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Cortina de Perejil

Ha sido motivo de general satisfacción el hecho de que el reciente encontronazo cuasibélico entre los reinos de España y de Marruecos a cuenta del peñasco de Perejil se haya saldado de modo incruento. Pero incruento, esto es, sin sangre, no significa lo mismo que sin bajas, porque bajas las hubo. En las procelosas aguas del Estrecho, este mes de julio han sido dados por desaparecidos en acción -discúlpenme el anglicismo- el decoro de muchos comentaristas y el sentido del ridículo de numerosas autoridades españolas, y hemos comprobado cómo las vacunas que nuestra sociedad autosatisfecha creía poseer contra el militarismo o contra la xenofobia quedaban sin efecto apenas sonó el primer clarinazo cuartelero, apenas se invocó el honor patrio herido, apenas vimos la bandera del infiel ondeando sobre unas piedras olvidadas y yermas, pero que el discurso dominante reputaba como nuestras.

Las vacunas contra el militarismo y la xenofobia quedaban sin efecto

Al calor de la crisis de Perejil, incluso los medios de comunicación más solventes no han podido o no han querido dejar de recoger -en la calle, en los mercados, entre la tropa movilizada para la ocasión...- frases del tipo de 'a los moros, ni agua', o 'yo ya me veía tomando Tetuán', o 'matar a todos los moros'; frases que, en otras circunstancias, hubiesen merecido severa y universal reprobación, pero que ahora pasaban por ser manifestaciones de un sano -aunque tal vez excesivo- entusiasmo. Y hemos visto al ministro de Defensa, Federico Trillo-Figueroa, relatar a la opinión pública los preparativos y el desarrollo de la operación reconquistadora del 17 de julio cual celtibérico Eisenhower en pleno día D, y a su jefe, el presidente Aznar, adoptando poses seudochurchillianas para arrogarse el mérito del efímero control español -tres días- sobre el islote de la discordia. Más grave: hemos oído al líder de la oposición, José Luis Rodríguez Zapatero, declarar la mañana de la microvictoria perejilesca: 'Hoy, todos nos hemos sentido orgullosos de ser españoles'... ¿Por qué será -me pregunto- que todos cuantos invocan aquella sobada frase según la cual el patriotismo es el refugio de los canallas piensan siempre en el patriotismo de los demás, nunca en el propio?

Sea cual sea la respuesta a dicho interrogante, lo cierto es que, para el Gobierno del Partido Popular, la escaramuza estival con el vecino del Sur ha venido como agua de mayo; tanto, que si uno tuviese más fe de la que tiene en las capacidades del antiguo Cesid -hoy, Centro Nacional de Inteligencia- hasta sospecharía de sus agentes en Marruecos como provocadores del conflicto. Veamos: gracias al efecto Perejil, durante las tres semanas previas a que el país entero cierre por vacaciones, las secuelas del polémico decretazo sobre las prestaciones del paro casi han desaparecido del menú informativo, los sindicatos y la problemática laboral han visto drásticamente reducida su 'cuota de pantalla' y la huelga general del 20 de junio parece ya un episodio lejanísimo. ¿Quién se acordará de ella en septiembre?

Gracias al efecto Perejil, la ominosa Ley de Partidos Políticos ha entrado en vigor en medio del silencio y de la indiferencia generales, sin que tengamos noticia de si el contador incriminatorio contra Batasuna ha comenzado a funcionar o de si las iniciativas parlamentarias para su ilegalización están ya en marcha. Gracias al efecto Perejil, el serio tropiezo que José María Aznar sufrió en el debate de política general del pasado día 15 frente a José Luis Rodríguez Zapatero ha quedado diluido y enmascarado por los vapores patriótico-guerreros que el complejo mediático monclovita esparce generosamente. Abrazado a la bandera rojigualda, el vencido de aquel debate ha comprobado cómo apenas cinco días de crisis le devolvían al centro del ring y al papel de vencedor.

Por culpa del efecto Perejil, el PSOE no sólo ha visto disiparse las rentas de la victoria dialéctica de su líder sobre Aznar, sino que ha aparecido otra vez a remolque del Gobierno, cautivo de las 'cuestiones de Estado', presto a pactar más que a ofrecer alternativas. Los socialistas han desaprovechado una ocasión magnífica para hacer pedagogía sobre un modo distinto, más laico y progresista, de abordar los litigios internacionales, sin amenazas, sin exhibiciones de fuerza, sin boinas verdes ni legionarios, sin fáciles apelaciones al honor patrio; Rodríguez Zapatero y los suyos se resisten a admitir que en materia de celo nacional español -y esto vale con respecto a Marruecos igual que para Euskadi o Cataluña- el PSOE puede sembrar, pero es siempre el PP quien cosecha.

En fin, que la crisis de Leila o Perejil ha sido para el Gobierno una bendición de Dios, o de Alá. Lástima sólo que el rifirrafe norteafricano no haya durado lo bastante como para tapar también el escándalo de los documentos de Salamanca: el soberbio desdén del patronato ante una demanda razonada y posibilista, la ridícula pretensión de la ministra de dar el tema por cerrado, el tristísimo papel del Partido Popular de Cataluña, el espeso silencio de su líder in pectore, el ministro Josep Piqué... Y ahora sale el bueno de Alberto Fernández y recomienda, paternal, 'un esfuerzo de aproximación y de diálogo'. ¿Pues qué cree que hemos estado haciendo durante el último año y medio, antes de que nos dieran con la puerta en las narices?

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