Desde las trincheras
Parece una maldición, pero cuanto más tozudamente se empeñan los productores audiovisuales catalanes -empeño loable: cualquiera que aspire a vivir honradamente de su profesión debe buscarse la vida como pueda- en llegar a acuerdos con la televisión autonómica para realizar telefilmes, para normalizar, en suma, algo parecido a una industria, a una producción destinada a un público masivo, aunque sea vía televisiva, más prolifera la producción independiente, los francotiradores que, desde las más impensables trincheras, disparan sus propuestas autorales.
Esfuerzos paralelos, bien es cierto -también las películas de autor subsisten gracias a la inversión televisiva, también forman industria-, pero que algunos leemos en una clave de empecinada tendencia histórica: antes que cualquier otra cosa, el cine catalán ha sido y es -el será, ya veremos- cine de autor.
Hay una empecinada tendencia histórica: el cine catalán, antes que cualquier otra cosa, ha sido y sigue siendo cine de autor
Viene a cuento el asunto por la presencia en las pantallas de algunos filmes recientes, englobables dentro de esta doble vertiente: óperas primas, por una parte, y con clara voluntad de discurso personal, por otra. Al frente, claro, Smoking room,del argentino Julio Wallovitz y el catalán Roger Gual, descendiente del ilustre Adrià Gual, al que tanto debe, entre otros, el primer cine hecho en el principado.
Tiene el filme, que lleva varias semanas en cartel -lo que prueba que, además de personal y extragenérico, también ha sabido encontrar su público-, que ganó varios premios en el festival de cine español de Málaga y que ha complacido a la crítica, las hechuras de un producto milimetrado hasta la extenuación, unos diálogos brillantes y unos actores superlativos, galardonados en bloque en el festival andaluz, en una decisión tan insólita como inobjetable. Y lo que es incluso más importante, muestra sentido de la oportunidad: es una película que habla de cosas de aquí y de ahora, hecha con esa distancia irónica, que no desvinculada, que es condición esencial para un discurso inteligente en nuestros días (en cualquier época, a decir verdad).
Si en un registro, la ironía, y en un contexto, el mundo de las oficinas de empresas absorbidas por capitales foráneos, Smoking room construye un discurso ocurrente, lo mismo se puede decir de otra película estrenada estos días, Machín, toda una vida, de Núria Villazán.
En este caso, la clave es otra, la de la exploración inteligente de la nostalgia y el buceo sutil entre los pliegues de la historia para encontrar las razones por las que un cantante negro y cubano logró ser la referencia central de la sentimentalidad popular durante las oscuras décadas del franquismo.
Núria Villazán, a quien conocíamos como cofirmante de la imprescindible Mones com la Becky, de Joaquim Jordà -otro brillante francotirador-, explota con inteligencia el documental, un tipo de producción inequívocamente independiente en la actual configuración del audiovisual europeo, y los resultados, tanto artísticos como comerciales, son más que estimulantes.
Aunque es bien cierto que se ha buscado la vida en la raquítica industria local como ha podido, Villazán en realidad ha aprendido a rodar en una escuela de cine, la de San Antonio de los Baños, en Cuba, como Xavi Puebla, el director de Noche de fiesta, lo ha hecho en el barcelonés CECC, otra escuela que es, además, la productora de su peculiar ópera prima.
Y si en los casos anteriores hay que referirse a la más estricta
independencia para entender el nacimiento de tan peculiares productos, en este caso hay que destacarlo aún más.
Porque Noche de fiesta, una película que no ha tenido, ni de lejos, el eco mediático de las dos anteriores, resulta en cambio un estimulante camino, una película que logra alzarse por encima de la modestia de su producción para hilvanar un discurso crítico sobre determinadas convenciones sociales (las despedidas de soltero, las borracheras colectivas, las francachelas irresponsables).
Wallovitz, Gual, Villazán y Puebla son recién llegados, pero no son los únicos: pronto oiremos hablar de los primeros filmes de Iñaki Lacuesta, Lydia Zimmerman, y de otros francotiradores más conocidos, como Jordà, Maria Ripoll, Agustí Villaronga, Marc Recha, Cesc Gay... Bastante más que una nómina. Toda una tendencia.
independencia para entender el nacimiento de tan peculiares productos, en este caso hay que destacarlo aún más.
Porque Noche de fiesta, una película que no ha tenido, ni de lejos, el eco mediático de las dos anteriores, resulta en cambio un estimulante camino, una película que logra alzarse por encima de la modestia de su producción para hilvanar un discurso crítico sobre determinadas convenciones sociales (las despedidas de soltero, las borracheras colectivas, las francachelas irresponsables).
Wallovitz, Gual, Villazán y Puebla son recién llegados, pero no son los únicos: pronto oiremos hablar de los primeros filmes de Iñaki Lacuesta, Lydia Zimmerman, y de otros francotiradores más conocidos, como Jordà, Maria Ripoll, Agustí Villaronga, Marc Recha, Cesc Gay... Bastante más que una nómina. Toda una tendencia.
M. Torreiro es crítico de cine.
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