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Los temporeros refugiados

El Ejército instala un campamento provisional en Alcarràs para alojar a los inmigrantes sin trabajo

El Ejército español, con una larga experiencia en misiones humanitarias, ha tenido que acudir en socorro del Ayuntamiento de Alcarràs para equipar el campamento para inmigrantes subsaharianos instalado en las afueras del casco urbano. Alcarràs es una de las localidades del sur de la provincia de Lleida que este verano se han visto desbordadas por la llegada masiva de inmigrantes de diferentes nacionalidades para trabajar en la campaña de recolección de la fruta, pero una mala cosecha, sobre todo a causa de las últimas tormentas de granizo caídas en la zona, les ha dejado sin trabajo. Más de 3.000 temporeros vagan por calles y plazas y duemen al raso sobre cartones.

Alcarràs (4.900 habitantes) es un ejemplo de la crítica situación que ha provocado la falta de trabajo en la subcomarca del Baix Segre, zona neurálgica de la producción de fruta dulce. Esta localidad se caracteriza desde hace años por la abrumadora presencia de inmigrantes procedentes del África negra que no encuentran trabajo. Los agricultores los prefieren a los de origen magrebí porque, al parecer de un vecino hostelero, 'son menos conflictivos y mejores clientes'.

La estancia transpira tanta pobreza que tiene visos de campo de refugiados

A diferencia de campañas anteriores, este año no hay trabajo para los 300 subsaharianos -más de la mitad de ellos sin papeles- que solían concentrarse en la plaza de la Iglesia, en el mercado y junto al campo de fútbol esperando que alguien solicitara sus servicios. Pero la escasez de fruta que recolectar -un 10% menos- y la contratación en origen de temporeros colombianos, marroquíes y rumanos les han dejado sin opciones de trabajar. Las autoridades locales aconsejaron a estos inmigrantes que se marcharan, pero ellos decidieron quedarse. 'No podemos irnos porque no tenemos dinero. Hemos venido a trabajar, pero no nos contratan porque no tenemos papeles y eso depende de vosotros, los blancos', se lamenta David, un senegalés de 25 años.

Como la situación del colectivo empezaba a ser insostenible y el problema empezaba a adquirir tintes humanitarios, el consistorio de Alcarràs acordó agrupar a estas personas en un campamento provisional en las afueras del pueblo, aprovechando las instalaciones de una antigua granja de terneros. Y como el cobertizo no reunía las mínimas condiciones sanitarias y de habitabilidad, su alcalde, el convergente Gerard Serra, reclamó ayuda material y logística a los mandos de la Academia General Básica de Suboficiales de Talarn.

La respuesta del centro de formación militar fue inmediata y desde el pasado martes el campamento ya está equipado con ocho tiendas de campaña modulares con sus correspondientes literas, colchones y mantas. El emplazamiento, con capacidad para 160 inquilinos, está dotado también con una pequeña cabina con un aseo, un retrete y una ducha. Sólo pueden entrar en el recinto los inmigrantes registrados con anterioridad en la oficina municipal de atención al recién llegado. El consistorio cerró el jueves la expedición de tarjetas para evitar el 'efecto llamada'.

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El campamento transpira tanta improvisación y pobreza que tiene más visos de campo de refugiados que de asentamiento para personas. Serra reconoce que la solución adoptada no es ninguna maravilla y que el consistorio no puede solucionar el problema de otro modo. 'No sé si nos hemos equivocado y es posible que el lugar parezca un gueto, pero no podíamos permanecer con los brazos cruzados, había que hacer algo para mejorar la calidad de vida de estas personas y creo que ahora con esta actuación están menos mal que antes', señala el alcalde, que recuerda que el campamento será desmontado a finales de agosto.

Los interesados no pueden menos que agradecer la iniciativa municipal. Por lo menos ya no duermen a la intemperie y por la noche no sufren las picaduras de los mosquitos. 'Ahora estamos bien, dormimos como soldados, pero sin granadas', explica con cierto gracejo Dog Eat, un ciudadano de Sierra Leona, para quien el principal problema no es el alojamiento, sino la falta de trabajo. 'Ahora tenemos una cama pero no podemos conciliar el sueño porque nuestro problema es el trabajo y sin trabajo no tenemos posibilidad de encontrar un futuro mejor', añade. Otro acampado se queja de que los agricultores prefieren contratar a temporeros suramericanos y del Este.

La vida en el campamento es monótona y la organización es mínima. En cada tienda hay dos responsables que se encargan de hacer cumplir las normas de orden y de limpieza impuestas por el Ayuntamiento. La convivencia entre personas de diferentes países y culturas no es fácil y se hace evidente la división entre anglófonos y francófonos, sobre todo a la hora de compartir los escasos alimentos de que disponen. 'Estamos obligados a convivir, pero no congeniamos', reconoce un ghanés. Cada día, cuando amanece, el campamento se queda semivacío. Los inmigrantes recorren los más de dos kilómetros que hay hasta el pueblo para ver si algún empresario los contrata. Encontrar trabajo ya es una cuestión de suerte. Por eso mañana volverán a la plaza con la ilusión del primer día.

Campamento para inmigrantes montado por el Ejército en Alcarràs.
Campamento para inmigrantes montado por el Ejército en Alcarràs.HERMINIA SIRVENT

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