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Aste Nagusia
Columna
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Final de fiesta

Todos los fines de fiesta se parecen, pero cada Aste Nagusia acaba siendo distinta; es distinta porque siempre resulta distinto el modo de vivirla. De todos modos, la crónica exige aludir a las opiniones más extendidas acerca de la edición de este año.

Una de las más felices es la agilidad de los servicios de limpieza municipales, su obstinación en inaugurar cada nuevo día con condiciones decentes, a pesar de que ello supusiera, prácticamente, iniciar el trabajo de madrugada, precisamente en esa tardía hora en que la fiesta desistía de sí misma. Las fiestas de Bilbao han aumentado su umbral de tolerancia y se han convertido, más que nunca, en unas fiestas para todos. Quizás en eso la Aste Nagusia ha ido ganando con los años. Su febril actividad abarca un espectro amplio que abarca a todas las edades y a todas las condiciones sociales. A lo mejor esta edición, la vigésimo quinta del invento, ha necesitado de todas las ediciones anteriores para alcanzar el equilibrio, un equilibrio inestable, a pesar de todo, porque siempre habrá problemas con la música.

El que escribe hace unos pocos días asistió a (y participó, con mucho tiento, en) la enésima discusión radiofónica acerca del volumen de decibelios en la noche bilbaína. Incluso entre los más recalcitrantes se reconocía una cierta bajada de volumen de la fiesta, aunque este descenso aún no les parecía suficiente. Parece claro, de todos modos, que nadie puede esperar que las fiestas transcurran en medio de un aristocrático silencio o de un levísimo murmullo tonal. Habrá que seguir demandando paciencia a los más exigentes. Y ciertamente nueve días pueden ser muy largos, pero al menos estos nueve días son al mismo tiempo aquellos en que el ruido debe ser más perdonable.

Por lo demás, estas líneas se publican ya al margen de la fiesta y ello las hace siempre complicadas. El saldo final también acabará siendo rigurosamente personal. Introduciendo una mínima variante en el dicho tradicional: todo el mundo habla de la fiesta según le haya ido en ella, de modo que también en esto las versiones serán para todos los gustos.

La fiesta del que escribe ha estado llena de encuentros con parte de esa gente que no vive en Bilbao pero que regresa a su ciudad en vacaciones, y ese es otro buen motivo para saludar la Aste Nagusia. El encuentro, o el reencuentro, es un fenómeno propicio para la fiesta. Quizás el reencuentro se produce en esos días con mayor euforia que en cualquier otro momento del año. A los amigos que dejé de ver, pero que ahora he visto de nuevo, espero volver a tenerlos al alcance de la mano en las próximas fiestas.

Cerrado el ciclo de otro año, sólo queda armarse de valor, quizás recurrir a la lectura de los filósofos estoicos y esperar con templanza inquebrantable la reentrada del otoño. Incluso el toque de magia que las fiestas proporcionan a una ciudad es también magia de cartón piedra: todo vuelve a las maneras de costumbre y no resulta oportuno quejarse, más que nada porque no existe otra alternativa. El fin de fiesta, por otra parte, nos iguala a los lectores de la edición vasca de este periódico: ninguna irreductible provincia tendrá ya que aguantar el ambiente festivo de cualquiera otra. Después de disfrutar por separado, ahora volveremos a compartir lo de siempre: los habituales problemas del paisito.

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