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VISTO / OÍDO
Columna
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Viva la muerte

Cuando se pronuncia una frase en una universidad, algo queda. El general demediado Millán Astray pronunció su 'muera la inteligencia' en la de Salamanca, y gritó lo que ya era tradición en la Legión, 'Viva la muerte'. La recuerdo porque, después de un tiempo largo de paz ambigua entre los occidentales, después de doctrinas, ensayos y Premios Nobel, algunos de ellos concedidos a asesinos declarados, vuelve otra vez a considerarse la vida humana como algo de lo que disponer los Estados (o por los aspirantes a Estado, como ETA). La vida ha empezado a tener un sentido más bajo: se ha prolongado demasiado, el número de habitantes del planeta es excesivo -y el de los aviones, y el del metro y las aulas y los hospitales- y hay que apresurar un poco la muerte. Se veía avanzar la abolición de la pena de muerte en Estados Unidos, y ha vuelto ahora mismo con todo su horror de Estado.

Se oye a su presidente una bella frase: 'No podemos permitirnos el lujo de no atacar Irak'. Es decir, de no producir cinco o seis mil muertos, y no distingo civiles de militares. Los muertos de Nueva York fueron todos civiles, y los de Afganistán también. El hermano de Bush, Sharon, hace entre otras cosas éstas: utiliza a los palestinos como escudos humanos en las operaciones de destrucción, derriba las casas de los familiares de sus atacantes suicidas, los expulsa. Quizá ese sentido reanudado del 'viva la muerte' lo den esos mismos atacantes palestinos que se envuelven en bombas para morir mientras matan a los israelíes más inocentes: los jóvenes de un baile o de una cafetería, los viajeros de un autobús. Claro que es demasiado reprobable si la punta de la civilización, marcada por Estados Unidos, bombardea desde la impunidad de sus armas una boda de afganos.

La gloria de la muerte, el 'dulce y honroso (decorum) es morir por la patria', que dijo Horacio, había pasado: cometíamos un error más. Sinceramente, yo creí que el mundo había aprendido que los asesinos de judíos no debían existir más: y son precisamente los judíos los que tomaron la antorcha del crimen. Creíamos que la bandera de la Libertad (lo pongo con mayúscula porque se nota que es más declamatorio y más falso que con minúscula) luchaba contra el mal de Stalin, y Bush se convierte en Stalin en cuanto a modos de actuar (los propósitos, eso sí, son distintos). La muerte vuelve a vivir.

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