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Reportaje:

La eterna duda de Brasil

El país latino recibe con escepticismo la ayuda del FMI, que limita extraordinariamente los movimientos del próximo presidente

El anuncio de un nuevo crédito del FMI a Brasil por 30.000 millones de dólares fue un bálsamo de cortísimo efecto en el fragilizado mercado financiero brasileño: hubo una sola jornada de baja del dólar y de alza en la Bolsa da Valores. La euforia con que el ministro de Hacienda, Pedro Malan; el presidente del Banco Central, Arminio Fraga, y el mismo presidente Cardoso anunciaron las bondades del acuerdo, calificado de 'espectacular', no contagió a nadie.

La mayor parte de la ayuda, 24.000 millones, será liberada si el dirigente elegido acepta las muchas exigencias del FMI

El resultado de este escepticismo fue que, después de un jueves de recuperación, los mercados volvieron a la nebulosa normalidad de los últimos 20 días -es decir, tensión extrema- y la semana cerró exactamente como había empezado, a no ser por un detalle esencial: si a pesar de haber obtenido un crédito que, al menos en apariencia, superó hasta el más optimista, todo sigue igual, lo que cambió es que ahora ya no se puede esperar a un nuevo acuerdo milagroso. El acuerdo llegó, pero el milagro no.

¿Qué le pasa a Brasil? ¿Qué hacer para saciar el hambre irremediable de los inversores internacionales, que entre junio y la primera semana de agosto han sacado, solamente de la Bolsa de Valores de São Paulo, alrededor de 1.200 millones de dólares? Y, finalmente, ¿qué hacer para reconquistar la confianza de los mercados, tanto el interno como el internacional?

Para empezar, hay que ver hasta qué punto el acuerdo, pomposamente anunciado al anochecer del miércoles, corresponde a la euforia manifestada por el presidente de la República y sus dos principales escuderos económicos, Pedro Malan y Arminio Fraga.

Después de un primer momento de alegría, fueron divulgados los detalles pactados entre Brasil y el FMI. De inmediato, la estampida conmemorativa dio lugar a preocupaciones, hasta el punto de que el pasado viernes varios analistas independientes concluyeron que el principal efecto del acuerdo sería el meramente psicológico. Los 30.000 millones de dólares, en realidad, no pasan de 3.000 millones que podrán ser sacados en septiembre. La segunda cuota destinada para este año, otros 3.000 millones, será liberada en noviembre, pero después de que ciertas condiciones hayan sido cumplidas por Brasil. Todo el resto, es decir, 24.000 millones, será liberado el año que viene siempre que el nuevo presidente acepte las muchas exigencias con que el FMI suele hacer acompañar sus célebres ayudas.

Dudas inmediatas

Y exactamente en este punto surgieron dudas, casi a la misma hora en que se divulgó el contenido del acuerdo con el FMI. La meta del superávit primario con relación al PIB, de 3,75%, fue respetada por los negociadores del fondo, pero extendida a 2005 (es decir, los tres primeros de los cuatro años de la nueva administración), y con revisiones trimestrales, que podrán elevar ese nivel. La intención del FMI era establecer de inmediato una meta del 4% de superávit primario, y fue necesario mucho esfuerzo personal del mismo presidente brasileño para que se mantuviese la meta anterior.

En otras palabras, para cumplir lo pactado el próximo presidente deberá, forzosamente, gobernar dentro de un ajuste fiscal extremadamente severo. Cuando se recuerda que el mismo presidente Cardoso, hace pocos días, se quejó en una ceremonia oficial en Brasilia de que el país 'ya no tiene más de donde apretarse', se hace difícil creer que el sucesor acepte voluntariamente una política fiscal más ajustada aún.

La divulgación de esa y otras medidas que integran el nuevo acuerdo alteraron significativamente la visión que los analistas tuvieron, en un primer momento, de lo que se pactó en Washington. La conclusión, después de nuevos análisis, ha sido la siguiente: el acuerdo no es tan bueno como pareció en el principio.

El detalle más importante ha sido la disminución del piso mínimo de las reservas brasileñas, de 15.000 a 5.000 millones de dólares. Esos 10.000 millones son, en realidad, el único dinero nuevo con que Brasil puede contar. Los 3.000 millones de septiembre pobremente repondrán lo que se quemó entre julio y agosto para intentar contener el dólar. Los otros 3.000 millones quedan pendientes, principalmente, de la conducta del país en los próximos dos meses. Y cuando se recuerda que en agosto serán necesarios 1.324 millones de dólares sólo para honrar compromisos de 14 bancos y empresas, y que en octubre otros compromisos del grupo que concentra los mayores deudores exigirá 1.600 millones de dólares, queda claro que el aporte inicial desaparece en esa vorágine de deudas.

Además, los 10.000 millones de reservas propias en divisas que ahora el FMI acepta que sean utilizados para intervenir en los mercados cambiarios significan un cuchillo de doble filo. Por un lado, amplía la munición disponible para combatir apetitos más escandalosos; por otro, son recursos que podrían ser utilizados para cubrir compromisos externos y que estarán siendo quemados para mantener el real a niveles aceptables frente a la moneda norteamericana.

Aumenta, además, la pésima perspectiva de que al quemar reservas en un intento de mantener la cotización del real en niveles controlables, el país termine por carecer de recursos para honrar títulos públicos de la deuda.

Y ya que el nuevo acuerdo con el FMI quizá no sea suficiente para revertir la situación brasileña, ¿qué más esperar? Mientras no se sepa exactamente cuál será la política económica del próximo gobierno, es casi imposible retornar a una atmósfera de normalidad.

Tiene razón el presidente Cardoso cuando dice que el nuevo acuerdo con el fondo significa oxígeno para el país. Resta por saber hasta qué punto Brasil seguirá respirando con la dosis anunciada.

La viabilidad de los tres candidatos

La jornada bursátil del viernes iba a pleno vapor cuando el candidato centroizquierdista Ciro Gomes, segundo colocado en los sondeos electorales, finalmente aclaró su posición en relación el acuerdo con el FMI: 'Este préstamo es la única salida de corto plazo para la grave crisis construida por este modelo desastroso (es decir, la política económica del actual gobierno)'. Y fue incisivo en la conclusión: 'Caso electo por la voluntad soberana del pueblo brasileño, la actual política económica será reemplazada por otra, subordinada a la ley y a los exclusivos intereses nacionales'. No llega a ser una sorpresa, pero el impacto ha sido inmediato. En todos los sondeos divulgados a lo largo de las últimas tres semanas, en una simulación de cómo sería una segunda vuelta entre Ciro Gomes y Lula da Silva, el primero gana. Es todo lo que el mercado más teme desde siempre: que el próximo presidente sea Lula o Ciro Gomes. Y a estas alturas es casi imposible encontrar a alguien que todavía crea que el candidato oficialista José Serra logre despegar de su escuálido 11% del último sondeo. De hecho, el viernes había intensos rumores sobre una posible retirada de Serra de la carrera. Si los inversores y el FMI quieren a alguien capaz de asegurar la manutención de la actual política económica, los electores brasileños parecen querer exactamente lo contrario. Mientras tanto, lo que se ve es la consolidación de dos candidaturas, aunque la de Lula sigue despertando inmenso escepticismo. Sus esfuerzos para demostrar que ya no es la amenaza feroz de hace algunos meses -llegó a defender el acuerdo con el FMI- no tuvieron, al menos por ahora, el efecto deseado. Para el mercado es como si no hubiera salida. Los analistas y consultores reiteran que sólo medidas económicas ortodoxas podrán rescatar la confianza. Pero, de momento, el único de los candidatos que claramente asegura la continuidad es, por irónica coincidencia, el que más y más se aleja de la viabilidad electoral: José Serra. Por estos días, es más actual que nunca un viejo dicho popular: si uno corre, la fiera lo atrapa; si uno se queda, la fiera lo devora.

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