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VISTO / OÍDO
Columna
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Segregación, integración

Algunas comunidades -Madrid- segregan a los niños inmigrantes en las escuelas poniéndolos en aulas separadas. Cierto que siendo dueños del lenguaje como lo son, dicen que esta segregación es para integrarlos, una vez nivelados. La discusión es casi universal, muy aguda en Estados Unidos, que es un país de inmigrantes aunque dominado por los wasp -blancos anglosajones protestantes-, como lo es Francia -picassos, ionescos, vangogs...-, pero ordenado, dirigido y mandado por los descendientes de Astérix: 'nos ancêtres, les gauloises'. Es fácil separar, como en todo pensamiento y actitud contemporáneos, la izquierda y la derecha: la izquierda pide la integración, la derecha la segregación. Esta nueva expresión de separar para integrar no se conocía bien: es muy de Ruiz-Gallardón.

Estoy hablando de filósofos, psicólogos, pensadores, pedagogos. Las clases sociales presentan algunas dificultades de reconocimiento. Las clases un poco altas, o mucho, no atienden el problema: a 'sus' colegios no llegan los inmigrantes, como no tengan algunas características: blancos, ricos, con excelentes merendolas. Pero ésos no son inmigrantes: son extranjeros. Es en la izquierda sociológica, la de los colegios gratuitos, donde se plantea el problema que lleva años doliendo con los gitanos: el de negarse a convivir con las otras razas. No es nuevo: también pasó en Estados Unidos con el 'blanco pobre', que se negaba a la integración de negros y chicanos: era una izquierda derrotada, con un sentido de clase que le ofrecía la oportunidad de no ser el último eslabón de la cadena que empezaba en los Padres Peregrinos y terminaba en ellos, tan extranjeros pero sin casta buena. Sería curioso intentar regresar a la prédica de la lucha de clases y explicar al blanco pobre que el negro, el marroquí, el indio americano, son de la misma clase que él y que, unidos, podrían tener una fuerza. No se lo iban a creer. Un gran éxito de la derecha española ha sido convencer al pobre de que es rico. El taxi, el comercio, la tabernita, el piso y el coche son suyos. Pasarán toda su vida pagándolo al verdadero propietario, al banco y al seguro y a los impuestos: pero ahora creen que son suyos.

Y, en efecto, una diferencia hay: no van a prestar dinero al moro, al gitano o a la chica tropical del sexo callejero. Siempre habrá alguien peor: que no vaya al mismo colegio.

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