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Columna
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Protocolo y desmemoria

La Generalitat ha querido conmemorar con solemnidad y brillantez el 20 aniversario del Estatut d'Autonomia y pienso yo que la intención ha sido plausible y la ocasión muy adecuada para evocar la efeméride. De un lado, propiciaba el recordatorio de cuantos contribuyeron a su elaboración y promulgación, al margen de que unos trabajasen en su día para desbrozar el camino y otros enarenando los rodamientos del proceso que alumbró nuestra Carta Magna. A la vez, el fasto comportaba una dosis de pedagogía para las nuevas promociones que se lo encontraron hecho, entre las que ciertamente hay que encuadrar a las sucesivas, jóvenes y tibiamente autonómicas levas del Partido Popular.

Sin embargo, a la luz de las pormenorizadas crónicas que relatan este episodio, a las que me atengo, deduzco que no se ha alcanzado plenamente ninguno de los objetivos mencionados. Quizá porque el protocolo no haya procedido con la sensibilidad -y liberalidad- exigible; quizá porque buena parte del equipo gobernante tiene una percepción lejana y distante de aquellos sucesos fundacionales en los que, por razones generacionales u otras, apenas o nada participaron; quizá, en fin, porque se trataba precisamente de eso, de lo que hemos percibido, de ahormar un acto aligerado de connotaciones y protagonismos históricos que mermasen los oficiales.

Admito que lo dicho puede ser reputado de prejuicio o juicio de intenciones, pero los hechos no sugieren otras alternativas. En primer lugar, porque el alumbramiento del Estatuto vigente no se comprende sin el aporte -acaso decisivo- de muchos personajes llenos de vida que no comparecieron en el monasterio de San Miguel de los Reyes -marco del aniversario- y cuya ausencia delata tanto el fallo protocolario -¿o será alevosamente político?- como algo mucho más penoso: que esta singular ley orgánica conmemorada no haya cuajado todavía como lugar de encuentro de los valencianos, independientemente de sus opciones políticas y, muy especialmente, de cuantos la parieron, y hasta con dolor, como es el caso de José Luis Albiñana, primer presidente del Gobierno preautonómico, que se dejó la piel de pueblo en pueblo del País Valenciano y en las condiciones más precarias recabando la adhesión a la reivindicación autonomista en su más alto grado. Hay desmemorias que son una bofetada al colectivo vecinal más que al agonista concreto, que también. ¿O no lo es, a mayor abundamiento, haberlo excluido de ese otro estatuto opulento y vergonzosamente vitalicio que se está pariendo para los ex molt honorables?

En esta nómina de marginados no puede soslayarse la referencia a los dirigentes del Bloc y de Unión Valenciana -¿o es que no representan a nadie y han dimitido de su vocación autonomista?-, o la descortesía cometida con quien presidió las Cortes, Héctor Villalba, y no cito con el mismo énfasis al ex president Enrique Monsonís por las condiciones extemporáneas que propuso para asistir, al decir de los cronistas.

Y después, el discurso de Eduardo Zaplana, del que las referencias más fiables delatan, cuanto menos, su bajo tono de beligerancia. No lo sé, no estuve, pero intuyo que es el discurso de quien no estuvo en aquella cruzada y tiene ya un pie en otra parte.

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