Edmundo A. Esedín del Ródano, diplomático
Ayer murió en Tenerife, donde vivía desde hace casi cuarenta años, el diplomático (y polifacético) argentino Edmundo A. Esedín del Ródano a los 71 años. Fue un hombre peculiar; sabía tanto, y de tantas cosas, que cuando llegó a la isla canaria los que le acogieron en el Puerto de la Cruz, donde vivió hasta su muerte, pensaron que era un agente de una potencia extranjera, de la CIA, probablemente. Y no era así, claro: simplemente, era un personaje de otra época, sabía todos los idiomas que antes sabían los cosmopolitas (desde el alemán al árabe), había sido diplomático de su propio país y de algunas potencias extranjeras, como Siria y Arabia Saudí, y dejó que su prestancia personal (e intelectual) le hiciera notorio en la vida cultural de Canarias dentro del misterio que hizo posible que pareciera siempre un doble agente, cuando en realidad era un hombre sencillo, fantasioso, divertido, fuera de serie. Como un personaje de novela de Graham Greene, con un enorme sentido del humor. Introdujo en Tenerife el gusto por la gastronomía argentina, y por el folclor de su país; escribió en los diarios insulares y fue un consultor de sexo, de literatura y de comida en los círculos culturales insulares. Ahora que ha muerto deja tras de sí la esencia de su misterio: cómo un hombre que sabía tanto podía ser tan sencillo. A lo largo de los años consolidó, en Canarias, un modo de relacionarse con la cultura y con la amistad que lo convirtieron en un símbolo extraño, y estimulante, de una época que él nunca quiso despedir. Fue introductor en las islas del folclor y la literatura de su tierra; ambas las envolvió en la gastronomía.
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