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¿La corrupción es de izquierdas?

La corrupción no es un fenómeno nuevo ni tampoco es imputable a las ideologías. La corrupción es un problema de falta de ética en determinados individuos, por eso le afecta ora a un director general de la Guardia Civil ora a un secretario de Estado de Hacienda. En consecuencia, los corruptos son las personas, no las ideologías con las que éstas pueden aparentemente comulgar, debiendo por tanto esclarecerse que el corrupto únicamente se representa a sí mismo y a sus intereses más espurios. De tal guisa que la tautológica tesis actual de que la corrupción es sólo un problema de izquierdas es cuanto menos de cuestionable consistencia.

Sin embargo, desde hace ya algunos años la izquierda necesariamente tiene que estar corrompida por mandato firme de la derecha. Mas es archiconocido que a la derecha se le han advertido flagrantes pifias, que incluso han quedado registradas en grabaciones. Pero si éstas no fueron debidamente autorizadas, esos personajes pretenden mantener públicamente su honorabilidad, aunque no por ello cualquier mortal, por esquizofrénico que sea en sus sesgadas interpretaciones, deja de entender que los registros de voz denuncian a las claras la vocación corrupta de quien cayó en la trampa; y si cayó fue porque se andaba tras sus esperadas correrías o ¿acaso fue el azar? Si bien, se le exige a la sociedad que interiorice una y otra vez que la corrupción es un pecado exclusivo de izquierdas. Y esto cabe intuir que es así por la presunta condición de modelo social de la izquierda, a la que no se le permite lo que por el contrario es sólito cuando incurre en ello la derecha.

El profesor Alejandro Nieto tiene escrito: '...hay quien se mete a político, como más de uno ya ha confesado, para ganar dinero...'. ¿Se puede argumentar que este pensamiento es únicamente aplicable a la izquierda? Una izquierda tachada por la derecha de pútrida y desaforada por quebrar las más estrictas convicciones morales, éticas y económicas que dice defender esa derecha. Si es así, la izquierda se verá una y otra vez impelida a ser oposición sempiterna, por parte de una ciudadanía hastiada de la corrupción que sólo afecta a ésta. Una izquierda que, cabe recordar, alcanzó el gobierno durante unos años. Aunque a tal nivel de responsabilidad se llegó, al parecer, fruto de un desaprensivo traspié de la ciudadanía, que confundió a los de toda la vida, por quienes inusitadamente les transmitieron un espejismo de cambio. Cambio que resultó efímero debido a la inexperiencia y a una gestión equívoca y soberbia de personas, pero nunca de ideas ni de la ideología que debía impregnar a los conductores de propuestas en principio renovadoras. Con todo, la izquierda fue desalojada del poder, lo cual se hizo haciendo uso de un potente aparato mediático y propagandístico, explotado con artimañas y artes de dudosa legitimidad ética, logrando a la postre la vuelta al gobierno de la derecha. Para la izquierda el abandono del poder representó una dura prueba y no resultó fácil la retirada a los cuarteles de invierno. Se perdían ciertos privilegios ligados al ejercicio de gobierno, por lo que al final esa izquierda se enzarzó en batallas fratricidas por burdos protagonismos y por un quítame unos cuantos puestos laborales a cargo del erario público. Esto último impedía o facultaba a algunos, según el caso, a mantener el ritmo de vida de cuando se había estado en el poder. Lamentablemente el debate era de subsistencia económica, pero no de ideas. Las ideas y la ideología siguen incólumes a la vejación de quienes tan sólo advierten de la política su componente de forma de ganarse la vida.

Por su parte la derecha, una vez retomó las riendas del poder como por tradición secular le corresponde, agravó la falta de ideas y las carencias de una forma de concebir el gobierno, cuya única lógica obedece al mandato de poderes fácticos. No obstante, al igual que Dios se apiadó y salvo al ladrón crucificado a su derecha, también todos los arrepentidos, en este caso supuestamente situados durante algún tiempo más o menos próximos a la izquierda, fueron redimidos y bajo el júbilo de un nuevo amanecer entraron en el gobierno y en sus entresijos, cada cual de acuerdo con las posibilidades que determinaban su anterior trayectoria, sus padrinos políticos o sencillamente sus apellidos.

Al final se extrae una vieja lección: ¿quién pierde siempre?: los malos; es decir: la izquierda. Y además se ha alcanzado el cénit al conseguir decretar que la corrupción es únicamente patrimonio de la izquierda y así se difunde públicamente. La derecha no puede ser corrupta, puesto que actúa con la coherencia de haber controlado desde siempre el poder, y eso sólo puede estar al lado de aquellos que se han fajado en la gobernación y no les afectan las corruptelas por formar parte intrínseca de su concepto ancestral de poder. Sentenciado, pues, que la corrupción es de izquierdas por los que se atreven a erigirse en adalides de la honradez pública, que duda cabe que hoy no se puede si quiera imaginar que todavía existan corrompidos, aunque convendría comparar determinadas instancias de antes y de ahora para constatar si, por ejemplo, el nepotismo también es sólo de izquierdas.

Ante tal pleamar de dislates, se precisa un peculiar estado de excepción mental y moral que se aleje de la generalizada hipnosis bajo cuyo adormecimiento se encuentra la inmensa mayoría de la sociedad, que propicie el rastreo de los responsables de instruir los procedimientos de descalificación global contra la izquierda, como única fórmula de ideologización para perpetuarse en el poder y en lo que él conlleva. Así se entiende esa resistencia numantina por aferrarse al cargo que rezuma entre ciertos gestores, cuyos méritos políticos fueron labrados desde el púlpito huero de unos orígenes partidistas, con el objeto exclusivo de gozar de las ilimitadas mieles que ofrece lo público. A situaciones tan alejadas de la más elemental ética política se ha llegado con la colaboración de los que silencian o distraen si es necesario su conciencia, dado que al final son las habichuelas, en su sentido más literal, las que acaban explicando las debilidades, dudas y mutaciones de tantas militancias y de tantos demócratas de toda la vida, conversos cual moriscos en expulsión. Pero ideas e ideología siguen brillando por su ausencia en toda su amplitud.

El vacío ideológico se suple hoy con los disparates de la descalificación sistemática que se ven acompañados de la fanfarria y el jolgorio que destila un estado versallesco, donde el glamour de ciertos gobernantes precede a cualesquiera otras iniciativas más propias de la acción política, encarnando así un concepto frívolo de la convivencia social. Todo lo cual ayuda a desechar cualquier conato de probidad, dejando de ese modo paso franco a las exigencias de los mandatarios más abyectos que, frente a la teóricamente endiablada y corrupta izquierda, han sabido erigirse en esperpéntica imagen asociada a una derecha guapa, globalizada y con pedigrí, en la que no tienen cabida los corruptos que al parecer siempre se sitúan a la siniestra, como su propio nombre indica. Para la izquierda siguen sonando Maitines y Laudes del Oficio de difuntos, electoralmente hablando, claro.

Vicente M. Monfort es profesor de la Universidad Jaume I de Castellón.

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