La identidad de una ficción
Cuando naces, no eres nadie, lógicamente, pero un señor que se cree que es tu padre va y dice, por ejemplo:
-Tú eres Salvador García Panadero.
Es imposible que tú seas Salvador García Panadero o cualquier otro, acabas de llegar del limbo o de donde vengan los recién nacidos. No eres nadie, insistimos, pero la presión ambiental para que te conviertas en Salvador García Panadero es de tal calibre que, no nos pregunten ustedes cómo, acabas siendo Salvador García Panadero. Y si te ha tocado ese nombre, enhorabuena, porque ser García está al alcance de cualquiera, no hay más que asomarse a la guía telefónica: los hay a miles. Pero supón que te mandan ser Chéspir, que para más complicaciones se escribe Shakespeare. Hasta ahora sólo lo ha conseguido uno, porque, además de escribir como los ángeles, has de hacerlo en inglés. O imagina que te mandan ser Zaplana y que no se te pueda arrugar el traje ni descolocar el nudo de la corbata, aunque seas ministro de Trabajo y debas dar ejemplo.
Lo peor que te puede pasar cuando naces es que, además de decirte que eres Fulano de Tal o Mengano de Cual, te aseguren que eres vasco o español o catalán o americano o chipriota. A mí me dijeron que era valenciano
Algunos padres no tienen sentimientos. Sabemos de un muchacho al que han obligado a ser Alejandro Agag, y el pobre lleva todo el mes de agosto con Ana Botella y su marido encerrado en un barco de cuatro metros donde no puedes dar dos pasos sin encontrártelos. Y tenemos documentado también el caso de una mujer a la que dieron el puesto de Ana Obregón y ha de estar todo el tiempo en bikini y sin respirar para ocultar el estómago a los fotógrafos.
La prueba de que no eres Salvador García Panadero es que has de llevar en el bolsillo un carné para demostrárselo a la autoridad competente cuando sea menester. Si estuviera tan claro, qué falta nos harían los papeles. La identidad, pues, es una ficción que nos acabamos creyendo a base de representarla una y otra vez, como esos actores locos que se identifican masivamente con su personaje. Es lo que le ocurrió a John Weissmuller con Tarzán. En sus últimos días estaba tan convencido de ser Tarzán como nosotros de ser Salvador García Panadero. Pero, por favor, si hasta a Raniero de Mónaco resulta imposible sacarle de la cabeza que es Raniero de Mónaco, aunque se trata de una identidad completamente inverosímil.
La identidad, en fin, no es más que una convención, aunque una convención tan aceptada universalmente que tú mismo te miras un día en el espejo y, si una vocecita interior te pregunta quién eres, respondes muy serio: 'Soy Salvador García Panadero'. Pero si en lugar del carné de Salvador García Panadero te hubieran dado el de Eutimio de la Fuente Buenaventura, serías Eutimio de la Fuente Buenaventura, reconócelo. O sea, que por un lado no podemos vivir sin ser alguien, pero por otro da la impresión de que somos éste o aquél por casualidad. Ahora bien, ya que sin ser nadie logramos ser Salvador García Panadero, ¿por qué no ser más de uno para tener identidades de repuesto? Sería fantástico que tu padre se asomara a la cuna y te dijera:
-Tú, hijo mío, eres Salvador García Panadero y Eutimio de la Fuente Buenaventura.
Después de todo, tan arbitrario es ser uno como dos. Pero siendo dos, si pinchas en una identidad puedes arreglarte con la otra. A lo mejor eres desgraciado como Salvador García Panadero, pero alcanzas la dicha como Eutimio de la Fuente Buenaventura. Imaginen que a Arzallus le hubieran permitido ser al mismo tiempo Pujol: no habría cabido en sí de gozo. Ahora bien, del mismo modo que hay individuos que podrían sacar adelante sin problemas dos identidades, hay otros a los que incluso una sola les viene un poco grande, porque son la mitad de una persona. Es el caso de Jon Idígoras y Otegi, a quienes acabo de ver vociferando por la tele y me ha parecido un desperdicio que sean dos pudiendo ser perfectamente uno. Cabrían sin problemas en el mismo carné de identidad y aún sobraría sitio para Josu Ternera.
Con todo, lo peor que te puede pasar cuando naces es que, además de decirte que eres Fulano de Tal o Mengano de Cual, te aseguren que eres vasco o español o catalán o americano o chipriota. A mí me dijeron que era valenciano, pero no me lo creí y eso me ha ayudado a sobrellevar otras cosas. No quiero ni imaginar que al peso de ser Millás hubiera tenido que añadir el de ser valenciano o turco o argentino.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.