Público / privado
Siempre hemos creído en una economía social de mercado y en una amplia red de seguridad social a cargo del Estado. Este último logro se fraguó en Gran Bretaña gracias al Plan Beveridge, de 1941, en plena guerra mundial
Siempre hemos creído en una economía social de mercado y en una amplia red de seguridad social a cargo del Estado. Este último logro se fraguó en Gran Bretaña gracias al Plan Beveridge, de 1941, en plena guerra mundial. Cuando Margaret Thatcher adivinó y la emprendió contra el Estado de Bienestar como Don Quijote contra el retablo de maese Pedro, el plan puesto en pie por el insigne lord William Beveridge, aún no había sido desarrollado en su totalidad. Al paso que hoy vamos, pronto en esta Europa de la que formamos parte, el nobilísimo personaje al que tanto debemos será considerado como un epígono del socialismo utópico: él, que ni era socialista ni utópico.
De entrada, quiero decir que me parece indeseable el abarraganamiento entre el capital privado y el público y que debe evitarse, en la medida de lo posible. Sobre esta necesariamente difusa 'medida de lo posible' volveré más adelante. A renglón seguido, algunas de las razones del rechazo. El dinero privado no tiene más móvil que su propio incremento. Excepciones filantrópicas no desmienten esta regla; y no quiero extenderme sobre ciertas filantropías porque no me lo permite el espacio. Con el pretexto de proteger sus inversiones, el empresario o la gran corporación terminan por colocar en puestos estratégicos, paulatinamente y de forma más o menos solapada, a sus propios hombres. Hasta que un día un gran servicio público lo es sólo de nombre o ni eso. Otra consecuencia es que la acumulación de beneficios extraídos del sector público favorece la tendencia monopolista. Privatizaciones y monopolios que no toleran durante mucho tiempo la dichosa acción de oro. Europa ya se ha pronunciado contra ésta y en España la emancipación total de empresas que fueron públicas y rentables está prevista para 2006-7, según los casos. Prácticas que entrañan, por otra parte, el debilitamiento de los Estados, en un momento en que éstos necesitan aunar esfuerzos para combatir terrorismos y globalizaciones sin control.
Además, privatícese y espérese luego el muy probable efecto bumerán. Las grandes aseguradoras privadas piden árnica al Gobierno cuando pintan bastos; y las aeronáuticas y las eléctricas y las de seguridad y tantas otras. Privatizado el ferrocarril británico ha sembrado el desconcierto y el pánico en el país. Los raíles son unos, las empresas varias: caos. La eficiencia del sector privado es, en buena parte, mítica. Las agencias tributarias de muchos países funcionan como un reloj. Sonrían sardónicamente. La ciencia pública ha ganado muchas batallas y se discute si también la del genoma. Muchas multinacionales, por otra parte, no saben siquiera el número de empleados que tienen; y ni el peso de su relativa descentralización impide que no pocas funcionen con el lastre de una burocracia caótica. La gran corporación hace de la eficiencia racional una religión que en la práctica no pasa de beatería. En cuanto a rendimiento coordinado respecta, el ser humano es una mala copia de la máquina: la máquina decimonónica, para ser más exactos. En fin, tenemos el ejemplo palmario del estudio llevado a cabo por la OMS a escala mundial. Con recursos menores que la privada, la sanidad pública ofrece mejores resultados terapéuticos; en el caso de la tuberculosis, que hoy vuelve a ser pandemia, la diferencia es abismal. Concluyo este modesto ditirambo con una mención a esa gran señora que es Martine Aubry, ex ministra de Empleo y Solidaridad en Francia: 'Los gastos sociales son la articulación entre la política económica y la social... y una inversión para la economía'. Exacto. Sin esos gastos naufragaría la escasa cohesión social que nos queda y que no puede ser suplida por el mero ejercicio de la caridad. Ante la disyuntiva de convertir al ser humano en lobo estepario o en una criatura en exceso mimada, me quedo con esta segunda opción. Precisamente, esta es la postura declarada por el conseller de Bienestar Social, Rafael Blasco, más de una vez. 'El tiempo de la beneficencia ha terminado' y está siendo sustituido por el de la 'total integración'. En la nueva cultura social, el conjunto gira en torno a todas y cada una de las partes. El individuo, sano o tullido, apto o inepto, viejo o enfermo, constituye el eje de la atención social.
Pero eso, ¿quién lo financia? ¿El capital privado, el dinero público o la mescolanza? Retornemos a 'la medida de lo posible'. Europa no sólo da señales inequívocas de debilidad ante la globalización, sino que también ha empezado a prosternarse ante el mito según el cual el Estado de Bienestar es ya incapaz de ser sufragado con fondos públicos. La ancianidad llega más tarde, aumenta el paro tecnológico. A mí no me cuadran las cuentas, pues este paro es fuente de alienación... y de riqueza material debida a la máquina. Si se produce más con menos, se genera un problema de distribución, no de escasez de recursos. Pero valga. La Comunidad Valenciana es David y la UE un Goliath resabiado. Que yo sepa, Blasco ha dotado su área de un marco jurídico: parejas de hecho, ley de mediación familiar, ley de voluntariado, etcétera. Pero el marco jurídico, esencial como es, sólo incide tangencialmente en la cuestión que nos ocupa: financiación pública o privada. Blasco se aferra 'en la medida de lo posible', al dinero público. El Ivadis es tal vez el mejor ejemplo. Un organismo que, según cifras oficiales dispone de 18 centros y atiende a un total de 1.049 discapacitados. Otros 400 acuden a recibir aprendizaje. La iniciativa privada está del todo ausente. Lo más reconfortante es que los discapacitados del Ivadis fabrican hasta 52 productos distintos que nosotros adquirimos sin saber, supongo, su procedencia. (Puzzles y cosas así). Un pequeño INI autonómico para personas físicamente disminuidas.
Para empresas mayores, sin embargo, Rafael Blasco, sí da acogida -no sé si con demasiada convicción- al capital privado. Pienso en los geriátricos. Se cede la gestión, se conserva el control. Cree el conseller en la urgencia de estos centros y al parecer está convencido de que el control de los mismos es fácil. Esto se hace en Europa, Europa, Europa. ¿Quizás no debemos hacer un fundamentalismo de la división entre lo privado y lo público? Reservarse el control de unos geriátricos, no es, en efecto, lo mismo, que ceder todo el sistema de sanidad, de educación, de transportes... En realidad, González es anterior a la tercera vía. Melancólicamente...
Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.
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