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Columna
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¿A qué estamos esperando?

En el parvulario de Oriente Próximo, los israelíes afirman que no van a retirar sus carros de combate y que no desmantelarán, ni siquiera paralizarán, los asentamientos mientras los palestinos no pongan fin al terrorismo y a los actos de provocación. Al mismo tiempo, los palestinos afirman que no pueden poner fin al terrorismo y a los actos de provocación mientras no termine la ocupación.

Ambos bandos aceptan más o menos las ideas del presidente Bush, que son más o menos idénticas al programa del presidente Clinton, que es más o menos similar al plan de paz europeo, que no difiere mucho de las propuestas saudíes. Por tanto, todo el mundo sabe que al final habrá dos Estados, a grandes rasgos siguiendo las fronteras de 1967, dos capitales en Jerusalén, ningún asentamiento judío en el interior de Palestina y ningún retorno masivo de los refugiados palestinos a Israel.

¿A qué estamos esperando todos? ¿Se trata realmente sólo de la mentalidad de guardería de: 'yo lo hago si tú lo haces primero'?

En esencia, el paciente, término con el que me refiero a israelíes y palestinos, está desgraciadamente listo para la operación quirúrgica, mientras que los médicos, a saber, Sharon y Arafat, son demasiado cobardes para operar.

Israelíes y palestinos deben intentar nuevamente alcanzar un acuerdo simultáneo: la supresión de unos cuantos asentamientos a cambio del desmantelamiento de una organización terrorista. Después, la supresión de otros pocos asentamientos más a cambio de la desaparición de otro grupo fundamentalista islámico.

Si esto no funciona, llevemos el conflicto más 'arriba', lo que supone establecer negociaciones entre Israel y la Liga Árabe (cuando yo estaba en la guardería y no era capaz de resolver mi conflicto con otro niño, hablaba con su hermana mayor o con sus padres).

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Quizá no deberíamos empezar por las fronteras y los asentamientos, ni siquiera por Jerusalén y los santos lugares, sino por los refugiados palestinos que llevan más de 50 años pudriéndose en campamentos. Estas personas no deberían trasladarse a Israel, porque de hacerlo habrá dos Estados palestinos y ni siquiera uno para los judíos. Pero cada uno de estos refugiados necesita un hogar, un trabajo y una ciudadanía del Estado palestino. Esto significa varios cientos de miles de empleos y casas. Es la dimensión más urgente del conflicto, porque estas personas sufren a diario unas condiciones inhumanas. Su desesperación es la principal causa del problema de seguridad que sufre Israel. Mientras los refugiados no tengan esperanza, Israel no tendrá seguridad.

Independientemente de la polémica histórica sobre quién es el principal culpable de la tragedia de estos refugiados, Europa puede, en un esfuerzo por resolver este problema en el futuro Estado palestino, desempeñar un papel clave, junto con EE UU, los países árabes ricos e Israel. Los santos lugares pueden esperar. Los refugiados no.

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