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Columna
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Homenaje

José Luis Ferris

Vale que un hombre de la talla humana de Francisco Moreno Sáez merecía el emotivo homenaje que familiares y amigos le tributaron hace unos días. Vale que un catedrático de Griego de su nivel, después de muchos años aplicando esos mecanismos de respeto y de sabiduría que sólo los buenos docentes gastan, se haya ganado la gloria del emérito y vislumbre un futuro despejado de bachilleres y voluntariosos iletrados. Vale que proliferen ahora los sentidos discursos panegíricos, la evocación y la frase traspasada de melancolía. Vale que compañeros de aula y de viaje, educadores y políticos, historiadores y ciudadanos de a pie exalten las excelencias de un profesor humilde y profundo a quien tanto debe la Historia -la de Alicante en particular-. Vale que sean ellos quienes dirijan su encomiástica a un acreditadísimo analista de tantos avatares sociales, a un conocedor como pocos de su tiempo y de la vida en su extensión, sumándose así al abrazo colectivo. Vale incluso que todo ese gesto coral venga motivado por una jubilación anunciada que el pasado junio se materializó con la rúbrica de una despedida. Vale esto y aquello, pero que nadie me arrebate el placer de brindar esta columna al hombre dispuesto a continuar muchos años regalándome la dicha de su conocimiento, la experiencia del sabio, la palabra justa en medio de esas tardes de agosto muy cerca del mar, en su casita veraniega, a la paz de Salud, mesándose la barba encanecida y socrática mientras piensa, mientras gesticula levemente y habla como un viejo guerrero sorprendido en su lugar de reposo, como un filósofo en estado puro.

De Paco Moreno he aprendido cosas tan nobles como que el pensamiento es un valor innegociable, que la cultura purifica o que los malos tiempos nunca son para siempre. Creo que no he conocido a nadie que haya llevado la honradez a extremos tan solventes, tan insólitos, tan ejemplares...

Vale que no estuve en su homenaje, pero le quiero igual y me conmueve decirlo desde esta serenidad que crece mientras le nombro, que me abriga al saberlo cercano, al sentirlo humanamente como patrimonio y golosina de mi amistad.

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