De la retórica a la acción
La cumbre de Johanesburgo encara su tramo final, el más decisivo, en el que participarán los principales responsables políticos desplazados hasta allí. Lo acaecido hasta el momento no invita al optimismo, dado que a la posición obstruccionista de EE UU y otros países, como Rusia, Japón, Australia o Canadá, se suma la insuficiente determinación de la Unión Europea para liderar la búsqueda de resultados satisfactorios. Porque la reunión sólo será un éxito si a las grandes declaraciones habituales se unen esta vez de objetivos concretos, calendarios de cumplimiento, y los recursos necesarios.
El verdadero desarrollo sostenible implica eliminar la creciente pobreza que afecta a una parte sustancial de la humanidad, actuando al mismo tiempo para revertir la grave tendencia actual de deterioro medioambiental. Desde la coalición internacional Eco-equity, conformada por ONG ecologistas y de desarrollo, como Greenpeace, Oxfam Internacional, WWF y otras, hemos planteado las áreas en las que la acción es urgente.
En primer lugar, es imprescindible que las políticas energéticas apuesten por las nuevas fuentes de energía renovables -que en 2010 deberían producir ya el 10% del consumo mundial de energía primaria- y establecer un programa para dar acceso a los servicios básicos energéticos a los 2.000 millones de personas que hoy carecen de ellos.
En segundo lugar, de Johanesburgo deberían salir objetivos claros y cuantificables para mejorar las políticas de gestión del agua, encaminadas a garantizar que se preserven adecuadamente los recursos hídricos -los ecosistemas de agua dulce-, que el acceso a este bien básico sea equitativo para todas las personas, que su uso sea eficiente y sostenible, y que se mejore la calidad del agua, y el acceso a planes y técnicas de saneamiento.
Asimismo, es preciso un incremento de la ayuda al desarrollo, que lejos de alcanzar el compromiso internacional del 0,7% del PIB de los países desarrollados, ha caído durante la última década hasta un exiguo 0,22%. Los compromisos de la Conferencia de Monterrey del pasado abril, aunque son claramente insuficientes, deben ponerse ya en práctica, y establecer un calendario para posteriores incrementos. Asimismo, ha de avanzarse en la condonación de la deuda externa, con el fin de liberar recursos para invertir en salud y educación. Pero la reducción de la pobreza pasa también por una reforma de las políticas comerciales que permita a los países en desarrollo y a los pequeños productores de todo el mundo aprovechar las posibilidades que el mercado les ofrece.
Finalmente, hay que tomar medidas para que las empresas asuman la responsabilidad social y medioambiental de sus actuaciones.
Después de casi una semana de debates, el balance de la conferencia es negativo. Ha habido acuerdos sobre puntos concretos, como la limitación del uso en la agricultura de productos químicos peligrosos para la salud, o la decisión -rebajada por una enmienda de Estados Unidos- de frenar la pesca de especies amenazadas. En cambio, en cuanto a la ayuda al desarrollo o la condonación de la deuda externa, no parece que los países ricos estén dispuestos a asumir nuevos compromisos que permitan dar un salto adelante respecto a los acuerdos de las últimas conferencias internacionales. En otros temas muy relevantes, como los Acuerdos Multilaterales sobre Medio Ambiente, la eliminación de los subsidios agrícolas, el acceso al agua potable y al saneamiento, o el fomento de las nuevas energías renovables, las negociaciones están en un punto muerto y sin una aparente salida positiva.
El comercio es uno de los temas más cruciales y comprometidos en Johanesburgo. El fracaso en llegar a acuerdos sobre cambios en las políticas comerciales internacionales socavaría las perspectivas de alcanzar los objetivos de la cumbre en muchas áreas. Los países ricos presionan para que los pobres abran sus mercados, mientras protegen sus propias economías con aranceles y subsidios. Un ejemplo lo encontramos casi a las puertas de la cumbre, en el vecino Mozambique, donde los pequeños productores de azúcar han visto cómo se les cerraba el camino de salida de la pobreza, porque se les niega el acceso al mercado europeo. La pérdida de ingresos que esto supone equivale a tres cuartas partes de la ayuda que la Unión Europea destina a aquel país. Mucho tiene que mejorar este último tramo de la cumbre si queremos conseguir el objetivo de desarrollo sostenible para todos. El futuro de la población mundial y, sobre todo, de los más de 2.000 millones de personas que viven en la pobreza, depende de ello. Por eso hay que decir a los responsables políticos: no perdamos una oportunidad más: pasemos de la retórica a la ación.
Ignasi Carreras es director general de Intermón Oxfam.
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