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VISTO / OÍDO
Columna
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Aquí, en la Tierra

Comenzó lo que los exaltados llaman 'cumbre de la Tierra', y los especialistas del capitalismo semántico llaman 'desarrollo sostenible', frase que luego puede ser revendida a los publicitarios de productos para alargamiento de pene. No irá Aznar, porque tenía pendiente: echar a Batasuna y casar a su hija. Está justificado. Además, no va Bush, y no podría encontrar a un viejo compañero de charla, whisky y cross. Lo de Bush está claro: no va porque no cree. Le pasa lo que a mí. El enviado de la ONU (tampoco va el secretario general) añade otra frase del creciente diccionario de la democracia global: harán 'un plan creíble'. Pero ¿qué es creíble en este mundo?

Lo dividen entre legales que comen y tienen lujos e ilegales que querrían tener derecho a comer algo. Con la dieta de una clínica de adelgazamiento para que la chica pueda ir a la playa se conformarían. Ése sería el 'desarrollo sostenible': buscar la forma de que los ilegales (todos los habitantes del mundo son ilegales si no tienen visados de Europa o Estados Unidos) fueran más allá del coco y de la guanábana -y no todos los alcanzan- y no tuvieran anorexia crónica obligatoria, de manera que los legales apenas lo notaran más que ahora, con sus divisiones de clases habituales, lo que se expresaba antes con la frasecilla 'siempre habrá pobres y ricos'. Ayer hubo personas que celebraron el aniversario de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano por los asambleístas revolucionarios franceses, hace más de un par de siglos. Fue otra frase que hizo fortuna: tanta, que de cuando en cuando alguien repite una declaración de derechos humanos -la independencia de Estados Unidos, la ONU- y ya, finalmente, no es creíble. Incluso tiene tintes tragicómicos.

No sé qué estará pasando en Johanesburgo: iré viendo y leyendo a trozos y veré cómo se repliegan los 'no gubernamentales' que, leo aquí, advierten del peligro de que el debate sea secuestrado por los responsables de la economía. Mis compañeras (Alicia Rivera, Pía Díaz), que han empezado a contarnos lo que pasa, no tienen duda de que están dentro de un laberinto. Cuando los editorialistas de la prensa nacional y los columnistas de la mayor parte analicen el resultado lo harán, incluso, más creíble. La cuestión está en recuperar la fe perdida en la derecha, que siempre gobernó España, el mundo y la Unión Soviética.

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