Florentino Pérez impone su ley
El presidente atajó las quejas del vestuario por incluir a Morientes en la operación
Si para liderar grupos humanos, sean empresas constructoras o pandillas de colegio, hace falta hacer frente a situaciones críticas, se puede decir que Florentino Pérez libró en Mónaco su primera batalla contra el viejo orden interno del Madrid. Cuando Hierro, Raúl y Guti, los tres capitanes, le pidieron que explicara por qué estaba dispuesto a traspasar a Morientes al Barcelona, lo que hicieron fue amenazar de forma inadmisible su modo de ver la presidencia. Así lo interpretó Pérez, cuya respuesta promete ser inexorable.
No ha sido posible para el presidente que dirige el club desde agosto de 2000 modificar armoniosamente los efectos de sus predecesores, Ramón Mendoza y Lorenzo Sanz, en la gestión de Chamartín. No ha conseguido separar su gestión del poder incómodo del vestuario. A diferencia de Sanz y Mendoza, a Pérez no le gusta tratar con los futbolistas como si fuesen directivos. Terminar con este modelo de relaciones le llevó en Mónaco a pasar por un momento de tensión desagradable.
Durante la cena de celebración de la Supercopa, en el Grand Hotel, a las dos de la madrugada del sábado, Hierro pidió reunirse con Pérez y así lo hicieron. Sentados a una mesa de café, contra unos ventanales sobre el puerto de Mónaco iluminado por las bombillas de una gran fragata, el mandatario madridista asistió a un animado discurso del jefe del vestuario, que acompañó sus palabras de gestos elocuentes. Hierro transmitió a Pérez la profunda consternación de algunos jugadores por su modo de llevar las cosas en el fichaje de Ronaldo. No tardó en recibir apoyo moral de Raúl y Guti, que silenciosamente se sentaron en una mesa contigua para no perderse detalle. Hasta el propio Morientes se unió a la charla.
Pérez tuvo ante sí todo aquello que teme ver reproducido en la institución que gobierna: que otros principios que no sean los profesionales afecten las relaciones entre los jugadores y la directiva, que el vestuario acumule más poder del que se deriva de sus funciones específicas, que los futbolistas se comporten como algo más que operarios de una empresa cualquiera. En fin, que sus intereses inmediatos tengan más peso que los del club que representan. Que impere la descoordinación.
La negociación para traspasar a Morientes al Barcelona y su exclusión del banquillo que disputó la Supercopa, desató contra Pérez las pasiones más enconadas del núcleo duro. Raúl, Hierro, Guti y Figo, amigos personales de Morientes, entre otros, se sintieron tratados 'como mercancía', según palabras de Hierro; 'porque somos profesionales pero antes somos personas'. La intención de vender a Morientes fue percibida como un atentado contra la unión del grupo.
Johan Cruyff dice en su último libro que 'el verdadero poder de un club no reside en la junta directiva sino en el vestuario'. Al remover el equilibrio de poder del vestuario, al trastocar los intereses y las convicciones de ese binomio de líderes que son Raúl y Hierro -sin duda la pareja con más títulos e influencia del fútbol español-, Florentino Pérez hizo temblar un modelo que ha instaurado para el Madrid la era de éxitos más grande desde Di Stéfano. Eso que Pérez observa como intromisiones inadmisibles son parte de la forma de ser de un grupo de jugadores que, mal que mal, ha ganado tres Copas de Europa.
Pero Pérez, hombre en apariencia contenido, encierra una capacidad de lucha que ha desconcertado a más de un escéptico. Sabe que está metido en un berenjenal. Pero también está convencido de que conseguirá reformar el perfil del club. Cree que su causa es justa. Y el sábado, los jugadores le defraudaron.
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