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¿Qué sucede cuando se descubre a un estafador?

Antón Costas

Vivimos tiempos de estafas y de estafadores. Las páginas de los periódicos vienen llenas de noticias acerca de prácticas dudosas cometidas por directivos de grandes empresas norteamericanas y europeas. Las técnicas de estafa varían, pero las más frecuentes en estos últimos tiempos son la estafa de los accionistas por los directivos, la manipulación de la contabilidad para encubrir pérdidas e inflar los resultados, y la venta de acciones antes de que sean públicos los malos resultados. Esta última, una variante del 'coge el dinero y corre'. Algo en lo que parecen haber incurrido el propio presidente George W. Bush y su vicepresidente, Dick Cheney.

Sería reconfortante pensar que tenemos mecanismos para protegernos contra estas prácticas de fraude y, lo que es más importante, para confiar en que disminuirán en el futuro. Pero me cuesta creerlo.

¿Por qué surgen ahora tantos casos de estafa? Porque hemos entrado en la fase de crisis y pánico que sigue siempre a las fases de manía especulativa. Es decir, ese deseo irracional que de forma recurrente impulsa a la humanidad a poseer o invertir en ciertos bienes. A la largo de la historia económica han sido muy variados los objetos de deseo y especulación que han provocado esas manías: los tulipanes en el siglo XVIII, los ferrocarriles en el XIX y los terrenos y activos inmobiliarios en el siglo XX, por citar unos pocos. Ahora hemos vivido la fiebre de Internet, los puntocom y las telecos. Estas manías son provocadas por expectativas exageradas acerca de la demanda futura de los nuevos productos y servicios. Llevados por esas expectativas exageradas, empresarios e inversores fomentan la especulación y hacen que los precios de esos bienes se disparen. Cuando se percibe que se ha estirado más el brazo que la manga, comienzan a aparecer prácticas contables dudosas con las que se intentan enmascarar los excesos y comportamientos irracionales. Y cuando esas prácticas comienzan a ser conocidas, se inicia la fase del pánico y las crisis. En esas estamos.

Pero ¿qué ocurre cuando se descubre a un estafador? Estos días he vuelto a leer un libro instructivo y delicioso de Charles P. Kindleberger, Manías, pánicos y cracs. Ilustra comportamientos de los defraudadores que se repiten a lo largo de la historia de las crisis. Uno es el suicidio, como forma de escape del defraudador ante una intolerable pérdida de autoestima. Hay muchos ejemplos. Recuerden a Roberto Calvi. O la imagen de los agentes de Bolsa tirándose por las ventanas de Wall Street en octubre de 1929. Otro es el vuelo, es decir, la fuga o el autoexilio de los defraudadores hacia otros lugares para reanudar allí sus actividades o vivir el resto de sus días con mayor o menor comodidad. Un caso histórico importante fue el de Robert Knight, que después de falsificar los libros de contabilidad de la South Sea Company, en el Reino Unido, voló al continente para labrarse una nueva fortuna en París, después de una breve estancia en la cárcel de Amberes. En algunos casos dan con sus huesos en la cárcel, pero en general por poco tiempo.

¿Se pueden prevenir las prácticas fraudulentas? ¿Cuál es el castigo adecuado? Estados Unidos ha elegido esta semana el camino de endurecer las penas de cárcel. El Gobierno de Aznar ha anunciado mayor rigor, pero me temo que el pecado podrá saldarse con unas jaculatorias. Otros revindican el retorno de la ética. (Por cierto, me llama la atención que donde más se habla de la ética y donde se crean cátedras sobre esta materia sea en las escuelas privadas de negocios y no en la universidad pública. Quizá sea una percepción excesiva, pero me recuerda lo de 'dime de que presumes y te diré de que careces'). Por mi parte, sólo mencionaré un castigo que ha sido sugerido varias veces a lo largo del tiempo. Así, con ocasión del fraude de la mencionada South Sea, en la Cámara de los Comunes se sugirió que los directivos debían ser declarados culpables de parricidio y someterlos al antiguo castigo romano para esa transgesión: ser introducidos en sacos cosidos, cada uno con un mono y una serpiente, y ahogados. Pero, a decir verdad, me parece un poco excesivo y encontraría el rechazo de los defensores de los animales.

La estafa financiera, en sus diversas formas, es consustancial al capitalismo y está asociada a las manías y las burbujas especulativas. Quizá se pueda moderar introduciendo un poco más de moralidad en los comportamientos de los altos ejecutivos. Especialmente, prohibiendo muchas de esas formas de retribución variable y exagerada, como las stock options, que incentivan prácticas empresariales y contables dudosas. Pero confío más en la difusión de los hechos delictivos. Por un lado, porque actúa como señal de que el fraude se paga con la pérdida de reputación. Por otro, porque fomenta la moralidad al estilo de como se hace en Candide, de Voltarie, donde se corta la cabeza a un general 'para animar a los demás'. Pero tampoco hay que exagerar. La codicia es un componente básico de la naturaleza humana que el capitalismo sabe explotar y encauzar como ningún otro sistema. En eso reside gran parte de su fortaleza y dinamismo.

Anton Costas es catedrático de Política Económica de la Universidad de Barcelona.

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