Johanesburgo: una operación global
Johannesburgo tiene que ser un éxito. El mundo no puede permitirse una Cumbre coja de resultados mediocres, y menos aún un fracaso. Gobiernos, grandes empresas, importantes asociaciones, organizaciones no gubernamentales y miles de personas entre delegados y periodistas se reunirán a finales de agosto en Johanesburgo con motivo de la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible para ponerse de acuerdo sobre un plan de acción global capaz de conciliar las necesidades legítimas de desarrollo económico y social de la humanidad con la obligación de mantener habitable nuestro planeta para las generaciones futuras.
En una reciente entrevista, Jacques Chirac resumía el problema así: 'Nos comportamos colectivamente como si dispusiéramos de un planeta de recambio al que trasladarnos, llegado el momento, con nuestro modo de vida'. Pero, en el gran desafío de conseguir un equilibrio entre el crecimiento, el desarrollo y la protección del medio ambiente, los arbitrajes a escala mundial no son fáciles de establecer y respetar, como lo prueba la dificultad de aplicar el protocolo de Kioto sobre el cambio climático.
Lo que está en juego de Johanesburgo es conseguir un decisivo salto cualitativo en materia de cooperación internacional. Hace diez años, la Conferencia de Río planteó correctamente el problema e indicó las oportunas orientaciones. Pero desde entonces no es mucho lo que hemos avanzado. Al mismo tiempo, la economía mundial se ha ido globalizando cada vez más.
Con todo, ante un peligro claro -el agujero en la capa de ozono- la comunidad internacional ha sido capaz de reaccionar eficazmente prohibiendo el uso de los CFC (clorofluorocarburos) con el protocolo de Montreal de 1987. Un éxito casi milagroso. Actualmente la situación es más estable, e incluso ha mejorado, pero el peligro persiste.
De la Unión Europea se espera en Johanesburgo que confirme su compromiso permanente en la búsqueda de soluciones multilaterales, su voluntad, confirmada por la ratificación del protocolo de Kioto, de proteger el medio ambiente, y su atención a los problemas de desarrollo del Tercer Mundo, del que es primer cliente comercial y primer proveedor de ayuda financiera. Debemos responder a las expectativas.
Ciertamente no podemos infravalorar la circunstancia de que algunos de los países en desarrollo se enfrentan problemas nacionales o regionales mucho más apremiantes, y sobre todo, en muchos de ellos, a la pobreza masiva. Es difícil convencerlos para que se unan a un esfuerzo colectivo contra el recalentamiento del clima cuando miles de millones de individuos no disponen todavía de electricidad o de agua potable. Pero no hay alternativa: por una diabólica fatalidad, serán las regiones próximas a los trópicos, que son precisamente las menos desarrolladas económicamente, y por lo tanto las que tienen menos capacidad de reacción, las que se verán más afectadas por los cambios climáticos y su secuela de huracanes, sequías e inundaciones.
La respuesta, la única respuesta conforme a nuestros valores, es la solidaridad. Tenemos un solo mundo y la economía está cada vez más globalizada. Debemos demostrar que no deseamos confiar su gestión exclusivamente a las fuerzas del mercado, a menudo salvajes. Tenemos que demostrar que somos capaces de dominar los problemas mundiales, incluidos el medio ambiente y el desarrollo, con una gestión concertada, sirviéndonos del Derecho internacional y de instituciones multilaterales eficaces y transparentes.
En Doha, en diciembre de 2001, los países miembros de la Organización Mundial del Comercio aprobaron una Agenda para el Desarrollo que combina la apertura de los mercados y la asistencia técnica multiforme a los países en desarrollo para que saquen el mayor partido posible de esta apertura. Estoy en contra de un discurso simplista 'antiglobalización'. La globalización es un hecho; lo que hay que hacer es gobernarla para controlar sus impactos, mitigando primero, y luego impidiendo los eventuales excesos. No olvidemos que a menudo quienes los pagan son las capas más débiles, las excluidas de la globalización, las brutalmente marginadas, y no las involucradas, que son las que recogen sus frutos.
En Monterrey, en la primavera de 2002, se llegó a un consenso mundial sobre los problemas de financiación del desarrollo, con avances conceptuales inimaginables tan sólo hace unos años: reconocimiento de la necesidad de una buena gestión de los asuntos públicos (Good Governance), gestión rigurosa de los dineros públicos, lucha contra la corrupción: los 15 Gobiernos de la Unión Europea se comprometieron colectiva e individualmente a aumentar de manera sustancial su ayuda pública al desarrollo (9.000 millones de euros más al año), como fase intermedia hacia el objetivo reconocido del 0,7% del PIB.
Johannesburgo debe ser la ocasión para nuevos avances concretos.
La Unión Europea está dispuesta a comprometerse con varias iniciativas que pensamos realizar gracias a la tecnología y a los conocimientos de nuestras empresas, al entusiasmo de nuestras ONG y en asociación con los países o regiones en desarrollo, especialmente en África.
Estas iniciativas tratarán del agua potable y su tratamiento, de la energía, promoviendo el uso de tecnologías eficientes y energías renovables, y de la salud, donde son indispensables grandes esfuerzos de investigación, inversión, prevención, formación y suministro de medicamentos a precios accesibles para combatir las enfermedades más extendidas.
Aportaremos los recursos humanos, financieros y tecnológicos que permitan asociar la ayuda pública, aumentada desde Monterrey, con las capacidades de financiación de nuestras empresas y los recursos locales.
Nos comprometeremos también, en el plano interno, a buscar métodos de consumo y producción más duraderos. Apenas será necesario recordar que, junto con esfuerzos como el desarrollo de las 'etiquetas verdes' o el reciclaje de los residuos industriales y domésticos, Europa ha demostrado que está dispuesta a revisar sus grandes políticas comunes como la pesca o la política agrícola con vistas a una mejor utilización de los recursos naturales y a una mayor apertura al Tercer Mundo.
Este es el momento de restablecer la confianza entre Norte y Sur, con asociaciones concretas y compromisos controlados. No es sin duda el momento más propicio para grandes tratados políticos o nuevas grandes Cartas internacionales. Es el momento de la tenacidad y del esfuerzo para conseguir ulteriores progresos en la dirección ya tímidamente apuntada.
El primer campo de aplicación debe ser África. Es en África, sobre todo, donde Europa deberá poner en marcha la asociación global medio ambiente-desarrollo.
Tendremos, pues, que hacer todo lo necesario para que Johannesburgo resulte un éxito. Es una tarea que sólo Europa está en condiciones de afrontar, porque sólo Europa tiene la conciencia política y los medios económicos para ello.
Romano Prodi es presidente de la Comisión Europea.
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