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Reportaje:

'Me enseñaron a hablar y a moverme para atraer clientes'

Dos inmigrantes obligadas por redes mafiosas a ejercer la prostitución cuentan cómo consiguieron escapar

Palizas con toallas húmedas pegadas al cuerpo para no dejar señal. Azotes con cables eléctricos. Violaciones. Insultos. Control de los desplazamientos. Amenazas de muerte. Éstas son sólo algunas de las vejaciones que sufren a diario cientos de mujeres inmigrantes a quienes las mafias internacionales que operan en España obligan a ejercer la prostitución en la capital. Algunas consiguen escapar de la red. Otras, en cambio, siguen forzadas a trabajar como meretrices.

Sofía (nombre ficticio) se subió una noche de abril de 2001 en un coche de la policía y consiguió cerrar así una historia infernal que la había llevado meses antes desde un país de Europa del Este (que ella prefiere no concretar) hasta la Casa de Campo. Sofía, de 20 años, fue víctima de una banda de mafiosos que la trajo a España, bajo la promesa de un trabajo digno, y la obligó a prostituirse en Madrid.

'Me advirtieron de que me portase bien porque me controlarían en todo momento'
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'Un día, una amiga me presentó a unos hombres que me dijeron que, por 6.000 euros, me buscaban un trabajo en España en un restaurante', explica. Sofía partió con otras chicas en autobús hasta Hungría, donde los mafiosos les dieron pasaportes falsos. En Hungría, ella empezó a preguntar sobre las condiciones de su nuevo trabajo. 'Fue allí donde me contaron que iba a trabajar en un bosque ejerciendo la prostitución. Me asusté mucho', recuerda.

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El viaje hasta España fue en autobús, en tren y en avión. Al final, Sofía llegó a Madrid y los mafiosos la condujeron a un piso donde vivían otras mujeres inmigrantes. 'Me dieron una ropa incómoda y unos zapatos muy altos. Las otras chicas me enseñaron cómo hablar y cómo moverme para atraer a los clientes. Me advirtieron de que lo mejor era que me portase bien, porque me controlaban en todo momento'.

Los días pasaron y Sofía aguantó como pudo. Uno de sus clientes empezó a preocuparse por ella. 'Si quieres, puedo hablar con la policía', le dijo un día el hombre. Pero ella no se fió. 'Yo no le dije nada porque creía que era un mafioso intentando sacarme información'.

Una noche, en un control rutinario de la policía, mientras le examinaban el pasaporte falso, Sofía decidió arriesgarse. 'Subí en el coche patrulla y me sacaron de allí. Después fui a la comisaría y presenté denuncia contra los mafiosos', cuenta. Días más tarde, esta joven se enteró de que la policía había ido a rescatarla alertada por el cliente. Los primeros días que pasó en libertad fueron muy duros para ella. 'Por las noches dormía muy mal, necesitaba pastillas', recuerda ahora.

Sofía entró en el Proyecto Esperanza, un plan a cargo de una congregación religiosa que acoge a mujeres inmigrantes víctimas del tráfico de seres humanos con fines de explotación, ya sea en la prostitución, en el servicio doméstico, en matrimonios forzados u otros. 'Nuestra función no es sólo dar acogida, sino combatir el tráfico a través de la protección de los derechos humanos de las víctimas y de la denuncia de esta forma actual de esclavitud', explican desde esta organización.

Sofía sigue adelante, pero no es la única. Andrea (nombre ficticio), suramericana de 23 años, también fue víctima de una red que la obligó a prostituirse en clubes de alterne. 'Mi marido y yo trabajábamos en nuestro país, pero no ganábamos lo suficiente porque también teníamos que mantener a nuestras respectivas familias', cuenta Andrea. Un día, un familiar lejano le comentó que tenía una hija (Paula, nombre ficticio) trabajando en España, y que le iba muy bien. 'Si te interesa trabajar como camarera allí, ella te lo arregla todo', le aseguró este pariente.

Lo único que le extrañó a Andrea fue que Paula le pidió que le enviase a España una foto de cuerpo entero. 'El dueño de la cafetería quiere ver cómo eres para ver si le gustas', se justificó. En otoño del año 2000, Paula volvió a llamarla. 'Me dijo que tenía todo listo y que, si quería, tenía que decidirme ya. Me lo pintaron todo muy bien', relata Andrea.

Los mafiosos le dijeron que los gastos del billete y de la gestión por conseguirle un trabajo ascendían a 5.000 euros. 'Además, tienes que comprarte un traje, porque tienes que venir muy elegante', añadieron. 'Si les dije tal que un lunes que quería ir a España, el miércoles ya tenían todo listo, incluido el pasaporte', recuerda la mujer. 'Cuando llegué a Barajas estuve esperando un poco a que viniese alguien a buscarme. Luego aparecieron Paula y un hombre. Desde el aeropuerto fuimos a un piso. Allí estuve descansando, pero al tercer día les dije que ya había descansado bastante, que quería trabajar', explica Andrea.

'Una mañana vino al piso otra chica y me dijo que llevaba unos días en Madrid, pero que aún no estaba trabajando porque no había plaza'. A Andrea empezó a sonarle todo raro; poco después, los mafiosos le revelaron a qué había venido realmente a Madrid. 'Una noche salimos por la ciudad. Paramos en varios clubes de prostitución y me quedé pasmada', recuerda Andrea.

-Pero ¿qué es esto?

-Donde vas a trabajar.

'Me puse nerviosa. En el club se me acercó una chica y me dijo que me tomase las cosas con calma, que fuera, desde un coche, estaban controlándome', afirma. 'Trabaja, porque es la única forma que tienes de escapar', le aconsejó esta mujer.

Andrea empezó a ejercer la prostitución en un club de carretera. 'Trabajaba de ocho de la tarde a cuatro de la madrugada. Tenía que conseguir que los clientes me invitasen. El acuerdo entre el dueño del club y la red era que, si la copa costaba 30 euros, la mitad del dinero era para el club y la otra parte para mí, para pagar la deuda. Si hacía un pase (mantener relaciones sexuales), todo el dinero era para mí'. Los mafiosos controlaban sus movimientos. Un día, en un descuido, intentó escapar, pero sin éxito. 'Cogí un taxi y, en un momento que fui a un locutorio a llamar por teléfono, ellos me estaban esperando', recuerda Andrea. Cuando volvieron al piso, las órdenes fueron claras: 'Coge tus cosas, nos vamos de Madrid'.

Andrea estuvo trabajando en varios clubes del norte de España. Su actitud era tan pasiva que la dueña de uno de los clubes la llamó al orden. La red exigió entonces a la joven que volviese a Madrid inmediatamente. 'Pensé en escapar al bajar del autobús, pero me estaban esperando'.

Al día siguiente, los miembros de la red llevaron a Andrea a un club de las afueras de Madrid. 'Tengan cuidado con ella', advirtieron a la recepcionista. Andrea conservaba su teléfono móvil, y una amiga que tenía en Madrid, al saber que estaba en España, la llamó para saber dónde estaba. 'Le dije que en Tenerife, que es lo que me habían dicho los de la red, y le comenté mi situación'.

Andrea trabajó allí durante dos semanas, de ocho de la tarde a ocho de la mañana. Un día sonó de nuevo su móvil, y al otro lado del aparato escuchó una voz: 'Soy de la Brigada de Extranjería del Cuerpo Nacional de Policía. Me ha dicho tu amiga que estás en Tenerife. ¿Has cogido un barco o un avión?'. Andrea contestó que no. 'Entonces no estás en Tenerife. Imagino dónde estás, pero tienes que darme pistas', dijo el agente.

Los días pasaron. Una noche, un cliente invitó a Andrea a una copa. 'Me preguntó de dónde era, y le noté pendiente de todo'. Era el policía, que tenía una foto de Andrea, pero no la reconoció y se marchó. La mujer estaba desesperada. 'Una vez le pregunté a un cliente si me ayudaría a escapar. Dijo que sí y ofreció al club un pase fuera del recinto. Salimos de allí y me llevó a su casa, pero no me dejaba irme'.

La policía llamó de nuevo al móvil de Andrea y el cliente se lo quitó de las manos. '¡Qué policías ni que diablos!', le increpó. El agente volvió a llamar, y el hombre cogió el teléfono. 'Soy policía. O me dice dónde vive o se va a meter en un problema', le avisó. El cliente cedió y Andrea logró huir. Cuando presentó denuncia, los policías le hablaron del Proyecto Esperanza. Entró en el plan de acogida y buscó trabajo. 'He estado en servicio doméstico y cuidando niños', explica. Ahora vive de alquiler e intenta rehacer su vida en España.

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