Economía española, del éxito al malestar
La recuperación, favorecida por la estabilidad del euro, puede estar en cuestión por los desequilibrios acumulados
Después de cuatro años creciendo a un ritmo del 4% anual y creando empleo, la economía española empezó este año creciendo al 2% y destruyendo empleo. El malestar económico no afecta sólo a los 65.000 españoles que perdieron su empleo, según la EPA, o a los más de 100.000 parados que, en los últimos 12 meses, se añadieron a las cifras del Inem. La inflación casi dobla la de la Unión Europea y recorta los salarios de los trabajadores, los sueldos de los funcionarios y las pensiones. Los inversores no están más contentos, porque la Bolsa española no ha escapado al descenso de los demás mercados. ¿Podremos recuperar pronto la senda perdida del crecimiento y considerar este malestar como pasajero?
La salvación podría venir del sector exterior. En lo de nosotros depende (la competitividad), no sólo no hemos avanzado, sino que hemos ido para atrás
Desde 1997, ni España ni la UE han adoptado reforma estructural alguna, aunque la retórica sostiene que el esfuerzo reformador es notable
Empecemos por analizar las causas del éxito económico de los últimos años. El crecimiento español se debió a que el mundo experimentó una de las expansiones económicas más largas e intensas del último siglo y a que, además, España registró un mayor crecimiento relativo, más de un punto por encima del crecimiento europeo.
La recuperación, favorecida por la estabilidad del euro, puede estar en cuestión por los desequilibrios acumuladosEn consecuencia, la vuelta a ritmos de crecimiento del PIB y del empleo como los del pasado dependerá, por una parte, de la recuperación de la economía mundial, pero también de lo que suceda con los factores que causaron el mayor crecimiento relativo de España.
Dentro de estos últimos factores, el euro es el que mejor explica nuestro mayor crecimiento relativo. El euro permitió una relajación de las condiciones monetarias ya que, al tipo de cambio muy competitivo con el que entramos en la moneda única, se sumó un tipo de interés mucho más reducido que el que hubiéramos tenido con la peseta. Pero, lo que es más importante, el euro ha significado el fin de las turbulencias financieras. Gracias al euro, España se permite el lujo de tener una de las inflaciones más altas de los 29 países de la OCDE y un abultado déficit de balanza corriente sin que estos desequilibrios afecten a los tipos de interés o a los tipos de cambio.
El segundo factor que explica nuestro mayor crecimiento relativo ha sido el excelente comportamiento del mercado de trabajo. El creciente uso del contrato temporal desde 1984, el ajuste de plantillas de principios de los años noventa y la reforma de 1994, que introdujo una gran flexibilidad en la negociación colectiva, nos dejaron como herencia uno de los periodos de moderación salarial más importantes de nuestra historia. Aunque en los últimos años apenas creció la productividad, la moderación salarial ayudó a mejorar la competitividad de nuestras empresas y, gracias a ello, crecimos por encima de otros países. Es verdad que el gobierno actual introdujo algunas rigideces en el mercado laboral, por ejemplo en el contrato a tiempo parcial. Pero estas contrarreformas han perjudicado el mercado laboral sólo marginalmente. El problema es que, al no haber avanzado en una mayor flexibilización, por ejemplo, en la descentralización de la negociación colectiva, no cabe esperar en el futuro resultados adicionales que aumenten nuestro mayor crecimiento.
Reformas
El mayor crecimiento relativo de la economía española se debió también a las reformas liberalizadoras y privatizadoras. Entre 1992 y 1996, se adoptaron en España una serie de reformas estructurales impulsadas algunas de ellas por la Unión Europea, como la liberalización del transporte aéreo (1993), la telefonía móvil (1994), las telecomunicaciones fijas (1996), etcétera, que mejoraron el funcionamiento de los mercados en España. A ello hay que añadir las setenta empresas privatizadas por el último gobierno socialista y las cuarenta privatizadas por el gobierno popular, que, seguramente, aumentaron la eficiencia de la economía. Desde 1997, ni el gobierno español ni la UE han adoptado ninguna reforma estructural de interés, aunque la retórica -la Cumbre de Lisboa es un ejemplo- intenta convencer de que los esfuerzos reformadores son notables. Para el futuro sólo cabe esperar que los efectos sobre el crecimiento de las reformas anteriores no desaparezcan.Finalmente se debe mencionar el papel que jugó la mejora de la confianza de los agentes económicos en nuestro crecimiento. Frente al discurso del anterior gobierno, que, para convencer de las reformas, pintaba los problemas españoles con tintes dramáticos ('la Seguridad Social está en quiebra'), el gobierno popular utilizó un discurso basado en la auto-satisfacción de los españoles que mejoró el clima de confianza. El último gobierno socialista, a pesar de registrar dos años de intensa creación de empleo, fue incapaz de trasladar al país la sensación del final de la crisis, siendo el nuevo gobierno el que, nada más llegar, lanzó el slogan de 'España va bien' con indudables efectos reconfortantes sobre los agentes económicos. Este clima de confianza se reforzó con el tranquilo clima laboral y con la reducción de incertidumbres que aportó la moneda única.
Respecto al futuro del factor confianza, el euro seguirá infundiendo estabilidad y, en cuanto al clima laboral, habrá que ver cómo evoluciona después de la huelga general. Sobre la capacidad actual del gobierno para infundir confianza, su tarea es más difícil que en 1996, cuando bastaba decir que todo iba bien, porque todo iba bien. Ahora es necesario explicar que, aunque la economía vaya mal, podría mejorar. La confianza se ha deteriorado también por la utilización gubernamental de los órganos independientes y las empresas privatizadas, intervencionismo que introduce incertidumbre en la regulación económica.
La actual desaceleración ha puesto al descubierto algunos puntos frágiles de las bases del crecimiento de los últimos años. El déficit de la balanza corriente, el hundimiento de la tasa de ahorro, el aumento de endeudamiento de las empresas y de las familias, la lamentable evolución de la productividad, la caída de inversión en bienes de equipo, etc., son algunos de los problemas que no existían en 1996 y que ahora pueden lastrar la recuperación. La reciente evolución macroeconómica revela una composición del crecimiento poco sana. Si bien la tasa del primer trimestre ha sido superior a la media europea, el crecimiento se ha basado en el consumo, el gasto público y la construcción; el sector exterior y la inversión en bienes de equipo muestran una gran debilidad. Este desequilibrio lleva a ser pesimista acerca de las posibilidades de una temprana recuperación.
La salvación podría venir del sector exterior, pero ello dependerá de lo que suceda fuera -la demanda externa-. En lo que depende de nosotros -la competitividad- no sólo no hemos avanzado, sino que hemos ido para atrás. El gobierno puede tener razón en que la mayor inflación española se debe a la convergencia con los precios europeos, pero eso no significa que esta convergencia no esté perjudicando nuestra competitividad. Hasta el año 1999 hubo un crecimiento espectacular en nuestras exportaciones de bienes y servicios en relación a las de los países de la Unión Europea como consecuencia de las ganancias de competitividad acumuladas en los años anteriores, pero, desde entonces, ese mayor crecimiento se estancó e incluso empezó a disminuir. En la evolución de la productividad aparecemos siempre en la cola de los rankings europeos. Al no haberse adoptado en los últimos años ninguna reforma estructural de importancia, no cabe esperar un mejor comportamiento de la productividad en el futuro.
El sector público
Aunque las cuentas que publica el Ministerio de Hacienda aparezcan equilibradas, el sector público está siendo un factor esencial en la expansión de la demanda interna. Esta contradicción se explica porque muchos de los gastos públicos se están ocultando a través de la creación de nuevas empresas públicas (en el año 2001, el gobierno creó más empresas publicas que las que privatizó) o por medio de la activación de los gastos (en el 2001 se activó más de un billón de pesetas de gastos que no aparecieron en el déficit). Esta política presupuestaria llevará en el futuro a aumentar la presión de los impuestos con efectos depresivos sobre el crecimiento, pero este cuadro no tiene por qué aparecer en los próximos 2/3 años, en los que, además, el componente demográfico favorable de la Seguridad Social va a seguir permitiendo un desahogo a las cuentas públicas.
Un último factor que podría ayudar a la economía española a salir del atasco sería un cambio en la política económica. El gobierno podría, por ejemplo, hacer caso a las recomendaciones del Banco de España y pasar de las reformas cosméticas a las reformas reales de los mercados. Los optimistas ven en el llamado decretazo el final del periodo de siesta de cinco años, en el que no ha habido ninguna medida de reforma económica de importancia. Pero la torpeza con que se ha gestionado esta reforma no hace ser muy optimista sobre la posibilidad de que el gobierno emprenda otras reformas estructurales.
¿Podemos salir del malestar actual? Sí, si se recupera la economía mundial, si se mantiene la moderación salarial, si no se agotan los benéficos efectos del euro y de un pasado reformista cada vez más lejano, si los agentes económicos mejoran su confianza, si no seguimos perdiendo competitividad, si el endeudamiento de familias y empresas no impide la recuperación, si continúa la expansión de gasto público fuera de presupuesto, etc.
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