Un mapa literario
Nunca había dejado de interesar Pío Baroja, ni el personaje ni su obra, pero últimamente el universo de los comentarios barojianos se ha ensanchado con las aportaciones de escritores que siguen encontrando en el autor donostiarra nuevas vertientes para la reflexión. Miguel Sánchez Ostiz publicó recientemente Derrotero de Pío Baroja, y aún resuena la polémica que ha suscitado Baroja o el miedo, de Eduardo Gil Bera, una de esas biografías desmitificadoras en las que la parte de verdad revelada queda empequeñecida por la excesiva toma de partido del autor. En cualquier caso, el interés que sigue despertando la biografía de Baroja no reside tanto en los lances vitales como en la certidumbre de que algo hay en ella de paradigma, de ejemplo de vida de escritor.
El señor de Itzea
Apuntes para una geografía barojiana. Ángel Martínez Salazar. Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 2002. 365 páginas.
Ahora es Ángel Martínez Salazar quien retoma al personaje y lo hace desde un nuevo punto de vista, una perspectiva original dentro de los estudios barojianos. El subtítulo del libro describe fielmente su contenido: Apuntes para una geografía barojiana. Martínez Salazar recorre la biografía de Baroja desde el paisaje, analiza los distintos decorados de su vida, una vida no muy agitada pero que no por ello dejó de conocer muchos y diversos emplazamientos. Por otra parte, la experiencia de campo de Baroja era inmediatamente trasladada a sus novelas, de modo que el análisis de esta inédita geografía simultanea los itinerarios del autor y los de sus propias novelas.
Esa nueva perspectiva es la que otorga un especial interés al libro. El criterio geográfico obliga a dedicar extensas referencias a momentos de la biografía de Baroja poco conocidos, como su estancia en Marruecos como corresponsal de guerra, o a perseguir al personaje en sus viajes de ocio, o en sus fugas, o en sus distraídos vagabundeos por Europa. La inevitable contemplación de la vida de Baroja en virtud de un criterio geográfico impone una minuciosa referencia a la primera mitad de su biografía y un inevitable estrechamiento del volumen a la hora de abordar la vejez del escritor, una vejez que, tras los confusos lances de la guerra civil, quedó circunscrita al Madrid de la postguerra y a espaciadas estancias en Bera de Bidasoa.
Ángel Martínez Salazar consigue en cualquier caso fundir la vida del escritor con las vivencias de sus personajes, superponiendo ambas geografías y proporcionando al lector una aportación original, útil e interesante sobre un autor y una obra en sí mismos inagotables.
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