Noches en la frontera
Una patrulla de la Guardia Civil sorprende a unos traficantes alijando hachís en una playa de Tarifa. Carreras, gritos y un disparo al aire. Los delincuentes consiguen huir aprovechando la oscuridad de la noche sin luna y dejando tras de sí unos cuantos fardos de la mejor mercancía. A la mañana siguiente, el jefe de la comandancia da una extraña orden:
-No informen a la prensa.
La treta funciona. A los pocos días, los guardias interceptan una conversación entre el dueño de la droga, un marroquí residente en Tánger, y su compinche al otro lado del estrecho de Gibraltar, un español de Algeciras.
-Te lo pregunto por última vez, ¿dónde está la droga?
-Te juro que nos la trincó la Guardia Civil.
Los inmigrantes intentan pasar el menor tiempo posible cerca de la orilla. Saben que si son sorprendidos, la Guardia Civil los repatria inmediatamente
Madrid no se habla con Rabat, pero eso aquí no importa demasiado. También estuvo cerrada la verja de Gibraltar, y no por eso los llanitos dejaron de hablar andaluz
-No me lo creo. El periódico no ha publicado nada.
-Te lo juro...
-Más vale que aparezca. Ya sabes...
Hace más de seis meses que Madrid no se habla con Rabat, pero eso, aquí, no importa demasiado. También estuvo cerrada la verja de Gibraltar más de 13 años y los llanitos no perdieron el acento andaluz ni en La Línea se dejó de fumar nunca el tabaco rubio de contrabando. Las noticias y las mercancías siempre circularon rápidas de una orilla a otra, por dentro o por fuera de la ley, para lo bueno y también para lo malo. Por eso, ahora que se anuncia un endurecimiento de la Ley de Extranjería, el guardia civil de Tráfico, apoyado en la barra de zinc de una taberna de Tarifa, mira escéptico hacia la calle y dice:
-Ese es el que manda aquí, el que de verdad consigue ponernos a todos a raya. Ni los de ahí enfrente se atreverán a venir esta noche ni yo seré capaz de ir derecho en la moto.
Se llama viento de Levante y es, por ahora, la única herramienta eficaz que tiene el Primer Mundo para evitar que el Tercero desembarque en sus playas. Intratable y caprichoso, el jueves pasado llegó a soplar a más de 100 kilómetros por hora, dejando a la flota amarrada y a los inmigrantes plantados en las pensiones del Zoco Chico, aburridos por las calles de Tánger.
El lenguaje de la frontera es distinto al de Madrid. Las órdenes también se ejecutan de otra manera. Hay un ejemplo que lo explica muy gráficamente. El otro día, en plena ofensiva de Interior contra la inmigración clandestina, un camión de verduras procedente de Marruecos volcó muy cerca del puerto de Algeciras. El camionero, que afortunadamente salió ileso, avisó, como es de rigor, a la Guardia Civil. Unos minutos después, desde la propia comandancia, un guardia descolgó el teléfono.
-¿Está el hermano Isidoro?
-Dígame, agente, soy yo.
-Acaba de volcar un camión lleno de verduras. Yo que usted me acercaba por allí con la furgoneta.
-Que Dios te lo pague, hijo.
Nadie desconoce en Algeciras que el hermano Isidoro, el de la Cruz Blanca, se dedica desde hace años a cuidar a los inmigrantes subsaharianos, fundamentalmente a las mujeres embarazadas o con hijos pequeños. A cambio de un favor como el del camión, el hermano Isidoro lava y desinfecta las mantas que utilizan los guardias para arropar a los inmigrantes cuando los detienen a pie de playa, mojados y tiritando de frío.
No existe, pues, en Tarifa -ni en Algeciras, ni en La Línea- una actitud contraria a los que llegan de África. Es más, se les ayuda como quien socorre a un gorrión con la pata rota, sabiendo que cuando cure remontará inmediatamente el vuelo. También es verdad que los inmigrantes, que suelen aprovechar las noches sin luna y sin viento, intentan pasar el menor tiempo posible cerca de la orilla. Sobre todo los marroquíes, conocedores de que, si son sorprendidos justo después de llegar, serán repatriados inmediatamente. Si, en cambio, la policía los detiene sin papeles una vez en Madrid o en cualquier otro lugar del interior, el proceso de expulsión se vuelve más lento, imposible casi.
-Lo único que puede conseguir la política del PP es alejar un poco más la frontera, que en vez de aquí esté en la orilla de Marruecos o más abajo aún, pero nunca van a conseguir que renuncien a venir. Huyen de la pobreza y eso les dignifica y los convierte en imparables. Seguirán viniendo.
Quien habla así es Mario Arias, de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía. La Guardia Civil lo conoce tan bien como él a la Guardia Civil. Si los guardias están para que los inmigrantes no pasen, él procura todo lo contrario. Sabe que se mueve al borde de la ley, pero se le olvida cuando alguien, normalmente de madrugada, marca el teléfono de su casa amarilla frente al mar y le dice que un grupo de inmigrantes necesita ayuda. Mario siempre va. Su única defensa, en el caso de que lo sorprenda una patrulla, es bien simple: 'Yo no le pregunto a nadie si tiene papeles o no. Veo a una persona con problemas y la intento ayudar'.
Mario siempre lleva encima su carnet de la asociación pro derechos humanos. A veces le sirve para demostrar ante los agentes que él no es un traficante de personas, alguien que se lucre con la desesperación ajena, sino una especie de buen samaritano de los que abundan en la costa de Cádiz.
Lo que no sabe Mario Arias, y tampoco la Guardia Civil, es por qué en las últimas semanas ha disminuido sensiblemente el número de inmigrantes sin papeles que desembarcan en las costas de Cádiz. Hay versiones para todos los gustos. Una de las más extendidas es que los sucesos del 11 de septiembre han acentuado el control de las autoridades marroquíes, preocupadas porque entre la avalancha puedan colarse posibles terroristas. Otra hipótesis se refiere a la presión, cada vez más eficaz, que la Guardia Civil ejerce en el Estrecho. Dispone de embarcaciones muy modernas y de un sistema para detectar la presencia de personas en el interior de los camiones que llegan desde Tánger. También se atribuye a que las mafias están cambiando sus rutas. Ahora hacen bajar a los inmigrantes hasta la zona de El Aaiún, para desde allí embarcar hacia Canarias. 'También se habla', cuenta Mario, 'de un campo de concentración al sur de Argelia, desde donde los inmigrantes son obligados a adentrarse en el desierto con destino a Malí. Hablan de que allí mueren muchos'.
Aquella historia del alijo en la playa tuvo un buen final. Nada más detener al correo español de la droga, la Guardia Civil mandó una nota a los periódicos para evitar las represalias del capo marroquí. Otras veces, las noticias llegan tarde, justo después de que se descubra un cadáver acuchillado en la playa, un ahorcado a la fuerza. El agente, apoyado en la barra de un bar, dice que la frontera es así, difícil de entender en Madrid.
-Por eso no nos pueden exigir mano dura. ¿Ha visto algún político la cara de susto que traen los inmigrantes? ¿Ha recibido algún político el abrazo de un inmigrante cuando nos da las gracias por haberlo salvado de morir ahogado? ¿Y qué saben de las madres que llegan con sus hijos recién nacidos...? Cada vez que detenemos a un traficante nos ponemos locos de contento, pero con los inmigrantes... qué quiere usted que le diga.
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