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Aste Nagusia
Columna
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Gautxori

Según anuncian los medios de comunicación, las administraciones están echando el resto: entrar o salir de Bilbao en transporte público va a ser fácil esta Aste Nagusia, y lo va a ser incluso a lo largo de toda la noche, cuando los últimos resistentes de la fiesta decidan retirarse, ya bien iluminados por la llegada de un nuevo día. Todos se han unido en la tarea, lo cual no suele ser fácil, en estos curiosos territorios en los que actúan más administraciones públicas que cuerpos policiales. En el entorno metropolitano, Renfe ha aumentado en 40 el número de trenes que funcionaron el año pasado. El metro también ha aumentado sus frecuencias. Bizkaibus, por su parte, conecta la capital con otros municipios mediante líneas directas, y el Ayuntamiento ha reforzado el servicio Gautxori para facilitar el tránsito nocturno entre el centro y los barrios periféricos.

Uno ya no tiene el cuerpo para vigilias festivas prolongadas, pero hay que mostrarse satisfecho por la eficacia de estas acciones concertadas, en que los políticos demuestran que, a veces, es posible incluso trabajar en interés de los demás. Se trata de que los jóvenes, sobre todo, eviten desplazarse en coche y que lo hagan precisamente en esos momentos en que sin duda han modificado su talante espiritual con diversos estimulantes. La íntima tragedia de la juventud siempre ha sido ésa: teniendo toda una vida por delante, no se es consciente al mismo tiempo de su enorme fragilidad. Por eso a muchos jóvenes la vida se les escapa, prematura, absurdamente, en un accidente de coche o de moto, sin que tengan ya oportunidad de arrepentirse por aquel acelerón extemporáneo, aquel adelantamiento impetuoso.

Confortará a los padres y a las madres (esas 'madres terribles' de las que habló García Lorca) saber que sus polluelos se mueven al ritmo que marca para ellos un profesional, un conductor que seguramente llevará a mano una imagen de San Cristóbal. Y saber que la posibilidad de ese traslado se extiende por la noche resulta una juiciosa medida, que sin duda saldrá cara (cara a los contribuyentes) pero cuyo efecto final resultará absolutamente precioso. Nunca llegaremos a saberlo pero, gracias a la vigilia de los transportes públicos, algún joven cuyo nombre jamás sabremos llegará este año pacíficamente hasta su cama después de una larga noche de fiesta, en vez de dejarse la vida en la A-8, que hace tiempo se ha convertido en cementerio de imprudentes.

Supongo que los servicios de transporte para gautxoris recalcitrantes tendrán también otras ventajas. Entre ellas, aliviar las calles de Bilbao del insoportable tráfico rodado. Si aparcar en Bilbao era ya un milagro, hacerlo en Aste Nagusia, en hora punta, sería objeto de monográficos en las revistas científicas de psicología de masas. Lo del tráfico y Bilbao es una novela surrealista. El nuevo sistema de estacionamiento (que exige el título de ingeniero de Caminos para entenderlo del todo) sólo pudo concebirse desde un punto de vista intimidatorio: se trataba de quitarle a la gente las ganas de aparcar y obligarle a tomar el transporte público.

Cuando las cosas se ponen tan difíciles al menos hay que agradecer que se obre en correspondencia, ofreciendo a la ciudadanía toda clase de facilidades para desplazarse en transporte público. Y eso, en fiestas, exige premeditación y nocturnidad.

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