en los criterios canónicos de lo que tradicionalmente hemos llamado clásicos, hasta el punto de convertirlos en injusto sinónimo de aburrimiento.

En Clásicos del siglo XX, el lector encontrará, además de los ya citados, títulos y autores que nada tienen que ver con el hastío. Son nombres como los de Truman Capote, Scott Fitzgerald, Alberto Moravia, André Malraux, Jorge Amado, Raymond Chandler, Isak Dinesen, Dashiell Hammett, Graham Greene o Ernest Hemingway. Escritores que, además de cumplir todos y cada uno de los requisitos exigibles a una obra bien hecha, han conseguido también la inmediata aceptación popular.

Dicho de manera más sencilla: han gozado desde un primer momento del favor del público y, con frecuencia y posteriormente, del reconocimiento de la crítica. Gentes que nos han conmovido con tramas policiacas, con personajes entrañables en los que su cotidiana vulgaridad no oculta la grandeza de sus sentimientos, con disecciones de lo humano en las que lo frívolo comparte estrellato con lo transcendente, con el relato de sus recuerdos o con el poso melancólico de quien se sabe perdedor en un mundo que ni comprende ni le interesa. Son autores a los que no dudamos en calificar de clásicos del siglo XX y que no siempre pudieron comprobar en vida la excelencia de sus esfuerzos.

Un caso ejemplar y sabido es el de Franz Kafka, con su terrible petición testamentaria de que fueran quemados todos los manuscritos que no había conseguido publicar en alguna de las modestas y minoritarias ediciones que, literalmente en este caso, se habrían salvado de la quema. Pero si en Kafka, el inicial fracaso podría ser achacado a la torpeza de la crítica, o a la miope indiferencia de los editores, en otros fue probablemente su enorme y temprano éxito el que automáticamente les condenó al desprecio de los exquisitos.

Paradójicamente, quienes ofician de críticos literarios o de profesores académicos, es decir, quienes asumen el deber de deslindar la paja del grano, han manifestado una cierta tendencia a silenciar aquello que el mercado, la ciudadanía, decide convertir en un atronador triunfo.

El paso del tiempo y el derrumbe de tanta certeza con los pies de barro ha roto los esquemas establecidos. Colecciones literarias como la que aquí se anuncia participan de una mayor flexibilidad de criterios y de una más comprensiva definición de obra maestra, en la que ni el mercado es el único e indiscutible santo patrón ni tampoco la quintaesencia de lo diabólico. Autores como Chandler, Greene o Hammett comparten la cima de los elegidos con la misma legitimidad que Joyce, Proust o Thomas Mann.

El placer inmediato, lineal y universalmente legible comparte la gloria con quienes decidieron renovar lo establecido. Son distintos conceptos de la labor del creador, unidos en todo caso por la confirmación de sus talentos. Conviene señalar también, en lo referente a escritores en lenguas extranjeras, que se ha procurado cuidar lo máximo posible un componente esencial del largo proceso que se inicia en la mente del escritor y que concluye en la del lector: la traducción.

Y como prueba de lo dicho valga el citar algunos de los que firman, o firmaron en su día, las correspondientes traducciones: Jorge Luis Borges, Pedro Salinas, Francisco Ayala, José Ángel Valente, Guillermo Cabrera Infante, Aurora Bernárdez, Basilio Losada, Esther Benítez o Ana María Moix, entre otros.

Traductores que en algunos casos forman parte a su vez de lo mejor de la creación literaria y que han querido contribuir con su esfuerzo, naturalmente en compañía de numerosos profesionales de la traducción que no han perseguido ningún otro oficio, a incrementar el festín literario universal.

Hemos dejado para el final, salvo en el caso del ya citado Pablo Neruda por ser el primer volumen de la colección, por una simple cuestión de cortesía hacia los visitantes de otras lenguas, la relación de escritores en lengua española. Clásicos del siglo XX ofrece entre sus 40 títulos obras de Jorge Luis Borges, Alejo Carpentier, Rafael Alberti, José Ortega y Gasset, Miguel de Unamuno, Valle-Inclán, Juan Rulfo, Federico García Lorca, Camilo José Cela y Julio Cortázar, autores que comparten las características que conforman la selección de títulos. Ellos también, desde la proximidad del idioma, han sabido crear belleza, desvelar lo oculto y resaltar las emociones.

Concluyamos lo que pretende ser un estímulo del placer de la lectura con un nuevo extracto del hermoso prólogo de Italo Calvino: 'Los viejos títulos han sido diezmados, pero los novísimos se han multiplicado proliferando en todas las literaturas y culturas modernas. No queda más que inventarse cada uno una biblioteca ideal de sus clásicos; y yo diría que esa biblioteca debería comprender por partes iguales los libros que hemos leído y que han contado para nosotros y los libros que nos proponemos leer y presuponemos que van a contar para nosotros. Dejando una sección vacía para las sorpresas, los descubrimientos ocasionales'.

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