Están perdiendo el respeto al flamenco
Lo de anteanoche en La Unión habría que incluirlo, seguramente, en la crónica de sucesos. Anunciado el comienzo del espectáculo para las once menos cuarto, las puertas del recinto se abrieron hacia las once y media. Todo el público en fila en la calle, esperando con santa paciencia. Al filo de la medianoche, al fin, Diego Amador y su grupo ocupaban sus puestos en el escenario para hacer 20 minutos -20, sí, no se trata de una errata- de música desganada y meterse para adentro sin decir adiós.
Estas cosas son insultantes para los ciudadanos y para el flamenco. Porque los oficiantes del mismo están beneficiándose muy mucho de una aceptación pública e institucional sin precedentes en la historia, y algunos de ellos siguen haciendo gala de una falta de respeto intolerable al arte del que viven. En estas ocasiones volvemos a sufrir, sin contemplaciones, aquello de que en el flamento todo vale.
Después, Niña Pastori hizo su concierto, ella sí con las condiciones de profesionalidad exigibles a un artista que se halla encumbrada. Lo que canta ya sabemos lo que es: canciones modernitas, casi todas iguales, de una trivialidad que es casi el vacío. Cosas como el Échame una mano, prima, con estribillos facilones repetidos hasta la exasperación, más unas bulerías, un cante a palo seco al aire que puede hacerlo Niña Pastori y unos fandanguitos. En conclusión, un momumento a la banalidad.
El Antiguo Mercado Público estuvo lleno a reventar, eso sí, con niños, madres de niños y coches de niños incluidos, pero dudo mucho de que el Festival del Cante de las Minas sea el marco adecuado para acontecimientos de tal naturaleza.
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