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Columna
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Un respeto

El presidente Aznar, que de joven nunca fue progre y solía acostarse temprano para preparar las oposiciones, descalificó a sus opositores hace unos meses refiriéndose a ellos como 'progres trasnochados', y la desafortunada frase hizo fortuna entre sus corifeos, que la usan cada vez que alguien levanta la voz para oponerse al progreso del discurso neoliberal. Progre, abreviatura de progresista, fue una etiqueta de uso muy común en los años setenta que englobaba a una tribu joven eminentemente urbana y mayoritariamente universitaria, gente de izquierdas tocada, de refilón y por correspondencia, por el Mayo del 68, el de París y el de California. Gente que empezaba a sentirse incómoda en el marco de los partidos tradicionales de la izquierda clandestina y que reclamaba algo más que reformas económicas y políticas. Primos lejanos de los hippies, más hijos del asfalto que de las flores, los progres escandalizaban a izquierdas y derechas cuando hablaban de la revolución sexual y experimentaban con la marihuana y el LSD, cuando se proclamaban pacifistas, insumisos, ecologistas o feministas.

Los progres sirvieron muchas veces de carne de cañón para aventureros neoestalinistas, maoístas de segunda mano y marxistas de ocasión. Su despiste ideológico era síntoma de la pureza de sus corazones y tan proverbial como sus buenas intenciones que empedraron el infierno agónico de los últimos años del franquismo. Inveterados utopistas, ingenuos y contradictorios, los progres se autodisolvieron en los primeros años de la transición, el desencanto y la heroína, tanto monta, hicieron de muchos de ellos, primero pasotas, otra etiqueta efímera y desgraciada, y luego zombies, muertos vivientes, precadáveres. Otros, más acomodaticios, pusieron su experiencia política al servicio de los nuevos y tradicionales partidos de la izquierda ortodoxa, la izquierda moderada, incluso del centro camaleónico y de la derecha de toda la vida, aprendieron buenos modales en la mesa y en las urnas, recortaron sus barbas, anudaron sus corbatas e hicieron oposiciones a yuppies de pelotazo y braguetazo. De la macrobiótica a la nouvelle cuisine y de las verdes praderas de la utopía al green del campo de golf.

El progre, barba, greña, pana, cine de arte y ensayo, manifestación los más días, duelos y quebrantos por añadidura, se convirtió pronto en personaje de chiste y de sátira, casi siempre autoirónica, como autoprofilaxis de una tribu que conservaba la suficiente lucidez como para reconocer sus tópicos, sus tics y sus ingenuidades y vacunarse con la burla y la parodia.

Resucitar a la 'progresía' para hacer chascarrillos con ella a estas alturas, ésa si que es una idea trasnochada, nacida en ese mítico territorio de Babia en el que viven los dirigentes populares, en el que no existen las huelgas, ni las manifestaciones, ni las contemplaciones. Reino virtual que sólo retratan las pantallas canallas de la Televisión Pública y asociada y los turiferarios de los telediarios.

Progres madrileños de Moratalaz, Saconia, del barrio del Pilar y del de la Concepción, ciudades dormitorio, ciudadelas apartadas al alcance de los depauperados bolsillos de las parejas progres y de los jóvenes progres que soñaban con liberarse, independizarse primero de la familia antes de predicar otras independencias y libertades.

En su repaso por los diferentes distritos de Madrid, este periódico habla de la transformación de Moratalaz, de ciudad dormitorio a barrio cotizado y bien equipado. Esa cotización y sobre todo ese equipamiento no fueron graciosa concesión de los constructores ni de los munícipes, se lo ganaron en la calle los 'progres' del barrio en las manifestaciones y movilizaciones vecinales de los años setenta y se lo siguen ganando a pulso los vecinos de ahora.

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Por otra parte, los trasnochados fantasmas de los progres de ayer, sus herederos, están en la calle en las manifestaciones antiglobalización, o contra las contrarreformas de la enseñanza y del empleo, en la okupación y en la acción. Tal vez, si trasnocharan o callejearan un poco más nuestros gobernantes llegarían a verlos algún día y se acabarían las risitas.

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