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Crónica:PASEO POR UN PAÍS EN FIESTAS (3) | GENTE
Crónica
Texto informativo con interpretación

Al trote en Piedrahíta

Patricia Ortega Dolz

El cuadro, titulado La feria, está lleno de colores intensos y espesos, de cerca y de lejos... Es un día de sol; en el valle del Corneja pastan los caballos, las vacas y los toros negros, castaños, blancos... Sentados junto a ellos, sobre los mojones o hitos de piedra que le han dado nombre a esta tierra castellana de Piedrahíta, hay hombres con garrota y sombrero de paja. Hombres de esos que no se cansan de mirar el paso del tiempo desde cualquier sitio y que dejan que sus rostros se curtan al fresco. Aún quedan muchos por estos lares. Lo pintó Luciano Díaz-Castilla hace ya años, aquí, en Piedrahíta (Ávila). Este piedrahitense de unos 60 años, que se puso la sotana para estudiar y la colgó después para realizarse como pintor, es hijo de padres ganaderos, como la mayoría de los habitantes de este pueblo, circundado por inmensos pastos. Ya son muchas las ferias pintadas, pero hay algo que no ha cambiado: en todas ellas, los animales tienen un papel protagonista.

Es el preludio de fiestas y celebraciones que se prolongan hasta septiembre. El trote de los caballos anuncia que es tiempo de ferias y que aún queda medio verano por delante
Dicen que estos aires flamencos los trajeron los caballos, y algunos se enfadan cuando, en vez de bailar la jota acompañada por la dulzaina, se bailan sevillanas

Y es que, de siempre, las ferias de este pueblo han venido acompañadas de un buen número de cabezas de ganado. Tanto, que hoy las fiestas comienzan al ritmo del paso de los corceles, con lo que se conoce como la Feria del Caballo. Sí, aquí, donde el duque de Alba se construyó un palacio versallesco en el que, junto a su hija Cayetana, Goya pasó algunos veranos, empiezan a llegar caballos y más caballos. Hasta que se juntan más de 200 especies equinas en una localidad que apenas alcanza los 2.000 habitantes. Ocurre durante la segunda semana de agosto y lo anuncia el sonido del repicado de los cascos por las calles.

Durante estos días predomina la moda ranchera -tipo J. R., el de Dallas- o la estética Curro Jiménez -ya saben, sombrero, y gruesas y frondosas patillas-. Porque aquí lo que se cotiza es la raza pura española, o al menos eso dicen. La concentración del ganado ocupa varias parcelas, y durante el día hay un trasiego permanente de gentes de aquí para allá, que acuden a ver los múltiples concursos y las exhibiciones que se celebran en la plaza de toros. 'Vienen 27 ganaderías de 10 comunidades distintas', explica Miguel Redondo, organizador y coordinador del evento, orgulloso de que algo que 'empezó siendo una reunión de aficionados al caballo del pueblo se haya convertido en un punto de referencia para toda España'.

Por eso no es raro ver a las familias pasear con sus hijos en carros de caballos, o a la propia alcaldesa del pueblo, Carmen del Valle Escudero, montando una yegua, de charleta con sus amigas. 'Esta feria atrae a multitud de visitantes, y además le ha dado renombre a nuestro pueblo', comenta la jefa del consistorio, del Partido Popular y con tradición familiar: es hija de un ex alcalde y esposa del regidor del municipio vecino.

Pero estas fiestas, protagonizadas por estos majestuosos animales, van adornadas de multitud de actividades. Así, al más puro estilo andaluz, aunque estemos en el corazón de esta sierra castellana, se monta un baile flamenco, una romería y una misa rociera. Y por si quedaban dudas, hay hasta una escuela de flamenco. Aunque este año tuvieron que conformarse con que los caballos y los carros llegasen a la ermita de la Virgen de la Vega con la música de Los Cantores de Híspalis de fondo porque el cura no da abasto con tanta misa en tanto pueblo y no quería una misa muy larga con guitarra y cantaores. Dicen que estas cosas flamencas las trajeron los caballos, y algunos se enfadan cuando, en lugar de bailarse la jota bajo el sonido de la dulzaina, se bailan sevillanas a tutiplén, como ocurrió la noche del pasado lunes. Entre los boxes de los caballos y los puestos de la feria se montó un tablao flamenco, y el grupo Amaranto consiguió que todos bailasen a ritmo de sevillanas hasta la madrugada.

Pero lo cierto es que no todo son caballos y flamenco. El pueblo está muy concurrido. Lugareños disfrutando el estío, ganaderos y familiares que participan en la feria, veraneantes y excursionistas, ecologistas obsesionados con la posible construcción de molinos en estos montes llenos de rapaces y de parapentistas que se pasan las horas muertas colgados del cielo... Todos ellos han copado los hoteles, y desde mayo no quedan plazas libres. Para ver una muestra de toda esta fauna humana basta con darse un paseo por la plaza Mayor. Que más que una plaza, como dice Luciano, 'es la sala de estar del pueblo'.

Y por la noche, a la verbena

Y de noche se transforma y se convierte en una divertida y movida sala de baile. Porque, ya se sabe, no hay un pueblo en fiestas si no hay verbena. Que se lo digan a Felipa González y a su compañero Antonio Febrero, de 76 y 87 años, respectivamente, solteros y residentes en Madrid, que ya llegaron bailando. Ella, recién peiná, elegante y guapetona, y él vestido de chulapo y luciendo un imperdible dorado en la solapa con el oso y el madroño. 'Yo aguanto más que ella y bailo mejor', decía Antonio. 'A mí me gusta el pasodoble', decía ella, mientras por los altavoces sonaban versiones del Aserejé, de Las Ketchup, y del Corazón latino, de Bisbal.

La orquesta ameniza las noches en la plaza, y los bares y pubs ofrecen conciertos gratuitos, como el que el otro día dio el grupo Hot As a Swing en el pub La Panera. Tres cacereños y un cubano, armados con armónica, guitarras y contrabajo, hicieron que todos se moviesen a ritmo de blues.

Y la noche que no hay verbena es noche cultural. Porque, además de las exposiciones de los artistas de la zona que llenan la última planta del Ayuntamiento, hay veladas de bailes folclóricos. Sin ir más lejos, el pasado martes, bajo la lluvia de estrellas, el Ballet Internacional de Ucrania dejó patidifusos a los espectadores con la profusión de colores de sus trajes, la agilidad de sus piernas y la velocidad de sus piruetas. Bailaron de todo: danzas rusas, caucásicas, ucranias... Y ofrecieron hasta un espectáculo de contorsionismo con una chica joven que se retorcía sobre sí misma como si fuese una persiana. '¡Qué barbaridad!', fue lo más suave que se escuchó entre los rumores de los espectadores.

Y esto no es más que el preludio de las fiestas y celebraciones, que se prolongan hasta septiembre. El trote de los caballos anuncia que es tiempo de ferias y aún queda medio verano por delante.

Media provincia en fiestas

SI NO ES EN UN PUEBLO es en otro, y si no es por un santo es por otro. Hacia mediados de agosto parece que todos los pueblos abulenses se ponen de acuerdo, y más de media provincia está en fiestas. San Pedro del Barco de Ávila, San Cristóbal y Nuestra Señora del Rosario, San Roque o la Virgen de la Asunción, cualquiera de ellos es motivo para mantener a un pueblo entero en danza durante dos o tres días. Las peñas salen a las calles con camisetas de colores y pañuelos, y, armadas con toda clase de instrumentos, montan el cirio. En las plazas mayores se reparten vasos de sangría y algún pincho a mediodía, y de noche hasta en el pueblo más minúsculo hay verbena. Porque aquí no se complican la vida montando escenarios e historias. Aquí, a media tarde, entra un camión en la plaza mayor del pueblo que sea, se planta en el sitio más visible y despliega sus alas. En cuestión de segundos se ha convertido en escenario porque todo su interior va forrado de luces y focos, altavoces e instrumentos musicales. Son como discotecas móviles. Luego llega la orquesta y 'que el ritmo no pare', como dice la canción. Aquí, en los programas se incluye también la hora de conclusión del baile, pero ninguna baja de las cuatro de la madrugada. No faltan las becerradas, los concursos infantiles, las competiciones deportivas, las procesiones, los juegos y las paellas gigantes... Hay hasta números de strip tease: femenino y masculino, por supuesto. Este último lo anuncian con un paréntesis: '(26 centímetros)'. En resumen, venir a Ávila en el ecuador estival es encontrar fiesta segura.

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Sobre la firma

Patricia Ortega Dolz
Es reportera de EL PAÍS desde 2001, especializada en Interior (Seguridad, Sucesos y Terrorismo). Ha desarrollado su carrera en este diario en distintas secciones: Local, Nacional, Domingo, o Revista, cultivando principalmente el género del Reportaje, ahora también audiovisual. Ha vivido en Nueva York y Shanghai y es autora de "Madrid en 20 vinos".

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