La inflexión
Mi manera de interpretar el editorial de ayer, aquí, es que el 'punto de inflexión' en la política española es la consagración de Zapatero en el debate como un posible buen jefe de Gobierno. Es mi idea y parece que la de todos los que escriben y hablan, aunque les dé dentera. Ah, deseo salvar la contradicción que hay en esta frase: buen jefe de Gobierno. No los hay ni los habrá. Una democracia básica no puede tener jefe de Gobierno ni de Estado, ni debe ser un Gobierno de autócrata o mantener una política de secretario general en sus partidos: pero viene sucediendo, y uno de los errores de Aznar es creerse que es así; si perdió el debate no fue por sus planes para un futuro -que efectivamente no tiene- o un balance de cosas que no han sucedido, sino por haber creado para sí la figura del déspota. No ha sido mala política, porque en este tiempo fue acogido por un país con amor a la mano dura: un país que había cambiado su clase media amplia, mediante la transición, y que aún publica artículos y proclamas defendiendo las estatuas y las calles de Franco y de sus compañeros de conjura decimonónica.
El problema de estos personajes está en los hechos. Las palabras las inventan, las imponen, las compran y venden. Se puede vivir de ellas un tiempo, pero no siempre. No estaba mal que Zapatero le recordase ayer los hechos mientras él soltaba las más engañosas de las palabras y los balances; pero la opinión advierte en sí los daños, la carestía del euro, la corrupción de instituciones capitalistas -aquí y en el país que lo inventó-, la pérdida de la cultura, incluyendo la enseñanza que el Gobierno arroja sobre el escolar; la invención del lenguaje del antiterrorismo mientras crece el nacionalismo vasco, el de la sangre y el otro... No haría más que repetirme. O repetir este editorial que cito con admiración: se creía que no existía la alternativa socialista -perdón por 'socialista'; es trampa en la que suelo caer-: Aznar estaba arriba por inercia, y podía poner a su sucesor, que todavía no sabe quién es; desde hoy, ya no es así. En dos años pueden pasar cosas, y el partido socialista tiene una gran propensión a perder sus ventajas cuando las tiene; más de una vez le hemos visto ayudar con ahínco a su adversario.
Pero Aznar ha perdido la cabeza: se la ha quitado de encima al anunciar su retiro. Y la verdad es que, hoy, cualquiera que no sea él, está condenado.
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