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DE LA NOCHE A LA MAÑANA
Columna
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Un verano inoportuno

Este Consell que hace como que gobierna todavía se parece cada vez más a esa docena de apóstoles abnegados sin otra misión en la vida que difundir por todo el mundo los gozos de la buena nueva

¿Complicidad?

Por si no bastaba con la inolvidable locución televisiva en el discreto papel eurovisivo de Rosa, Bisbal, Bustamante y Nina, debía también acogerse a lo insufrible el pase por la tele de avatares deportivos de carácter internacional con participación española, por así decir, ya se trate de tenis o de fútbol. Los que locutan para la pequeña pantalla los raquetazos de Roland Garros se permiten todavía aconsejar en vivo y en directo -aunque, por desgracia, siempre en diferido para el interesado- a Juan Carlos, mientras que otros adictos a la pasión española arruinan el seguimiento de las jugadas futboleras de nuestro equipo con una propensión españolera que se diría retransmitida desde una taberna de extrarradio. Parece más higiénico quitar el volumen al receptor para disfrutar con los ojos y sin patriotismos de patriota esas posibles hazañas ajenas. Mejor sordos sencillos que complejos asordados.

¿Ana Botella?

Esa extraordinaria mujer, esposa y madre a la vez sin perder la razón por ello, no sólo hace antologías de cuentos de niños para la hora de acostarse sino que, además, reúne méritos tales como disponer de una opinión para cada cosa y una cosa para cada opinión, como es natural en personas equilibradas que ostentan con garbo de tuna estudiantil su condición femenina. Ahora ha dicho que la conducta del fiero alcalde condenado por acoso sexual le parece 'impecable', algo que, sin necesidad de hacerse preguntas inoportunas sobre la conducta de Josemari Aznar, ha irritado bastante a la víctima del acoso juzgado y sentenciado, que también es mujer y que era -cuando los sucesos que la destrozaron- concejal del partido de Ana Botella. La pobre tiene miedo, como es lógico cuando una convive con energúmenos, sobre todo viendo a la jefa consorte alardear de esa sinceridad tan suya, tan de los suyos.

¿Valor añadido?

Aquí es que después de todo habrá que armarse de valor y talonario para sobrellevar la regla añadida. Las feministas tienen dicho que si los hombres parieran, el aborto sería libre y gratuito. Lo que ahora están a punto de embroncar, y con una razón primigenia, es que se grave con un 16 % esos productos que la publicidad -pudibunda por una vez en su tradición de infamias- denomina como de higiene íntima, de esa intimidad femenina que sigue siendo problema para los varones. Pero Hacienda ya es lo bastante misteriosa como para meterse en hondonadas, así que nada de rebajas impositivas en productos de primera necesidad para millones de mujeres entre la pubertad y el climaterio, y aún antes y aún después. Las pérdidas de la mujer tributan al máximo, y el Jabugo, auténtico valor añadido, se grava al 4 %. Aquí lo que hay es mucha devoción a la cultura porcina.

¿Producción de empresas?

En los primeros tiempos de las ayudas socialistas al audiovisual valenciano florecieron las empresas (ya saben, un listillo, su mujer y el primo como titulares) creadas a toda prisa para hacerse con un par de subvenciones y ponerlas a dormir después de tanto esfuerzo. No es que se hicieran grandes negocios, pero más de uno consiguió sobrevivir un par de añitos gracias a esa clase de artimañas. Esa picaresca menor se distingue de algunas prácticas mayores de ahora mismo en que se trataba de argucias de particulares para ir tirando con unos pocos duros, mientras que en la actualidad se trata de disponer a la carta de empresas dormidas que, como la bella del cuento prologado por Ana Botella, serán desencantadas por el príncipe afortunado que acierte a despertarlas según un calendario diseñado con cierto desparpajo en casi todos sus detalles. Hasta Woody Allen haría con eso un vodevil neurótico.

Jordi Teixidor

Ahora lo han hecho académico de Bellas Artes, pero lo que cuenta en la pintura de Teixidor es el silencio. A nadie, salvo a Juan Manuel Caneja, le ha llevado tantos años modificar el matiz de un mismo color entre una pintura y otra, y sin embargo esa ligera alteración, casi inapreciable para el degustador no especializado, introducía un giro de muchos grados en la orientación futura de su obra. En la casa de Manolo Portaceli y Teresa Lozano, y creo que en todas las casas que han habitado, se establece un diálogo de siglos entre un asombroso retrato de su hija Laia que hiciera Paco Lozano y un lienzo silencioso y casi invisible de Teixidor que resulta inquietante en la parsimonia profunda de sus leves gradaciones cromáticas. Uno de los pioneros en esgrimir su delicada abstracción frente a la persistencia de mesa petitoria del sorollismo rampante y sus múltiples disfraces.

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