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Tribuna:LA DINÁMICA ECONÓMICA
Tribuna
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La capacidad exportadora valenciana: adiós a todo eso

Pocos rasgos definitorios de la economía valenciana han sido justamente más destacados que su orientación exportadora. Aunque exagerada para halagar la autocomplacencia, en unas ocasiones, y extendida su relevancia más allá de lo que permite la información histórica, en otras, el hecho incontrovertible es que las ventas al exterior han constituido históricamente un motor de transformación de primera magnitud. Primero, a través de las exportaciones agrarias, iniciadas ya en el XIX, dentro de las cuales los cítricos fueron las más importantes pero no las únicas. Y, más tarde, desde que a mediados del siglo XX finalizó la industrialización, con la activa participación de las procedentes del sector secundario.

La trayectoria histórica. Dentro de un marco español fuertemente protegido hasta los años setenta, la capacidad exportadora del País Valenciano fue así, durante muchas décadas, tanto un factor decisivo de la mejora del bienestar de los valencianos como un elemento fundamental, en algunas etapas, para el conjunto de la economía española. En el primer caso, a través de sus efectos multiplicadores. Al traducirse su expansión en un aumento de los ingresos de una proporción relevante de los empleados, y crecer su número en las actividades exportadoras, las ventas en los mercados exteriores hicieron posible expandir la demanda sobre otros sectores productivos, en especial los de bienes de consumo. Con ello, se fomentó decididamente, primero, el proceso de diversificación sectorial y, después, la consolidación de una estructura industrial avanzada.

Al mismo tiempo, la exportación valenciana tuvo también efectos muy positivos sobre la economía española, en especial durante el segundo tercio del siglo XX. Su colaboración para obtener los recursos con los que importar fue muy destacada. En los años cuarenta y cincuenta para adquirir los productos imprescindibles para el funcionamiento de una economía asfixiada por el intervencionismo discrecional de la dictadura. Y, a partir de los años sesenta, para importar bienes con mayor contenido tecnológico que fueron decisivos en la revolución de la industria en aquellos años. Como resultado de la competitividad del sector exportador, la expansión industrial avanzó entre nosotros de forma sostenida, aunque no diera lugar a la articulación de movimientos empresariales comparables a las potentes organizaciones patronales de otras zonas de España.

No puede sorprender, por ello, que fuera en el País Valenciano en donde surgiera en 1930 la primera iniciativa colectiva española de apoyo al Memorándum de Arístides Briand en favor de una unión federal de los Estados de Europa. Ni tampoco que durante el franquismo, la defensa de la incorporación de España al proceso de creación de un mercado común europeo alcanzara un notable vigor. Durante gran parte del siglo XX, y de manera irrebatible durante su segunda mitad, la contribución de las exportaciones del País Valenciano al total español ha sido incomparablemente superior al peso de su economía dentro de la española.

La situación actual. Todo lo anterior es bastante conocido. Lo que, quizá, no lo es tanto es que frente a esta brillante trayectoria histórica, la evolución durante los últimos años ha sido desastrosa. La completa liberalización de los intercambios, una vez incorporada España al mercado europeo, y la intensificación de la movilidad de los factores debida a la globalización, han puesto en evidencia las carencias del tejido industrial. De esta forma, la inexistencia de una política económica preocupada por la estructura productiva se ha traducido en una erosión tan sostenida como acelerada de esta capacidad exportadora.

El gráfico adjunto refleja una situación bien conocida por los especialistas, -Aurelio Martínez ha venido insistiendo reiteradamente sobre ella-, pero olvidada en los actuales diagnósticos institucionales sobre cuál es la posición valenciana dentro del proceso de globalización y hacia adonde va. Como puede comprobarse, el declive llega hasta el extremo de que durante el primer trimestre de 2002, la proporción representada por la exportación dentro del conjunto español se sitúa casi en el mínimo de los últimos treinta años, ya muy cerca del peso porcentual de la producción valenciana (VAB) en la española instalado en una banda entorno al 9,5% del total. Entre los máximos de finales de los setenta, o de mediados de los ochenta, y la situación actual, la caída supera el 30%. Así pues, como Robert Graves titulara para describir el fin de la sociedad anterior provocado por la Primera Guerra Mundial, parece llegada la hora de proclamar también un adiós a todo eso en relación con la capacidad exportadora valenciana.

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Un resultado evitable. Lo que ha venido ocurriendo no es una consecuencia inevitable de la liberalización de los intercambios desde la plena integración de la economía española en la UE. A pesar de ser común el desafío, en otras zonas de España la participación de sus exportaciones en el total no ha experimentado ningún declive. Cataluña constituye un buen contrapunto a la trayectoria valenciana. La mayor atención dentro de las prioridades públicas a los problemas de su estructura productiva ha provocado un resultado muy diferente. Así, la primera región industrial de España ha conseguido mantener en los últimos treinta años su participación en total exportado por España en torno a algo más del 25% sin que la consolidación del mercado único europeo, ni la intensificación de la globalización, hayan afectado negativamente a su posición. Nada permite intuir que la puesta en práctica en estos últimos años de otra política económica en el País Valenciano no hubiera permitido hacer frente con algún éxito a los desafíos que implicaba su plena integración en la UE y, a través de ella, en el mercado mundial.

A lo largo de un extenso período, la capacidad para exportar ha supuesto capacidad para competir, y, por consiguiente, más mercado, más crecimiento y, al ir acompañada de aumentos de la productividad, mayor bienestar para los valencianos. Su declive hasta situarse hoy en mínimos históricos arroja serios interrogantes acerca de los logros reales alcanzados por la acción pública durante la última fase de expansión. Los plantea, sin duda, respecto al grado de autonomía del poder político alcanzado por las organizaciones empresariales por cuanto resulta difícil encontrar explicación a su sepulcral silencio ante esta trayectoria.

Pero los evidencia, sobre todo, en el terreno de la política económica autonómica, porque todavía es más difícil justificar tanta complacencia entre los actuales gestores, cuando la inexistencia de política industrial ha venido conduciendo a la desaparición de uno de los principales motores de la mejora de nuestro bienestar colectivo durante los últimos cien años. Y, como parece evidente, este fracaso no es irrelevante: es un factor decisivo para explicar la mediocre posición que ocupamos en términos de renta por habitante dentro del conjunto de las comunidades autónomas españolas en donde, a pesar de tanto triunfalismo, seguimos mucho más cerca de aquellas que se encuentran en la cola que de las que se hallan a la cabeza. Aproximadamente a un 35% de éstas. Pero esa es una cuestión que merece otro comentario.

Pocos rasgos definitorios de la economía valenciana han sido justamente más destacados que su orientación exportadora. Aunque exagerada para halagar la autocomplacencia, en unas ocasiones, y extendida su relevancia más allá de lo que permite la información histórica, en otras, el hecho incontrovertible es que las ventas al exterior han constituido históricamente un motor de transformación de primera magnitud. Primero, a través de las exportaciones agrarias, iniciadas ya en el XIX, dentro de las cuales los cítricos fueron las más importantes pero no las únicas. Y, más tarde, desde que a mediados del siglo XX finalizó la industrialización, con la activa participación de las procedentes del sector secundario.

La trayectoria histórica. Dentro de un marco español fuertemente protegido hasta los años setenta, la capacidad exportadora del País Valenciano fue así, durante muchas décadas, tanto un factor decisivo de la mejora del bienestar de los valencianos como un elemento fundamental, en algunas etapas, para el conjunto de la economía española. En el primer caso, a través de sus efectos multiplicadores. Al traducirse su expansión en un aumento de los ingresos de una proporción relevante de los empleados, y crecer su número en las actividades exportadoras, las ventas en los mercados exteriores hicieron posible expandir la demanda sobre otros sectores productivos, en especial los de bienes de consumo. Con ello, se fomentó decididamente, primero, el proceso de diversificación sectorial y, después, la consolidación de una estructura industrial avanzada.

Al mismo tiempo, la exportación valenciana tuvo también efectos muy positivos sobre la economía española, en especial durante el segundo tercio del siglo XX. Su colaboración para obtener los recursos con los que importar fue muy destacada. En los años cuarenta y cincuenta para adquirir los productos imprescindibles para el funcionamiento de una economía asfixiada por el intervencionismo discrecional de la dictadura. Y, a partir de los años sesenta, para importar bienes con mayor contenido tecnológico que fueron decisivos en la revolución de la industria en aquellos años. Como resultado de la competitividad del sector exportador, la expansión industrial avanzó entre nosotros de forma sostenida, aunque no diera lugar a la articulación de movimientos empresariales comparables a las potentes organizaciones patronales de otras zonas de España.

No puede sorprender, por ello, que fuera en el País Valenciano en donde surgiera en 1930 la primera iniciativa colectiva española de apoyo al Memorándum de Arístides Briand en favor de una unión federal de los Estados de Europa. Ni tampoco que durante el franquismo, la defensa de la incorporación de España al proceso de creación de un mercado común europeo alcanzara un notable vigor. Durante gran parte del siglo XX, y de manera irrebatible durante su segunda mitad, la contribución de las exportaciones del País Valenciano al total español ha sido incomparablemente superior al peso de su economía dentro de la española.

La situación actual. Todo lo anterior es bastante conocido. Lo que, quizá, no lo es tanto es que frente a esta brillante trayectoria histórica, la evolución durante los últimos años ha sido desastrosa. La completa liberalización de los intercambios, una vez incorporada España al mercado europeo, y la intensificación de la movilidad de los factores debida a la globalización, han puesto en evidencia las carencias del tejido industrial. De esta forma, la inexistencia de una política económica preocupada por la estructura productiva se ha traducido en una erosión tan sostenida como acelerada de esta capacidad exportadora.

El gráfico adjunto refleja una situación bien conocida por los especialistas, -Aurelio Martínez ha venido insistiendo reiteradamente sobre ella-, pero olvidada en los actuales diagnósticos institucionales sobre cuál es la posición valenciana dentro del proceso de globalización y hacia adonde va. Como puede comprobarse, el declive llega hasta el extremo de que durante el primer trimestre de 2002, la proporción representada por la exportación dentro del conjunto español se sitúa casi en el mínimo de los últimos treinta años, ya muy cerca del peso porcentual de la producción valenciana (VAB) en la española instalado en una banda entorno al 9,5% del total. Entre los máximos de finales de los setenta, o de mediados de los ochenta, y la situación actual, la caída supera el 30%. Así pues, como Robert Graves titulara para describir el fin de la sociedad anterior provocado por la Primera Guerra Mundial, parece llegada la hora de proclamar también un adiós a todo eso en relación con la capacidad exportadora valenciana.

Un resultado evitable. Lo que ha venido ocurriendo no es una consecuencia inevitable de la liberalización de los intercambios desde la plena integración de la economía española en la UE. A pesar de ser común el desafío, en otras zonas de España la participación de sus exportaciones en el total no ha experimentado ningún declive. Cataluña constituye un buen contrapunto a la trayectoria valenciana. La mayor atención dentro de las prioridades públicas a los problemas de su estructura productiva ha provocado un resultado muy diferente. Así, la primera región industrial de España ha conseguido mantener en los últimos treinta años su participación en total exportado por España en torno a algo más del 25% sin que la consolidación del mercado único europeo, ni la intensificación de la globalización, hayan afectado negativamente a su posición. Nada permite intuir que la puesta en práctica en estos últimos años de otra política económica en el País Valenciano no hubiera permitido hacer frente con algún éxito a los desafíos que implicaba su plena integración en la UE y, a través de ella, en el mercado mundial.

A lo largo de un extenso período, la capacidad para exportar ha supuesto capacidad para competir, y, por consiguiente, más mercado, más crecimiento y, al ir acompañada de aumentos de la productividad, mayor bienestar para los valencianos. Su declive hasta situarse hoy en mínimos históricos arroja serios interrogantes acerca de los logros reales alcanzados por la acción pública durante la última fase de expansión. Los plantea, sin duda, respecto al grado de autonomía del poder político alcanzado por las organizaciones empresariales por cuanto resulta difícil encontrar explicación a su sepulcral silencio ante esta trayectoria.

Pero los evidencia, sobre todo, en el terreno de la política económica autonómica, porque todavía es más difícil justificar tanta complacencia entre los actuales gestores, cuando la inexistencia de política industrial ha venido conduciendo a la desaparición de uno de los principales motores de la mejora de nuestro bienestar colectivo durante los últimos cien años. Y, como parece evidente, este fracaso no es irrelevante: es un factor decisivo para explicar la mediocre posición que ocupamos en términos de renta por habitante dentro del conjunto de las comunidades autónomas españolas en donde, a pesar de tanto triunfalismo, seguimos mucho más cerca de aquellas que se encuentran en la cola que de las que se hallan a la cabeza. Aproximadamente a un 35% de éstas. Pero esa es una cuestión que merece otro comentario.

Jordi Palafox es catedrático de Historia e Instituciones Económicas en la Universidad de Valencia.

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