_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Beatus ille...

Qué difícil resulta irse de vacaciones. Me refiero a esa cosa tan sencilla como desconectar durante cuatro o cinco días. De entrada, está la carretera. Pongamos que el atasco no dure mucho y que no se coincida en los tramos más sensibles con ciertos émulos de Schumacher a bordo o bien de utilitarios forzados al máximo o de un abultado número de toneladas sobre varios ejes. Pero entonces pasa como una exhalación una furgoneta en cuyos flancos ofrece griferías, bombas -de agua- y, qué casualidad, grupos de presión. ¿Se tratará de algún tipo de mensaje? Un poco más adelante, el coche comienza a emitir hipos y gruñidos. Resulta que no tiene agua y la paranoia comienza a relacionar una cosa con otra y por aquello de que al enemigo ni agua uno empieza a convencerse que los grupos de presión le han echado mal de grifo, digo de ojo. Más vale que la carretera es corta, pero cuando uno llega al pueblo, un pueblo de verdad con sus cuatro casas y su campo, se encuentra con una calle llamada Tortuosa y no puede evitar pensar en Madrazo.

En el monte las cosas no van mejor. Al caminar por donde pisan los bueyes uno comprueba que ya no va por allí Ibarretxe. Se trataba de una metáfora arriesgada porque, pese a querer ensalzar la sensatez, los sitios por donde van los bueyes, o las vacas si vamos al caso, están hechos un asco, pero en fin. Al pasar un tal Fernández cabalgando su bicicleta de montaña, uno observa que tampoco le acompaña el lehendakari de todos los vascos y cuando piensa que es porque igual se ha ido a Mallorca para comprobar cómo viven de verdad los alemanes, no puede uno menos que suponer los gratos días que nos esperan cuando a nuestros abuelos vascos les pidan el visado para ir a Benidorm y eso los que tengan con qué, porque la mayoría se va a jubilar con lo puesto. Más vale que Dios es misericordioso y aunque apriete no ahoga como lo demuestra que ponga por fin la metáfora de Ibarretxe al alcance del desasosegado excursionista. Está en las grajas que graznan en los despeñaderos sólo para que sus gritos suenen tan amplificados como insensatos. O quizá en el desmán, ese ratoncillo pirenaico con nombre prepotente.

Cuando se asume que hay una conspiración mundial para impedir que uno pueda abandonarse y desconectar, se disfruta con cosas como que haga un sol de justicia, pero únicamente como detonante de una sed de justicia que, por aquello del senderismo, uno se limita a calmar con un trago de la cantimplora. Lo mismo ocurre con el silencio. Resulta tan perfecto que hace doble el descanso, por lo que uno se despierta en la mitad de tiempo y puede dedicarse a poblar las largas horas de la noche con su galería de retratos favoritos donde no falta un Otegi vagando como el fantasma del Lara byroniano por un castillo inmenso aunque embargado. Menos mal que las pesadillas cobran fin a las cinco de la mañana, el momento exacto en que los pájaros se ponen a gorjear para darle al insomnio una causa por lo menos inmediata. Aunque no menos molesta, porque el oído ciudadano sólo está hecho a los pájaros de cuenta y no a esas flores de plumas -reparen en la imagen extraída del más fino barroco español- que pueden ser también buitres y quebrantahuesos en el cielo, dicho sea sin ánimo de ofender.

Entre las muchas cosas olvidadas el pueblo, un pueblo como Dios manda con sus abuelos sentados a la puerta y el tiempo que fluye cansino, ofrece las auténticas cagarrutas de perro aquellas de los chuchos de antaño que al pisarlas se deshacían en arena inodora y no como las de los sobrealimentados perros de la capital que apestan y embadurnan zapatos y más aceras. El pueblo también ofrece moscas, esos bichos de otro tiempo que se posan en la coronilla para recordarle a uno que apenas le queda dentro de la bóveda craneal poco más que ese frufrú y ese cosquilleo que únicamente los pechisacados toman por ideas. Pero como todo lo bueno tiene su fin, también lo tienen las vacaciones y uno regresa a casa para reencontrarse con el auténtico verano vasco. Ya saben, sin sol, pero con gracia. Como las palabras de Begoña Errazti pidiendo 'respeto a la decisión de otro Parlamento, guste o no guste lo que decida'. ¿Se referirá también al español?

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_