Un mundo más frágil
Los atentados del 11-S pusieron de relieve la fragilidad de la hiperpotencia y del mundo en general. Un año después, se respira un malestar general al que han contribuido, entre otros muchos elementos, la incertidumbre económica, las pérdidas en las bolsas, el deterioro de la situación en Oriente Próximo y en otros lugares del mundo, y la perspectiva de un ataque estadounidense contra Sadam Husein. El panorama es sombrío y se han perdido oportunidades de contribuir a mejorarlo. De los escombros del World Trade Center, ataque sobre cuyos detalles y consecuencias, con ocasión de su primer aniversario, comienza hoy EL PAÍS a publicar una serie de reportajes, análisis y debates, no ha salido nada positivo. Puede que la excepción sea la deslegitimación de los terrorismos y el impulso que EE UU le ha dado a la cooperación internacional en la lucha contra esta lacra. Es un avance a preservar.
El 11-S puso de manifiesto fuerzas que estaban ya presentes con anterioridad. Mas si el mundo cambió es, sobre todo, porque el ataque cambió a Estados Unidos. El país que saliera triunfante de la guerra fría como única superpotencia se sintió vulnerable, y su Gobierno y sus gentes en guerra. EE UU perdió parte de la simpatía moral internacional que había despertado el 11-S al disparar sus gastos militares, socavar los esfuerzos multilaterales contra la proliferación de armas de destrucción masivas y otros avances en el derecho internacional, actuar de forma crecientemente unilateralista, dividir el mundo en dos -los que no están con ellos, están contra ellos-, hacer poco o nada por parar el conflicto de Oriente Próximo y amenazar con una guerra, si es necesario solos, contra Sadam Husein, insólitamente convertido en el gran enemigo al lograr escabullirse Osama Bin Laden.
Al menos, este visonario no ha logrado desencadenar ese choque de culturas que pretendía. Pero sigue en paradero desconocido y, según un informe de Naciones Unidas, con las redes de financiación de Al Qaeda prácticamente intactas. En Afganistán, caído el régimen talibán, la guerra a la que se lanzó Bush no ha concluido, ni se ha estabilizado la situación política. Cuando tantas zonas y cuestiones andan revueltas, Washington ha hecho poco por calmar las aguas, falto de rumbo claro. Los europeos, sumidos en problemas de enorme alcance interno como la ampliación de la UE, poco pueden hacer, salvo, como hicieron los ministros ayer en Elsinor (Dinamarca), intentar moderar a Washington y presionar sobre Bagdad para dar una nueva oportunidad a Naciones Unidas. Pero, tras la solidaridad europea con Estados Unidos demostrada tras el 11-S, la distancia política entre las dos orillas del Atlántico ha aumentado en un grado preocupante.
A toda esta incertidumbre se han venido a añadir la inseguridad en la economía y la quiebra de la confianza de los inversores que han supuesto crisis como la de Enron o de Worldcom, que han generado pérdidas económicas más cuantiosas que el 11-S. Hay demasiadas incertidumbres en un mundo a la vez frágil y globalizado en el que se echa en falta capacidad de gobernanza y de liderazgo.
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