La popularidad de Fox se desploma tras año y medio de mandato
El 70% de los mexicanos piensan que el presidente no controla el país
La última encuesta del departamento de Coordinación General de Opinión Pública de la presidencia, confidencial pero filtrada por el diario Milenio, debió de amargar a Vicente Fox: asumió el poder sin saber qué hacer con él. Casi siete de cada 10 compatriotas piensan que no lleva las riendas de un país estancado o peor que en el año 2000, en que ganó la presidencia al Partido Revolucionario Institucional (PRI), régimen durante siete decenios.
La mayoría piensa que 'mete la pata demasiado' y que no cumple sus promesas
La derrota del PRI generó expectativas de cambio que no se han hecho realidad
Descendiendo desde un pico de 7,7 puntos sobre 10 hace dos años, la popularidad de Fox bajó hasta 6,5, menor que la del último presidente priísta, Ernesto Zedillo (1994-2000), 6,8 al término de su mandato. La mayoría de la muestra dice que a Fox le falta carácter y autoridad, que 'mete la pata demasiado' y que no cumple sus promesas. Cierto es también que, de convocarse elecciones, las ganaría de nuevo, pese a perder un tercio de su electorado, muy por delante de Roberto Madrazo, presidente del PRI, y de Andrés Manuel López Obrador, alcalde de Ciudad de México y dirigente del Partido de la Revolución Democrática (PRD).
Al año y medio de su investidura, el hombre que ilusionó ofreciendo un nuevo país, próspero y justo, ha defraudado a muchos de sus votantes. 'Denme tiempo', dijo. Vicente Fox dispone de cuatro años y medio para exhibir resultados rotundos, sin desconocer que las legislativas del año próximo determinarán buen aparte de la agenda de la oposición, que prepara munición de grueso calibre, y la estrategia del propio partido gubernamental, el conservador Partido de Acción Nacional (PAN). El Ejecutivo atribuye a los partidos opositores, mayoría en el Congreso, la imposibilidad de aprobar las reformas pendientes (fiscal, laboral, eléctrica o de Estado), necesarias para recaudar fondos y apuntalar la seguridad jurídica.
Siendo en parte verdad, la mayoría de los mexicanos no entra en profundidades estructurales y exige más empleos, menos pobreza, menos delincuencia, salarios más altos y una economía que cree riqueza y reduzca la chapuza laboral como refugio o la masiva emigración hacia Estados Unidos. 'Demanda sobre todo políticas públicas que pueden y deben ser generadas desde el propio Gobierno', señala el analista Jorge Fernández, que elaboró la encuesta. 'La gente está responsabilizando más al Gobierno de no cumplir sus promesas que a la oposición de obstruirlo o no permitir los cambios'.
La economía nacional, excesivamente dependiente de la norteamericana, a cuyos mercados exporta el 90% de sus mercancías, apenas crecerá este año punto y medio; la pobreza todavía castiga al 50% de los 100 millones de mexicanos, los delincuentes operan con una impunidad alarmante, la corrupción, muy antigua, parece imbatible, y los grandes problemas nacionales están sin resolverse.
Los avances proclamados por el Gobierno no han sido tenidos como tales, a juzgar por el grueso de los estudios de opinión. El presidente tiene la voluntad, dicen, pero no la capacidad, y sus ministros distan de haberse constituido en un equipo bien avenido y coordinado. 'El presidente está harto , y eso se va a acabar. No puede ser que algunos secretarios tengan su propia agenda', comenta a este diario un alto funcionario, en referencia a las ambiciones presidenciales, en 2006, atribuidas a los ministros de Gobernación, Santiago Creel; Relaciones Exteriores, Jorge Castañeda, y de Contraloría, Francisco Barrio.
La derrota del vetusto PRI generó enormes expectativas de cambio, pero el imaginario del nuevo México no se ha hecho realidad: lo que esperaba no ha tenido lugar. 'Ideas y rumbo hay, pero no se han podido llevar a la práctica, muchas veces por razones ajenas al Gobierno', agrega esa fuente.
Equilibrando la negativa evaluación de la gestión oficial, el analista Rubén Aguilar precisa que, pese a las frustraciones, México no es el mismo. Los pilares estructurales del sistema político nacido después de la revolución de principios del siglo XX (el presidencialismo, el partido de Estado y el corporativismo encarnados en el PRI) se han venido abajo. 'Parte de contenido del cambio era que esto tuviera lugar. Ya pasó. El golpe pudo haber sido más contundente. No fue. A pesar de eso, los viejos pilares ya no se pueden reconstruir'.
La presidencia imperial del PRI y la tradicional arrogancia de su titular han sido acotadas, y el poder judicial, pese a sus carencias, actúa como balanza entre el Ejecutivo y el Legislativo, subraya Aguilar. La prensa consolida su autonomía y las instituciones del Estado ganan independencia, comienzan a tener vida propia. El Ejecutivo, sin control alguno durante la hegemonía príista, debe rendir información y cuentas. 'La actual etapa se caracteriza por que las viejas instituciones y maneras dejan de ser, pero las nuevas no aparecen plenamente perfiladas'.
Las reformas constitucionales no han llegado. El nuevo andamiaje mexicano es construido al ralentí, a rebufo del poco oficio del equipo encargado de levantarlo y de los parapetos establecidos por el corporativismo, mafioso a veces, que sobrevivió a la derrota electoral de su hacedor: el PRI.
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