Estados carcelarios
La tendencia a que la política penitenciaria tome la vez sobre la política social no sólo no se ha invertido en EE UU, donde se impuso 30 años atrás, sino que sale reforzada en las últimas estadísticas sobre el número de presos. Dos millones de reclusos y 4,6 millones de personas en libertad condicional, convierten a Estados Unidos en el mayor penal del mundo desarrollado. Tasas cercanas a los 700 presos por 100.000 habitantes sólo se dan en EE UU y en Rusia.
El endurecimiento de las penas, especialmente en materia de drogadicción y narcotráfico, el decaimiento de la filosofía de la rehabilitación y otros factores, han llevado a esta situación, en tres décadas que también han registrado un importante crecimiento de las desigualdades sociales. La privatización de un buen número de cárceles se ha convertido en un negocio lucrativo, y ha llevado a situaciones aberrantes, como que California se gaste más dinero en el sistema penitenciario que en la educación superior pública.
La reducción de la tasa de crímenes en los últimos años contribuye al respaldo popular a esta política de dureza de penas de encarcelamiento, en un cuerpo electoral del que faltan casi cinco millones (un 2,3% del total), pues han perdido su derecho a voto debido a las condenas. La menor criminalidad puede tener otras causas, desde el menor número de jóvenes, al reforzamiento de los controles policiales.
A pesar de que Europa tenga tasas de población reclusa entre seis y siete veces inferiores a las de EE UU, en algunos países europeos, como el Reino Unido, Francia y España, el número de presos está aumentando a un ritmo preocupante. Desde enero de 2001, la población carcelaria ha crecido en España en más de 5.000 internos, es decir, más en 18 meses que en los cinco años anteriores. En todo caso mucho más rápidamente que el número de plazas disponibles, como ocurre también en Francia, donde el número de presos se ha doblado en los últimos 25 años. El consecuente hacinamiento inhumano de los presos y el deterioro de las condiciones en las cárceles alimentan las tensiones, la violencia y la delicuencia en los centros. No es razonable seguir deslizándose hacia Estados carcelarios. Ésa no es la forma de reducir la criminalidad, de resolver los problemas que la originan, ni de dar esperanzas de rehabilitación y alejar de la reincidencia a los muchos que acaban entre rejas.
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