Chillida, el diálogo inacabado
'Prefiero conocer, al conocimiento'. Ese constante camino sin limitación en el resultado resume la trayectoria de Eduardo Chillida. Cuatro palabras le bastaron para hacer un sucinto recorrido por el devenir humano. Un caminar firme y sosegado para alcanzar el deseo de interrogarse constantemente sin apenas importarle la respuesta. La casualidad ha querido que otro gran interrogador del presente nos abandonara con pocos días de diferencia, Hans-Georg Gadamer, el creador de la hermenéutica e interrogador, como Chillida, a escala humana. Ahora Chillida ha dejado de preguntarse a sí mismo, pero nos ha dejado abierta la tarea de conocer para que podamos ir construyendo la tarea inconclusa que él nos legó a través de ese diálogo constante entre la naturaleza y la humanidad. En el momento de la necrológica, quienes le conocimos iniciamos un monólogo con el recuerdo de la persona, con aquella humanidad sobresaliente compartida con su inseparable Pilar Belzunce. Nos quedamos huérfanos de diálogo con la persona, con aquel Eduardo que inició la carrera de arquitectura y que la abandonó para dedicarse al dibujo. Y que, contradicciones de la vida, después, en 1989, recibió el título de arquitecto honorario del Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España.
A la manera de los tótems primitivos, extrae de la propia naturaleza todo cuanto ha servido para hacerla nuestra, pese a ser consciente de que se trata de un orden diferente al humano. Me atrevería a pensar que él la situaba en un orden superior, pero que con el trabajo podemos ir haciéndola nuestra. Utiliza yunques, hierro, madera, morada, hogares... Los vaciaba para que convivieran con el ambiente que les rodea. Le da al espacio contenido y, por ello, antes lo vacía para darle su propia dimensión, que no es otra que la que ofrece su humanidad.
Compromiso ético y vital tejían el imaginario y el curso cotidiano de los acontecimientos de quien tenía en mente ante todo que la materia, fuera cual fuese, bien se tratara de bronce, piedra, acero o papel, no son más que modulaciones de esa voz callada que es el espíritu. Una voz ahora callada físicamente, pero que va a resistirse a enmudecer. No podía ser de otra manera para alguien que se atrevió a, incluso, peinar el aire. Osadía bien pensada en términos artísticos: nada menos que ceñir los cabellos aéreos de esa Donosti suya, que quiso también de todos, y para todos proyectarlos al viento, sin exclusión y sin trabas, como ocurre en esos lugares sin lugar y en esos tiempos sin tiempo donde habita el arte.
Consuelo Ciscar es subsecretaria de Cultura de la Generalitat.
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