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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Mayas, imagen y poder

Antonio Elorza

En el último cuarto del siglo XX, el desciframiento de la escritura jeroglífica maya ha propiciado un cambio sustancial en el conocimiento de esa civilización. Están ya lejos los tiempos en que las inferencias de Thompson nos hablaban de un orden pacífico regido por reyes-sacerdotes y se confirmó la visión que ya sugirieran mediado el siglo los murales de Bonampak, con el predominio del sacrificio y de la guerra, bajo el signo de lo que Linda Schele llamó 'la sangre de los reyes'. Ha dado un salto decisivo la interpretación del copioso material arqueológico en que coexisten mensajes icónicos y glifos, pudiéndose ahora entender el significado preciso de los primeros a la luz de los segundos. Es lo que puede apreciar el espectador de la brillante exposición El país del quetzal, abierta hasta el 21 de julio en el Centro Cultural de la Villa de Madrid, tanto en las notas que informan de cada pieza como en los artículos del catálogo, entre los que destacaríamos el de Andrés Ciudad sobre la estructura política y la organización territorial, el de Alfonso Lacadena sobre la escritura maya y el de Oswaldo Chinchilla sobre el urbanismo prehispánico. La precisión de que dan muestra estos estudios resalta más si los comparamos con ensayos escritos hace sólo una década para exposiciones sobre el mismo tema. Sólo se echa en falta una aproximación al nivel que impropiamente llamaríamos estético, en torno a la escultura y a la pintura de los vasos, en la línea del libro sobre la pintura en la cerámica real de Dorie Reents-Budet, dado que tal es el núcleo de la presente exposición.

EL PAÍS DEL QUETZAL

Centro Cultural de la Villa de Madrid Plaza de Colón, s/n. Madrid Hasta el 21 de julio

Más información
Un jeroglífico desvela el misterioso ocaso del imperio maya

Las magníficas piezas de ce-

rámica y esculturas en piedra y basalto ahora exhibidas, procedentes en su mayoría del Museo Nacional de Arqueología y Etnología de Guatemala, ofrecen una extraordinaria riqueza de formas, desde las representaciones zoomórficas a las que conciernen al mundo de los dioses y del poder político y social. Los vasos con escenas cortesanas ofrecen información acerca de los rituales del poder, y ocasionalmente de la presencia de la guerra: hubiera sido útil su disposición de forma que el espectador pudiese efectuar una circunvalación o contemplar la cara oculta de los mismos en un espejo, a fin de apreciar la escena en su totalidad. Destacan asimismo el papel 19 de Dos pilas, por su representación del sacrificio ritual de perforación del pene y el dintel 3 de Piedras negras, que ilustra una ceremonia de celebración presidida por un gobernante entronizado y sin olvidar las espléndidas piezas de jadeíta y concha, la escenografía del poder culmina en las estelas, procedentes del Museo de Guatemala y que en su mayoría, si mi memoria no falla, quedan fuera de la exposición permanente de su patio central. Sobresalen la estela 2 de Machaquila, con el tema tradicional del gobernante y el cautivo, la 3 de Ceibal, una representación infrecuente de personajes conversando en tres registros, y el monumento 3 de Palo Verde, con la ofrenda sacrificial de un niño En total, son casi doscientas piezas de gran variedad.

Luego viene la colonia y la transferencia forzosa del poder a unos conquistadores cuya oferta positiva reside en la religión. El tránsito encuentra adecuado reflejo en el cuadro donde es representada la construcción de la catedral de Santiago de los Caballeros (hoy la Antigua), con el trabajo forzoso de los indios al servicio de la divinidad impuesta. Surge un mundo ajeno a los indígenas, marcado por el protagonismo de la plata y de las imágenes sagradas, y nuevos estilos de sacrificio (el impresionante San Bartolomé desollado). La muestra sigue siendo hermosa, pero aquí sí resulta imperdonable la ausencia de todo testimonio de supervivencia de las formas de culto y de organización del mundo maya sometido. Luis Luján se ocupa de ello en un capítulo del catálogo -¿coincide su san Simón con el Maximón de Atitlán?-, sin reflejo en el material exhibido, signo involuntario de que permanece el régimen de exclusión del poder forjado con la conquista.

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