Madrid
Creo que fue Clemenceau quien dijo que los franceses también tienen derecho a no ser de París. Algo parecido nos ocurre a los españoles. Porque Madrid, capital de España, tiene una dimensión omnipresente y discriminatoria. Los valencianos nos hemos caracterizados por nuestra actitud reverencial hacia la meca madrileña, que unas veces fagocita nuestras oportunidades y otras se muestra con una rotundidad exultante. Ni Madrid ciudad ni su entorno federal, demarcado por la Comunidad autónoma, han sido imparciales, por ejemplo, en la guerra de las ferias.
Produce vértigo un endeudamiento de 355 millones de euros, con la garantía de la propia concesión municipal de los que llevamos gastados más de cien. Y no se sabe si está justificada suficientemente esta inversión, ante un horizonte ferial valenciano amenazado, como lo está, por la competencia desleal de la capital de España.
Hemos pasado en estos últimos veinticinco años, del proteccionismo ferial a un desbordado sálvese quien pueda. En esta tesitura Madrid tiene todos los triunfos, Barcelona ejerce sus poderes y el resto de plazas feriales malviven con Valencia a su cabeza. Y no nos engañemos con los espejismos de la legendaria autovía a Madrid. La A-3, del mismo modo que el AVE, son conquistas que benefician especialmente a los madrileños, deseosos de aproximarse al Mediterráneo tanto como les sea posible.
Estos días nos encontramos en plena celebración de que Valencia, puerto de Madrid, por fin ha superado al de Barcelona en tráfico de mercancías. La disyuntiva es si el puerto de Barcelona es realmente una amenaza para el de Valencia o si conviene plantear el conflicto a modo de estrategias ventajosamente consensuables. El puerto barcelonés y detrás de él la sociedad catalana, no se han distinguido por las actitudes condescendientes. Pero, ¿de una hipotética guerra entre los puertos de Valencia y Barcelona, quién saldrá ganando? Sin duda, ni los intereses catalanes ni los valencianos. Los restantes puertos españoles del Mediterráneo poco tienen que decir en esta confrontación. Sería el ángulo madrileño y los restantes puertos europeos del Mediterráneo occidental quienes recogerían el provechoso resultado del duelo portuario entre Valencia y Barcelona.
Los aeropuertos de Manises y El Altet tras el golpe de gracia del 11 de septiembre han quedado relegados a un discreto segundo plano. La actitud ante el tren de alta velocidad y la acomodación de los accesos ferroviarios de Valencia, muestran la evidencia de lo que una ciudad nunca debe consentir en indefiniciones ni en retrasos. La responsabilidad política, para que nadie se llame a engaño, recorre el arco parlamentario de izquierda a derecha, sin olvidar a la ciudadanía que, cansada de esperar acaba por renunciar, de un plumazo, a los resultados y a la eficacia.
Madrid, meta indefinida para muchos valencianos, se alza con los triunfos, se fortalece con las debilidades de los demás y colecciona agravios comparativos. Sólo hace falta ver quién paga peajes de autopista o quién padece los accesos y los cinturones de ronda que rodean la capital de España. El precio en imagen ya es otra cosa y la impopularidad madrileña es proverbial en el resto de España, aunque bien parece tenerles sin cuidado.
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