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CATÁSTROFE AÉREA

Un fallo humano, posible causa de la tragedia

Los investigadores estudian la suma de fatalidades del accidente en el sur de Alemania que causó 71 muertos

Pese a una exhaustiva búsqueda por tierra, aire y las aguas del lago de Constanza, las autoridades alemanas seguían ayer sin localizar los despojos mortales de más de la mitad de las 71 víctimas que, en la noche del lunes al martes, dejó el choque, a cerca de 12.000 metros de altura, entre un Tupolev 154 que viajaba entre Moscú y Barcelona, y un Boeing 757 del servicio de mensajería DHL. El aparato ruso, con 52 menores a bordo enviados para pasar sus vacaciones en España, estalló por los aires y sus restos se encuentran desperdigados en un área amplia de 10 kilómetros de largo y uno de ancho. La causa del accidente aún no está clara, pero una línea de investigación trata de establecer si los controladores aéreos suizos advirtieron al piloto ruso con tiempo suficiente.

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Acordonado ampliamente por la policía, la por lo demás idílica campiña de los alrededores del lago de Constanza presentaba ayer un aspecto fantasmal. A la vera del camino, poco antes del aserradero de la pequeña localidad de Owingen, yacía un cadáver, ya cubierto con una manta por la policía. Otro cuerpo, del que apenas se alcanzaba a reconocer una pierna mutilada, envuelta en un chándal azul, se encontraba unos 500 metros más adelante, y un tercero, en las lejanías de un pastizal. En medio, entre los campos de maíz y trigo, en el bosque, en los frutales, y también en los jardines de las casas campestres se divisaban pedazos de fuselaje, chatarra electrónica y hasta la caja negra del Tupolev 154, retirada del lugar antes de la visita de un grupo de periodistas.

'Nos llevará días encontrar todo', constató con amargura un policía. Sus palabras a duras penas se entendían: sobre su cabeza tronaban dos helicópteros, con sus tripulaciones empeñadas en dilucidar desde el aire el caos que reinaba en tierra. Simultáneamente, varias decenas de lanchas navegaban en busca de escombros por el lago de Constanza, distante cerca de ocho kilómetros de Owingen. Los temores de que estas aguas fronterizas entre Alemania, Suiza y Austria pudiesen haber sido contaminadas con queroseno han resultado ser infundados: todo indica que ambos aviones cayeron en tierra.

Unos 850 policías y centenares de bomberos, enfermeros, médicos, así como voluntarios de la defensa civil participaban ayer en la búsqueda. Dos teléfonos fueron acondicionados por las autoridades para que la población pueda proporcionar informaciones sobre hallazgos de restos, mientras dos cazas tornado de la Fuerza Aérea alemana sobrevolaban la zona para elaborar una cartografía que pudiese dar nuevas pistas acerca de dónde se encuentran los escombros. Y es que, hasta las dos y media de la tarde, apenas se habían encontrado 26 cuerpos.

El total de víctimas, sin embargo, asciende a 71. En el Tupolev 154, de Bashkirian Airlines, que cubría el trayecto entre Moscú y Barcelona, viajaban 69 personas: junto a 52 menores de edad, la mayoría de ellos adolescentes, se encontraban cinco acompañantes adultos y los 12 miembros de la tripulación, todos ellos de nacionalidad rusa o bielorrusa. A estas víctimas hay que sumar el piloto y copiloto del avión de carga de DHL, de nacionalidad británica y canadiense. Los familiares comenzarán a llegar hoy a Überlingen, la cabecera municipal a las orillas del lago de Constanza.

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Lo que sucedió exactamente hacia las 23.36 del lunes aún dista mucho de ser claro. El ministro de Transportes alemán, Kurt Bodewig, sostuvo ayer en una rueda de prensa en Überlingen que la autoridad aeronáutica alemana en Múnich había traspasado cinco minutos antes del accidente el control de ambas naves al correspondiente organismo suizo, Skyguide, en Zúrich. Pese a que debió haber visto el recorrido de ambos aviones en su radar, el controlador de Skyguide tan sólo un minuto antes del accidente se puso en contacto con el Tupolev para solicitarle que descendiera en altura y así evitase la inminente colisión. Los pilotos del avión ruso, sin embargo, sólo habrían cumplido esta orden después de un segundo o al tercer aviso -en este punto, las versiones divergen-, a 20 o 30 segundos del choque. Para entonces, el sistema interno de alarma del Boeing 757 ya había puesto en funcionamiento de manera automática la misma maniobra de descenso. Es decir: en vez de alejarse, ambas naves se acercaron.

Las autoridades alemanas, que han convocado una comisión internacional de investigación con participación suiza, rusa y estadounidense, esperan esclarecer lo sucedido una vez que se investiguen las cajas negras y los registros de voz de ambos aparatos, que fueron localizados anoche, según declaró el ministro Bodewig.

Más allá de lo que sucedió en las cabinas de mando, sin embargo, las pesquisas deberán dirigirse también a la torre de control en Zúrich y a cómo se gestiona la delimitación entre los espacios aéreos suizo, alemán y austriaco en esta región. Según informaciones de la televisión alemana, el controlador habría estado solo en la torre cuando sucedió la tragedia: su compañero estaba tomando un receso.

Al contrario de lo que sucedió con el Tupolev, que explotó en el aire, el Boeing prácticamente llegó entero a tierra, según pudieron comprobar ayer los periodistas en una pequeña pendiente boscosa, distante 10 kilómetros de donde se encuentran los restos del aparato ruso. Un grupo de bomberos escarbaba entre una gigantesca y aún humeante montaña de chatarra en la que, no obstante, se alcanzaba a distinguir tanto la cola del avión, como una de sus alas. Su punta quedó clavada en la tierra.

Con todo, fue 'casi un milagro', en palabras del ministro Bodewig, que nada sucediera a los habitantes de la región cuando el cielo comenzó a vomitar bolas de fuego y escombros. En la subida al campo de golf de Owingen, por ejemplo, el tren de aterrizaje y una parte del ala del Tupolew cayeron a escasos cinco metros de una casa en la que se encontraba un matrimonio con su hija adolescente. El impacto fue como 'un pequeño hongo atómico', según Christian, hijo de una vecina, de 13 años. Los bomberos tardaron dos horas en controlar la llamarada, de 20 metros de altura. La madre de Christian aún tiembla al recordarlo.

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