El círculo vicioso de López Nieto
Alemania ganó a Camerún en un choque marcado por el arbitraje: 12 tarjetas amarillas y dos rojas por dobles amonestaciones
Un partidazo del árbitro español. Si no hubiera sido por la actuación de López Nieto, el Alemania-Camerún habría pasado de inmediato, y merecidamente, al olvido. Pero un partido de fútbol, nada menos que en el solemne contexto de un Mundial, en el que el árbitro reparte 12 tarjetas amarillas y otras dos rojas -ambas por doble amonestación-, es un espectáculo. Eso sí que es dejar huella.
En cuanto al aspecto puramente futbolístico, el encuentro fue atroz. Alemania ganó (2-0) y desde los primeros compases nunca hubo la más mínima duda de que iba a ganar. O de que, al menos, lograría el empate necesario para imponerse en el grupo y pasar cómodamente a los octavos de final. Camerún jamás demostró el más mínimo espíritu de lucha. Eso se debió en parte a la forma de jugar de los alemanes -en una palabra, asfixiante- y en parte a López Nieto.
Una vez que se llegó al descanso, con el marcador 6-3 a favor de Alemania en cuanto a tarjetas amarillas cosechadas y 0-0 en lo que a goles se refería, lo que estaba claro es que el fútbol se había convertido en un deporte secundario, marginal. Para los jugadores, quizá no tanto. Pero, definitivamente, desde el punto de vista del espectador, cuyo interés al avanzar el partido residía menos en quién ganaría, en el sentido convencional de la palabra, que en quién permanecería en el campo al finalizar los 90 minutos.
Casi lo más extraordinario de todo fue que, con tantas tarjetas amarillas de por medio, con tantas espadas de Damocles en el aire nocturno de Shizuoka, sólo dos jugadores fueron expulsados. Lo cual demostró una admirable capacidad de autocontrol por parte de López Nieto. Por lo demás, hizo el rídiculo. Si hubiese sido un partido inusualmente violento, entonces quizás se habría entendido la necesidad de tanto protagonismo arbitral. Pero no fue así. No hubo ninguna lesión seria y el ambiente entre los jugadores -aunque hubo algún que otro forcejeo, algún chispazo, de vez en cuando- no fue particularmente malhumorado. Baño de sangre no hubo.
Entonces, ¿fueron totalmente injustificadas las tarjetas amarillas del árbitro español? Todas no, por supuesto. Pero tal vez la mejor forma de contestar a la pregunta sería con otra pregunta: ¿Un padre que se pasa el día, de la mañana a la noche, pegando a sus hijos ejerce una buena disciplina familiar? No. Y tampoco, por más amonestaciones que repartiera, logró López Nieto imponer la autoridad y ganarse el respeto de los jugadores.
El problema fue que, desde un principio, creó un círculo vicioso del cual fue incapaz escaparse. Su primera y única respuesta a faltas relativamente inocuas no fue hablar, convencer, amenazar con una mirada -como hubiera hecho el cuarto árbitro, el italiano Collina- sino, sin pensárselo dos veces, sacar la tarjeta amarilla. Una vez que dio una tarjeta por una pequeñez a un equipo se vio obligado a dar otra por otra pequeñez al otro. En total, hubo 53 faltas. O sea, una amarilla por cada tres. Quizás sea una plusmarca mundial. López Nieto, en cualquier caso, ya pasó a la historia: su arbitraje ha batido el récord de tarjetas en un Mundial. Franz Beckenbauer lo resumió con precisión: 'El árbitro dañó el partido. Si lo que estaba buscando era establecer una nueva marca de tarjetas, creo que lo logró', dijo.
De lo que nadie le puede culpar a López Nieto es de carecer de espíritu democrático. No se detectó la más mínima discriminación entre alemanes y cameruneses. En ese sentido, estuvo impecable. Amonestaciones y expulsiones, a partes iguales.
Por lo demás, Alemania salió al campo con el plan de presionar desde muy arriba, impedir que los cameruneses cogieran el ritmo, evitar que hicieran más de dos pases seguidos. En resumen, quitarles el aire, frustrarlos, convencerles de que contra la máquina germana no había nada que hacer. Los cameruneses se convencieron. Hasta tal punto que cuando en el minuto 13 del primer tiempo el extremo Olombe ganó a la defensa alemana por velocidad y se encontró solo ante Kahn, en vez de hacer un esfuerzo serio para aprovechar la ocasión de gol, se paralizó. Como si hubiese entendido que hoy no era el día de Camerún. Y así fue.
Nada más empezar el segundo tiempo, con Alemania en desventaja numérica debido a una de las expulsiones, el suplente Bode se encontró solo ante el portero camerunés, Alioum, y no falló. Al poco rato, Klose, siempre Klose, anotó el segundo gol de cabeza. Camerún no reaccionó. No dio señal de vida. El campeón de África se fue del torneo sin un gemido.
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