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Editorial:DEBATE DEL ESTADO DE LA NACIÓN / y 2
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Acuerdos y desacuerdos

Ni el Gobierno ni el resto de las fuerzas políticas se apartaron del guión previo trazado en sus intervenciones a la hora de votar las resoluciones finales en el debate sobre el estado de la nación. La votación respondió milimétricamente a los puntos de encuentro -escasos y sobre cuestiones de Estado- y de desencuentro esbozados o concretados en el debate.

En primer lugar, los puntos de acuerdo. El compromiso reiterado por Aznar y Zapatero de trabajar con armonía tanto en el conflicto con Marruecos (islote Perejil) como en la cuestión vasca se ha plasmado en forma de resoluciones compartidas. Toda la Cámara, excepto el diputado de ERC Joan Puigcercós, coincidió -sin más matices- en el rechazo de la ocupación del islote por parte de Marruecos. Además, PP y PSOE consensuaron una muy significativa declaración sobre el acuerdo de autogobierno del Parlamento vasco, que hay que entender como una actualización del Pacto por las Libertades. Al compromiso con la Constitución y con el Estatuto se añade la apelación al Ejecutivo para que busque una solución 'a través del diálogo entre ambos gobiernos en el marco institucional'. No es osado deducir que el PSOE, empeñado en tender puentes entre Madrid y Vitoria, habrá apostado fuerte por esta cláusula.

Por lo demás, el PSOE presentó una batería de resoluciones de marcado carácter social y con exigencias de mayor trasparencia en la actuación del Ejecutivo, reafirmando de este modo los ejes del discurso de Zapatero y poniendo de manifiesto su capacidad de iniciativa y alternativa, reiteradamente contestada por Aznar, a veces de forma despreciativa. El PP, por su parte, consiguió romper la sensación de soledad en que le había dejado la huelga general, al pactar diversas resoluciones con Coalición Canaria y con CiU. Sorprende, sin embargo, el rechazo a la oferta socialista de consensuar un texto sobre inmigración, cuando tanto Zapatero como Aznar lo habían presentado como un asunto de Estado. Cabe interpretar que Aznar no quiere compartir una política que por su dureza aparente parece darle dividendos en algunos sectores sociales. Del impacto de las acusaciones de Zapatero da cuenta la sorprendente propuesta del PP de un pacto del suelo. Con celeridad, el Gobierno ha llevado a los papeles un tema de gran calado social como es la vivienda, que Aznar había ignorado en su discurso.

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El Gobierno y CIU siguieron escenificando su particular comedia de matrimonio receloso. El lunes, Xavier Trías y Aznar sostuvieron un debate de guante blanco, basado sobre la mutua voluntad de acuerdo, con la salvedad de las inevitables cláusulas de reivindicación autonómica del discurso del diputado catalán. El martes compartieron las resoluciones de carácter económico y social y practicaron 'el desacuerdo pactado' en las de sello más nacionalista. Tanta armonía, tanta cooperación 'intensa, franca y leal', en palabras de Gabriel Cisneros, contrasta con los tiempos de tensión que viven en el Parlamento de Cataluña. Son las exigencias de un guión de dobles juegos que sólo tiene un riesgo: que acabe por hartar la buena fe de los ciudadanos. Aznar sueña con el día en que la confrontación derecha-izquierda se sitúe por encima de la confrontación nacionalismo español-nacionalismo catalán, que para el presidente sería un síntoma de normalidad. Falta mucho para ello. Y probablemente no bastará ni con la jubilación de Pujol ni con que siga creciendo el sector de negocios PP-CiU.

Gaspar Llamazares tuvo con Aznar el debate previsible, desde que IU abandonó la estrategia suicida de la pinza, entre dos formaciones tan alejadas en su ideario y planteamientos. El líder de IU abrió un terreno de debate interesante: el deterioro del estado de las libertades después de seis años de Gobierno del PP y el peso de determinadas organizaciones religiosas en la toma de decisiones del Gobierno. Una vez más Aznar se amparó en el escaso soporte electoral de IU. No hay manera de que el presidente deje los argumentos a quienes critican su arrogancia.

Uno de los momentos fuertes del debate fue el choque entre Aznar y Anasagasti. El jefe del grupo parlamentario vasco hizo una argumentada defensa de la discrepancia y, en algunos momentos, una justa crítica de la cerrazón de Aznar, aunque adoleció de presentar al PNV como una víctima, algo sencillamente obsceno en la actual situación vasca. En la condena y crítica de ETA alcanzó tonos de gran dureza no usuales en los líderes nacionalistas vascos. Su intervención desembocó en una propuesta demasiado endeble a la vista de los últimos hechos: 90 días de paz política para recuperar el diálogo. No se entiende muy bien que en una semana el Gobierno vasco lance un órdago a dos meses vista y a la semana siguiente pida una tregua. Aznar, en su respuesta, colocó el problema del terrorismo y de la falta de libertades en primer plano, negó al PNV la condición de víctima, rechazó que el Gobierno volara puentes de diálogo recordando la renovación del concierto en pleno enfrentamiento entre los dos partidos y acusó al PNV de falta de lealtad institucional. Un duelo duro que augura poco éxito a la iniciativa de diálogo entre gobiernos que contiene la resolución sobre la situación vasca compartida por PP y PSOE.

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