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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Mensajeros de inquietud

Ni George W. Bush, presidente de Estados Unidos, ni Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal (Fed), ocultan ya su inquietud por las dificultades de la economía estadounidense, que es, o se supone, el motor infalible de la economía mundial. Tampoco ocultan ambos su deseo de guardarse un as en la manga, y ese as puede ser el manejo de los tipos de interés. El martes pasado, Greenspan los mantuvo en el 1,75%, pero su análisis de la situación parece indicar que está dispuesto a reducirlos si durante las próximas semanas se mantiene la debilidad de la demanda, la convulsión de los mercados y el hundimiento de los beneficios de las empresas; fenómenos deprimentes unidos por el hilo común de la desconfianza. Desde Tejas, el presidente Bush acaba de lanzar un nuevo mensaje optimista sobre el futuro de la economía, insistiendo en la obligación de que las empresas clarifiquen la información que suministran a los mercados y dejando abierta la posibilidad de nuevas bajadas de los tipos.

Tanto Bush como Greenspan están recitando los papeles que les asigna el guión: optimismo templado el uno y pesimismo moderado el otro. Mientras, los mercados empujan en la dirección de nuevas rebajas del precio del dinero. Para los inversores institucionales, la solución a casi todos los males económicos está escrita en la receta de dinero barato. El argumento es de manual: dinero más barato permitirá a los consumidores aumentar el gasto y bajará el peso del endeudamiento de las empresas. En tiempos de crisis proliferan las metáforas, y la que está de moda en Wall Street es que un recorte de los tipos proporcionará oxígeno a los mercados. Pero, como casi todas las metáforas, ésta describe más de lo que explica.

El dinero barato debe ser el estado monetario natural de una economía con tasas razonables de inflación, empleo y crecimiento. Los tipos elevados responden siempre a la necesidad de controlar desequilibrios importantes. Nada hay que oponer, en general, a la pretensión de que el coste del dinero baje todavía más en EE UU y se aproxime al 1% hasta finales de este año. Ahora bien, las dificultades de recuperación no se van a resolver sólo con recortes de tipos. Las decisiones de gasto, inversión y ahorro permanecen congeladas a la espera de que se solucionen problemas mayores de la economía estadounidense: la recuperación de la confianza de los inversores en las empresas, la certeza de que la ley castigará los fraudes empresariales y la seguridad razonable de que la corrección bursátil ha terminado.

La historia reciente, con los espectaculares casos de Enron, Andersen, Global Crossing o WorldCom, puede distorsionar el análisis global de la economía de Estados Unidos. La incapacidad de la Administración de Bush para definir una política presupuestaria clara tiene mucho que ver con las incertidumbres de la recuperación. A pesar de las declaraciones de liberalismo radical, los lobbies del acero o del automóvil consiguen fácilmente las ayudas públicas que solicitan; las reducciones de impuestos no parecen una buena idea en periodos de recesión y las decisiones firmes en favor de imponer mayor responsabilidad empresarial a los directivos se han tomado después de varios meses de duda, incluyendo la participación de Bush y Cheney en aventuras corporativas poco claras.

Europa debería mirarse en el espejo de EE UU y sacar las conclusiones debidas. El gobernador Duisenberg tiene más margen que Greenspan para reducir los tipos de interés y debería prevenir un empeoramiento general de la economía europea al menos durante este año. Los graves problemas de la industria de la UE -telecomunicaciones, automóvil- sí tienen un tratamiento directo y eficaz con dinero más barato.

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