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CRISIS EN LAS GRANDES EMPRESAS

Los escándalos en EE UU ponen en la calle a decenas de presidentes y ejecutivos

Más de cien presidentes y altos cargos de empresas estadounidenses, en la calle por escándalos financieros

La máxima ambición profesional de un directivo empresarial de Estados Unidos era dirigir una compañía cotizada en Wall Street. Ya no. Más de 100 presidentes y consejeros delegados han caído en lo que va de año (80 sólo en mayo) en medio de escándalos financieros o acosados por malos resultados agravados por la crisis de confianza en los mercados.

Todos los ojos están acusadoramente vueltos hacia la plaga de directivos estelares que levantaron edificios de cartón piedra mediante gestiones catastróficas para empleados y accionistas mientras ellos recibían retribuciones multimillonarias.

Los ciudadanos desconfían de quienes hace sólo unos años eran tenidos por héroes. El estigma asociado con el liderazgo empresarial hace que los cazatalentos encuentren grandes dificultades para hallar hombres dispuestos a tomar el relevo, mientras la clase política discute medidas de control, que van desde la limitación de ingresos a la imposición de sanciones penales.

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Uno de los bombazos más recientes ha sido el descomunal fraude contable de la telefónica World-Com: 3.800 millones de dólares (3.840 millones de euros) contabilizados como inversión en vez de como gasto para endulzar unas cuentas insufribles. WorldCom fue creada de la nada en los años noventa por Bernard Ebbers. En su momento más febril, en junio de 1999, llegó a cotizar a casi 62 dólares. El estallido de la burbuja de Internet dejó al aire a World-Com. Ebbers fue defenestrado en abril y la nueva dirección descubrió con horror en los libros un agujero de 3.800 millones que ha escandalizado al presidente George Bush tanto como al resto de los ciudadanos.

Información privilegiada

Al lado de este caso, el de Martha Stewart, propietaria de un conglomerado que va desde programas de televisión y revistas de cocina y decoración a la venta de velas aromáticas, parece una anécdota. A Stewart se la investiga para saber si recibió información privilegiada que le permitió vender acciones de ImClone la víspera de que a la empresa farmacéutica se le negara permiso para producir un medicamento contra el cáncer que había suscitado grandes expectativas. La falta de autorización produjo un desplome de la cotización de ImClone de la que se libró por un día la gran dama.

A la pregunta de qué opinión le merecen la honestidad y los patrones éticos de los responsables de la grandes compañías de Estados Unidos, tres de cada cuatro norteamericanos responden que baja o muy baja. En los noventa, los líderes empresariales estadounidenses ocupaban las portadas de la revistas como modelos a seguir. Eran la triunfal encarnación del American way of life en la jungla capitalista. Dos de ellos, Andrew Grove, de Intel, y Jeff Bezos, de Amazon, fueron elegidos Hombre del Año para la revista Time. Ahora, el gran ejecutivo de EE UU se baja del póster de héroe camino del cartel de Se busca. 'Llevo 40 años en el mundo de los negocios, 25 o 30 de ellos en posiciones de alta responsabilidad, y me avergüenzo de lo que veo en las grandes empresas de EE UU', comenta Grove en The New York Times.

En el número de la pasada semana, la revista Business Week analizaba las razones de esa vergüenza y el desmoronamiento de la confianza de los inversores en el ejecutivo. El semanario ilustraba la información con los rostros de 12 presidentes y consejeros delegados: uno procesado por evasión de impuestos (Dennis Kozlowski, de Tyco); otro detenido, y en libertad bajo fianza, por sospechas de tráfico de influencias (Sam Waksal, de ImClone, amigo de Martha Stewart); ocho dimitidos/destituidos (desde Ken Lay, de Enron, a Bernard Ebbers, pasando por Joseph Berardino, de Andersen, auditor de ambos), y dos bajo gran presión.

En los años de la expansión sin límite, los directivos recibieron todo el crédito por la marcha de sus empresas, y retribuciones en consonancia, reforzadas con incentivos como las opciones sobre acciones, que han demostrado tener hoja de doble filo. Las opciones, dirigidas a estimular el interés para mejorar los resultados de las empresas, se convirtieron en un instrumento perverso que llevaba a los directivos a maquillar las cuentas para atraer inversores y provocar subidas en la cotización que redundaban en los ingresos de los gestores.

En 1995, sólo 50 empresas se vieron obligadas a modificar los resultados anunciados a los inversores para acomodarlos a una realidad menos brillante. El pasado año fueron más de 150, con Enron como buque insignia de los falsarios. Este año, el promedio hasta al fecha, con la fulgurante adición de Xerox, permite aventurar que rondarán las 240. 'Antes de que estallaran todos estos escándalos todo el mundo asumía que Estados Unidos tenía el mejor sistema del mundo, limpio como una patena y sin problemas. Pero está claro que hay muchas empresas implicadas en esto y que todo el mundo pensaba que estaba bien eso de la contabilidad opaca', comenta en Chicago un médico jubilado con inversiones en Bolsa.

La venganza de los mercados

No hay datos sobre cuánto inversor potencial ha optado por esperar y ver, pero sí hay indicios de que lo que desean es que se aplique mano dura. En dos semanas de errática y deprimida evolución de Wall Street, la mayor subida de los índices se produjo el lunes siguiente del veredicto de culpabilidad contra Andersen.

Esta semana se ha sabido que 152 directivos y altos responsables de Enron fueron compensados el año pasado con 745 millones de dólares, mientras que 4.000 despedidos de la compañía tejana deben conformarse con una indemnización tope de 13.500 dólares. 'A la hora de invertir, la gente piensa en productos o compañías que pueden ser líderes en su campo. Nunca se le hubiera ocurrido pensar que iban a tener que tratar con compañías que, en cierta medida, se dedicaban a engañarles. Nadie va a invertir si lo que hay es un sistema en el que la gente piensa que alguien se va a quedar con su dinero', comenta Terrence Odean, experto en conducta financiera de la Universidad de Berkeley. Odean cree que las dudas de los inversores durarán lo que Wall Street y otros responsables de regular el sistema tarden en convencerles de que nadie se va a aprovechar de ellos.

Los responsables de Wall Street y la Comisión del Mercado de Valores (SEC) han empezado a tomar medidas para devolver la confianza. La Bolsa de Nueva York y el Nasdaq quieren que la mayoría de los integrantes de los consejos de administración sean independientes de los gestores de las compañías y que el otorgamiento de opciones sobre acciones sea potestad de las juntas de accionistas, entre otras medidas. Son proyectos que han suscitado las reservas de los afectados, movilizados para hacer encallar reformas legislativas, bien parapetados tras generosas contribuciones a las campañas de senadores y otros políticos.

Los accionistas aprietan las tuercas

La crisis de confianza en los directivos ha creado un nuevo fenómeno, el del activismo de los accionistas. Christos Cotsakos, máximo responsable de Etrade, una firma de broker por Internet, pensaba recibir el visto bueno de los accionistas a sus 80 millones de retribución del año pasado. Una amenaza de demanda le obligó a renunciar a 21 y la presión adicional le restó otros 16.

Las juntas generales se están convirtiendo en un calvario para los Supermanes de la pasada década, acerbamente criticados por inversores expoliados. Grupos de inversores institucionales se están aliando para formar un grupo de presión concertado que exija reformas en el gobierno corporativo y en la política retributiva. El más avanzado de los intentos quiere coordinar el 10% de la capitalización bursátil de Wall Street para apretar las tuercas a las 500 compañías mas relevantes. Es un sistema no exento de riesgos. La inversión de los umbrales del siglo XXI tiene muy poco que ver con la de hace unas décadas. La fidelidad a los valores es cosa de la historia. Ahora sólo hay fidelidad a los resultados.

En 1960, apenas el 12% de las acciones de la Bolsa de Nueva York cambiaban de mano anualmente. En 1990, antes del estallido de los años de expansión, ese porcentaje había subido al 48%. Diez años más tarde, en pleno frenesí especulador, el 88% de los valores entraban y salían de las carteras de los inversores. El año pasado se movió el 94% de las acciones, y hasta mayo, la tasa para el 2002 se sitúa en el 98%. Los especialistas advierten de que conceder excesivas atribuciones a este accionariado redundará en una mayor presión para ofrecer resultados positivos trimestrales.

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