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Todo tiene su fin

Hace tiempo que algunos ya nos avanzamos a la lectura que en los últimos días José Luis Rodríguez Zapatero viene predicando sobre los efectos de la mayoría absoluta en este segundo mandato de José María Aznar. Dice Zapatero que el talante centrado y el tono moderado de Aznar en la anterior legislatura se debía en parte a su exigua mayoría parlamentaria y a los pactos necesarios con los nacionalismos periféricos. Pues sí, así era. No yerra Zapatero con este diagnóstico de la derecha; la misma, por cierto, que estaba gobernando hace un año y medio cuando el líder socialista se empeñó en desplegar su política de pactarlo todo a cambio de nada. Por cierto, que el PSOE también cambió de rumbo, sobre todo, en política económica cuando pactó con los mismos, CiU, que moderaron a Aznar. Es sólo un dato.

Pues en esas, señor Zapatero, estamos. Bueno, está toda la media España que no comulga con las ruedas de molino de un presidente que está mostrando lo que muchos se temían: que su talante moderado no es más que una impostura. Detrás de eso, sólo encontramos a la derecha española de siempre que, eso sí, ha dejado de lado sus veleidades militares y ha adoptado como propias las reglas del juego democrático. No quiere decir esto que Aznar sea un dechado de cultura democrática, al uso en Europa. Al contrario. Aznar ha demostrado que la mayoría absoluta sirve, en su caso, para arrogarse toda la razón y legitimidad porqué, según él, los votos se la confieren, y para quitársela, la razón y la legitimidad, a todo el que no se atenga a la opinión del BOE.

Aznar no escucha a nadie. Es más, está decidido a desplegar la política del todo o nada en este, su segundo mandato, una especie de legislatura a la americana, porqué así lo dispuso al anunciar que sólo estaría ocho años de presidente. Ante tal situación, deberíamos considerar que el panorama no pinta nada bien para las formas democráticas y para algunos aspectos puntuales del fondo político. Y es que dos años más de chulería, de descalificación permanente al adversario, de mirada al pasado para solucionar el entuerto del presente... pueden pasar factura a la calidad de una democracia, por suerte, lo suficientemente madura para resistir el embate de quien sólo plantea lecturas restrictivas de la constitución y del estado de las autonomías, de quién sólo arroja sombras de duda y sospechas ante los grandes temas que deberían de configurar la agenda del futuro (inmigración, globalización, identidad y sostenibilidad), y de quién solamente sabe manipular torticeramente cualquier debate e instrumentalizarlo políticamente ante el fracaso de muchas de sus obras.

Aznar está enfrentado a los sindicatos, a la oposición, a la Iglesia, a los nacionalismos democráticos, a las organizaciones profesionales agrarias, a las asociaciones ecologistas, a las entidades de solidaridad con los inmigrantes, a los estudiantes, a la comunidad universitaria... Y no exagero. Más bien, he dispuesto una retahíla de todos los sectores que han topado con el autoritarismo de Aznar, ofendidos más por las formas que por los contenidos, muchos de los cuáles podrían ser hasta perfectamente asumibles. Pero Aznar ha confundido la legitimidad de la mayoría absoluta con el desprecio a la forma, tan importante en política. Aznar ha forzado hasta los extremos más insospechados las reglas del juego. Crispa la vida política como en el caso de su obsesión con el PNV, criminaliza a todo ser viviente como en el caso de los parados o de los inmigrantes, ataca a quiénes no piensan como él como en el caso de los obispos y de los nacionalistas.

Tiene a todo el mundo, menos a su partido y a veces a Zapatero, a la contra. A todos, menos a sus voceros que aplauden la descalificación como medida de todas las cosas, palmeros que habitan en la crispación aun siendo gobierno. Voceros como el mismo Aznar que no entienden ni entenderán nunca a su adversario, porque su cultura democrática es lo suficientemente tétrica como para no comprender que, en política, eso de la razón es algo relativo, que todos tiene su parte de razón y que solamente desde el diálogo y la modestia, no desde la mayoría absoluta que se impone a costa de todo y desde la arrogancia, se pueden tejer políticas permeables y útiles.

Hay quien, en su subconsciente, todo esto lo relativiza por el hecho que Aznar ha anunciado que cumplirá con su palabra y no se volverá a presentar, haciendo factible eso de que 'no hi ha mal que cent anys dure'. Pero este es el caldo de cultivo que ha fraguado la movilización social que está en la base del paro general del 20-J. Más allá del contenido social de la reforma de las prestaciones por desempleo, criticable y enmendable sin duda, está la forma del decretazo: símbolo de una forma de gobernar que ha hartado a buena parte de la sociedad civil, a muchos valencianos y españoles; maneras de gobernar que le ha cotejado un buen número de enemistades y que explican la causa de que el PP perdiera los gobiernos de Aragón y de Baleares, de muchas más alcaldías, y que pueden explicar nuevos movimientos en este sentido.

Zaplana, por su parte, es un perfecto falsificador de las políticas de Aznar. Autoritario las mayorías de las veces, desprecia absolutamente las Cortes y a todo ser viviente que no milite en su facción. Así está el molt honorable: sin las mismas complicidades sociales que hace unos años, aunque con la misma oposición, o sea, casi nada. Son cada vez más los ciudadanos hartos de la política del todo o nada a la que Aznar y Zaplana nos han acostumbrado y que están en la base de la regresión autonómica y democrática que padecemos, hartos del uso partidista del debate lingüístico, de la manipulación informativa, del desprestigio al adversario, del nulo diálogo social, hartos de tener que soportar una democracia de porcentajes y no una democracia de consensos. Hartos de que pidan consenso, como en la ley de partidos y lo tengan, y busquen el enfrentamiento, como en el PHN, y lo encuentren. Hartos de soportar el debate crispado, el regate corto y al vocero de turno que patalea ante la alternativa y aplaude ciegamente a su jefe de filas, esperando que nunca termine esta función.

Pero todo tiene su fin. Tal vez, Aznar, y Zaplana como gobernador de provincias, confíen en todo lo contrario, pero me temo que con esta forma de gobernar, con paros generales así, no llegarán tan lejos como su voluntad de ínsula barataria -se hacen llamar liberales, de centro- les podría alcanzar. En política, los votos dan legitimidad para gobernar, pero no la razón absoluta para imponer a cualquier precio una determinada política.

Pere Mayor es president del Bloc Nacionalista Valencià

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