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Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Un herrero entre Heidegger y Einstein

Víctor Gómez Pin

Sostenía Marcel Proust que cuando su disposición es la de entregarse a las tareas más elevadas del espíritu, el ser humano 'es escrupuloso, mira muy de cerca, rechaza todo aquello que se aparta de la Verdad'. Opinión, sin duda, ampliamente compartida. Mas a la hora de precisar los rasgos de esta disposición, en pos de la verdad, surge un cierto equívoco. Una gran filosofía de nuestro tiempo escinde radicalmente, al respecto, la tarea del arte y la tarea de la ciencia. Concretamente, por lo que al problema del espacio se refiere, la ciencia (esclava del proyecto físico-técnico) sería totalmente ajena a esa desocultación consistente en el propio convertirse de la verdad en obra. Sólo el arte, y en particular la escultura, sería expresión de que se ha asumido el espacio como uno de 'esos fenómenos originarios en contacto con los cuales los hombres experimentan un terror que puede llegar hasta la angustia'.

Gaston Bachelard lo designaba mediante la expresión 'le forgeron', el herrero

El filósofo que así se expresa es Heidegger y el artista al que se refiere es el escultor de Hernani. Consciente o inconscientemente, Eduardo Chillida se confrontaría al espacio, atento, no a la métrica o las dimensiones, sino al hecho de que está empapado por el lenguaje. Y así, para él, forjar espacios sería procurar el ámbito de libertad y apertura 'para una instalación y un habitar de los humanos'. Esta tarea equivaldría a restaurar en el seno mismo del espacio habitual el carácter sagrado que compete a todo lugar donde la palabra se despliega. Incluso la escultura erigida en una aséptica institución financiera o administrativa despertaría en el que la contempla el sentimiento de lo originario: 'La escultura sería incorporación de los lugares que, fraguando una comarca y conservándola, mantienen en su entorno algo libre que confiere reposo a las cosas y estancia a los hombres en medio de ellas'.

No hay duda de que Chillida ha contribuido a restaurar esta humanizada disposición de las cosas en la que residiría el espacio como fenómeno originario. Pero, ¿lo ha hecho en conformidad a la contraposición entre ciencia y arte evocada por Heidegger? La cosa es dudosa. Pues que la modalidad de rigor propia a la ciencia no coincida de entrada con aquella que cabe buscar en las disciplinas artísticas, no es óbice para que los fantasmas a los que la ciencia responde se infiltren en las segundas.

En un texto muy poco conocido dedicado a Chillida, el epistemólogo francés Gaston Bachelard lo designaba mediante la expresión le forgeron, el herrero. Singular herrero y singular taller de fragua que nos recuerda al que, en un diálogo de Platón, da pie a una fascinante discusión sobre el ser de las cosas. Pues atento (como bien sabían los que trabajaban con él) a todas las vicisitudes de la tarea, desde la disposición de los utensilios a la resistencia de los materiales, el trabajador de Hernani ('trabajé siempre como un burro', solía decir) se sentía permanentemente acosado por un 'exceso de preguntas con respecto al espacio'. Pero tal exceso de preguntas acuciaba también a Arquímedes, y a Euclides y a Descartes y a Riemann y a Einstein... Pensadores estos últimos con los que Eduardo Chillida tenía sorprendentes puntos de convergencia: concretamente en lo referente a la curvatura del espacio mismo y por consiguiente a la imposibilidad de que se dé una superficie de inscripción que coincida con el plano euclidiano ('todo plano es revirado', decía al respecto Eduardo, en una tan ingenua como precisa expresión). Otro ejemplo: cuando el escultor de Hernani evocaba lo que él denominaba 'inquietud de la vertical', y que consistía en una dificultad para convencerse de la unicidad del ángulo recto, estaba (¡ni más ni menos!) negándose a otorgar a Euclides uno de sus postulados fundamentales. Pues al 'otórguese que todos los ángulos rectos son iguales' del geómetra griego, Chillida respondía: 'Nunca caigo en el ángulo recto por la razón sencilla de que la respuesta a un ángulo recto es otro ángulo recto diferente'.

Coincidiendo, sin buscarlo, con la problemática de Heidegger, Eduardo Chillida arrastra también las mismas obsesiones que Riemann, Einstein o René Thom. La teoría de los pliegues de este último llegó a fascinarle hasta el extremo de esbozar una historia del arte construida como una historia de pliegues. 'Si le quitas los pliegues al cuadro, ¿qué queda del cuadro?', decía respecto al Descendimiento de Roger van der Weyden; pliegues que sentía capaz de distinguir y catalogar 'desde un agujerito así de pequeño': pliegues de agua en Grünewald, pliegues de madera en Durero..., pues 'en el seno de la ilimitada variedad de los pliegues individuales se dan rasgos comunes que permiten agruparlos en especies'.

Problemas de gravitación, de densidad de la materia, de vinculación entre tiempo y espacio..., que Eduardo Chillida explora con armas propias, pero que son comunes a los grandes pensadores porque simplemente se trata de problemas a la vez elementales y universales, como lo son todos los planteados por la filosofía: disciplina a la que Chillida dedicó parte de su obra (ilustración del Poema de Parménides, esculturas en homenaje a René Thom, interpretaciones gráficas del concepto aristotélico de physis, y un largo etcétera) y de la que es un auténtico protector.

Víctor Gómez Pin es catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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