Scolari se vuelve brasileño
Pese a las amenazas de tacticismo, el técnico ha tolerado y animado una selección 'canarinha' de juego libre y afán ofensivo
Quedan tres días para que concluya el Mundial y aún no se ha resuelto el gran misterio del campeonato: ¿qué le ha ocurrido a Luiz Felipe Scolari para que haya cambiado tan radicalmente su concepto del fútbol? De aquel proselitista de la disciplina táctica, la solidaridad y el sacrificio no queda rastro alguno. Ni huella de aquel seleccionador que tras perder con Argentina en la fase de clasificación espetó: 'Tenemos que hacer más faltas'. Todo un sacrilegio, si quien lo dice es un brasileño dedicado al fútbol. Y, peor aún, si desliza poco después que 'Brasil debe copiar los modelos tácticos y organizativos de Argentina o Francia, no apegarse tanto al talento individual ni ser tan flexible con los jugadores'. Llegada la hora de la verdad, resulta que Brasil ha sido el Brasil de casi toda la vida, un equipo libre, alegre, de extraordinaria vocación ofensiva y que adora la pelota, esa gordita que en este país siempre tuvo apodos femeninos. Los centrales más ofensivos del campeonato, de laterales los mejores extremos y por delante, todo. Ni el representante más optimista de la torcida hubiera soñado con este dibujo con Scolari al frente, el ciudadano brasileño más apaleado en mucho tiempo.
La primera pista sobre semejante trueque hay que seguirla en la literatura. El seleccionador brasileño, de 53 años, cargó en su mochila antes de partir para Asia estos tres libros: El arte de la guerra, El arte de decidir en momentos críticos y El poder del entusiasmo. Tres títulos sugerentes para un entrenador que aterrizó en una situación belicosa con todo su pueblo, que debía envidar en situaciones límite y que tenía bajo su responsabilidad la ilusión de 180 millones de brasileños, para los que el fútbol es cualquier cosa menos una broma.
Scolari empezó por El arte de la guerra, del chino Su Tzu. Uno de sus asesores de prensa, Rodrigo Paiva, transcribió a un ordenador los párrafos más sugerentes, con la intención de que el técnico se los repasara de vez en cuando a los jugadores y estos se sintieran motivados. Para inyectar entusiasmo a su tropa, Scolari se inclinó por la vía audiovisual. En la concentración brasileña han sido habituales las sesiones de vídeo. Pero no de partidos o ensayos de los rivales, sino de las celebraciones del pueblo tras cada victoria. 'Lo único que puedo decir del mundo exterior es que hemos visto a niños levantándose a media noche para ver los partidos, escuelas enteras celebrando nuestras victorias, la gente feliz por las calles', afirmaba ayer a Reuters Roberto Carlos. Marcos, el portero titular, se expresaba de la misma forma: 'Antes de cada partido vemos un vídeo con imágenes de los brasileños felices con nuestros goles y sufriendo con los que nos meten, y nada te puede motivar más que ver a los brasileños sufriendo contigo'.
El técnico quiere que sus futbolistas sientan esa corriente, de ahí que al igual que les pone las imágenes de felicidad, desde el principio les sugirió que no leyeran o escucharan lo que se dijera de ellos mismos. Católico practicante, Scolari, ha soportado con resignación durante el año que lleva en el cargo todo tipo de zurras. Los tropiezos de Brasil en la Copa América y en la fase de clasificación mundialista le pusieron contra las cuerdas. En Brasil, a este modesto ex defensa, no se le perdonaba su idea de rasurar buena parte de los atributos que han distinguido al fútbol más excitante del planeta. A Scolari le avalaban sus éxitos con el Gremio y el Palmeiras, pero su idea del fútbol rígido y áspero no congeniaba con el pueblo. Hasta que los monzones asiáticos se llevaron su viejo catecismo y Brasil volvió a parecerse a Brasil. No se sabe con seguridad qué ha sucedido. Puede que el propio técnico recapacitara en torno a una de sus frases favoritas: 'La última cosa que aprendes es la primera que olvidas cuando estás bajo presión'.
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